sábado, 28 de julio de 2007

Tejidos de Chantal Maillard

Chantal Maillard
Hilos; Tusquets, 2007
Husos; Pre-Textos, Valencia, 2006.



Yo soy
mis imágenes.

Chantal Maillard, Hilos


La poeta y filósofa Chantal Maillard saltó a la fama poética –es un decir– en 2004 cuando su libro Matar a Platón (2003) obtuvo el Premio Nacional de Poesía, algo nada predecible, dada la complejidad del poemario, muy imbricado, como es obvio, en la actividad profesional de la autora de Filosofía en los días críticos o La sabiduría como estética. Precisamente en este último libro escribía: “La sabiduría, como el arte, apunta a un ámbito inviolable para el lenguaje. Su objeto no puede ser enseñado sino tan sólo mostrado mediante metáforas o gestos que lo indiquen. Las reglas semánticas mediante las que pueden cifrarse los mensajes tienen en el lenguaje la misma función que las distintas técnicas tienen para el arte, la de ser un medio para la expresión simbólica. Pero el objeto trasciende siempre el signo. Y sin embargo, le es imprescindible, al sabio o al artista, el dominio de las reglas que todo lenguaje requiere para la representación metafórica de la realidad: el buen engarce, la ordenación medida de las partes, el ‘estilo’ de la transmisión”[1]. En este párrafo sobre religiones orientales, Chantal Maillard hacía resonar la tríada platónica: belleza, bondad, verdad. Su mirada, que comparten un escaso puñado de pensadores y poetas españoles (Panikkar, Aguado, Pániker, Colinas, el joven Josep María Rodríguez) es atravesada a la vez por Oriente y Occidente, en un ejercicio a medias estético y a medias intelectual, que la sitúan en un lugar (no sólo espacial) singular en nuestra poesía. Y ello porque, como el citado párrafo muestra, hay una clara continuidad entre su obra filosófica y la poemática.

La relación entre Husos e Hilos es evidente; más allá de la familiaridad (fonética y semántica) de los títulos, los elementos de trabajo son muchas veces los mismos. Veamos un párrafo de Husos y un poema de Hilos: “Yo, ahora, escribiendo, sentada sobre una toalla, Ratón a mis pies, más tranquilo. Escribo, porque escribir es lo único que cabe hacer cuando ya nada hay que deba hacerse. (…) La voluntad de espectadora me mantiene, en toda circunstancia, viva para decir, para poder decirme” (Husos, p. 8); “Escribir. La escritura como abs- / tracción. También llenar una botella / con abertura pequeña. O limpiar / la arena del gato. / La voluntad / ausente” (“Estrategias”, Hilos). En escasas líneas, y en ambos textos, tres elementos iguales: la escritura, el hecho puntual del gato (Ratón), la idea de voluntad. Es decir: el cuerpo, la anécdota, el sentido trascendente, el por qué o para qué. Todavía es más clara la continuidad entre otros textos. Veamos el poema “El círculo”:



EL CÍRCULO

Trazar un cero en la nada. / Indefinidamente. /Trazar la nada en un círculo. /Apresada en el círculo trazando / nada. Ocuparse en el / círculo. Ocuparse. / En nada. En la nada / -¿la nada?- una oquedad. / Ocupar una oquedad. / Una oquedad de sueño, la vigilia. / Entre sueño y sueño. Una oquedad / ocupada, ocupándose / en nada. // La angustia es esa nada / que de pronto florece / en la oquedad.


Y ahora, uno de los fragmentos del diario: “Indefinidamente marcando ceros en la nada. Marcando nada en un círculo. Apresada en el círculo. Marcando nada. Ocupada en el círculo. Ocupándome. En nada. En la nada -¿la nada?– una oquedad (…)” (p. 9), y así hasta el final: los cambios son, como vemos, minúsculos. Las dos únicas operaciones han consistido en sustituir la experiencia autobiográfica del diario por la forma impersonalizada del poema, a fin de imprimir distancia, y el corte versal, que ha requerido algunas adaptaciones rítmicas. Pero no hay solución de continuidad entre poema y diario, es todo uno; los textos de Hilos son los hilos de los husos de Husos.


¿La bella durmiente?

Como decía Bruno Bettelheim en su clásico Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1975), “todo cuento de hadas es un espejo mágico que refleja algunos aspectos de nuestro mundo interno y de las etapas necesarias para pasar de la inmadureza la madurez total (...) puede parecer un estanque tranquilo y profundo que a simple vista refleja tan sólo nuestra propia imagen, pero detrás de ella podemos descubrir las tensiones internas de nuestro espíritu”
[2]. La cita viene a cuento porque la dimensión del concepto huso en ambas obras de Maillard podría adquirir otra significación si tendemos líneas (o hilos) hacia la obra literaria donde el huso es más simbólico y está universalmente tratado: el cuento fantástico La bella durmiente. Como se recordará, Bella se pincha con un huso envenenado por el hada maligna, y a consecuencia del veneno duerme durante cien años, hasta que un príncipe le despierta. Hay multitud de variaciones y revisiones del relato, pero a nosotros nos interesa una en concreto, la novela corta de Robert Coover, Zarzarrosa (1996), porque en ella Coover utiliza el huso como símbolo sexual, amén de literario. Nada más empezar esta novela onírica, la princesa encantada sueña, y en su sueño “ella está siendo apuñalada una y otra vez por el huso traicionero, impregnada con una desesperación de la que, pese a toda su furia, no puede despertar”[3]. El huso es su tormento, pero a su vez la mantiene cuerda dentro de su mundo onírico, consciente tanto de su condición fantástica de relato narrativo como de la fabulosa de cuento de hadas[4]: “una cosa hay que decir del punzante dolor del pinchazo del huso. La sujeta, localiza un ser cuando todo lo demás en el sueño lo desparrama y lo dispersa” (p. 13). No hay que decir que la mayoría de las veces, no es en el dedo donde Rosa/Bella tiene el huso clavado (cf. p. 60). Aunque la nouvelle de Coover es una puesta en discusión del mismo modelo de relato, también es una denuncia oblicua de la situación pasiva –la violación de la protagonista es una constante en el texto– de la mujer en los cuentos de hadas, una crítica de su situación de eterna salvada, incapaz de encontrar un sentido a la vida por sí misma, o de procurarse su propia autodeterminación, castrada por el fatum del relato. Algo parecido, pero desde una postura menos evidente, tiene lugar a mi juicio en los libros de Maillard. También hay que reparar en la importancia que tiene en el cuento de hadas el hecho de que el príncipe despierte a la Bella, recuperándola para el mundo y la existencia, y confrontarlo con este excelente poema de Maillard, significativamente llamado "El tema IV": "Apenas despierta - / ¿deja la mente de estar / despierta bajo el sueño?-, apenas yo / -¿yo?- apenas despertar en la / conciencia cotidiana, se ofrece / revestida de uno u otro tema. / Imágenes que forman / historia se acogerlas, / si acompañarlas con el hilo / que la mente segrega por inercia" (Hilos, p. 47).


Tejidos

Las resonancias no acaban ahí, también el motivo del huso remite, inmediatamente, a un motivo femenino (y feminista) por naturaleza: las “labores” de la costura, como rol desempeñado como siglos dentro de un sistema de presencia secundaria en la sociedad, que ahora se recupera con una dimensión simbólica, retórica, filosófica. Para Barthes, la metáfora que describe al texto “es distinta de la que describe la obra… La metáfora del texto es el tejido”
[5]; y la literatura escrita por mujeres no pocas veces se ve desde parámetros críticos posfeministas como esa literatura del tejido, donde la recuperación de los mitos de Aracne y Penélope cobra una predominancia esencial[6]. Maillard conoce a la perfección esta tradición reciente de pensamiento y se inscribe deliberadamente en ella: “Una araña teje una tela sólida en las paredes de mi tráquea. Una congoja amarga” (Husos, p. 11); ó: “Y el tejido hace mundo o lo refuerza, lo hace sólido, le proporciona la consistencia necesaria para que podamos seguir habitándolo” (p. 38). La adscripción a este sistema de signos se hace aún más profunda en Hilos.

No sé si es hilar muy fino, pero tras leer varias veces el poemario me da la impresión de que no hay un solo significado de la palabra “hilos” en el poemario, como tampoco la hay de “cual”. A mi juicio, seguramente equivocado, lo que Maillard intenta es ver hasta dónde le llevan las palabras, reflexionando –al modo de Derrida, pero también con una concepción “mántrica”, repetitiva, de la meditación muy en la línea del pensamiento oriental– a partir de ellas y con tentación agotadora. A veces hilos se refiere literalmente a la más común de las acepciones del término en el diccionario de la R.A.E., pero no es difícil ver rastros de las otras siete; de igual manera, sus reverberaciones simbólicas suponen otras tantas hilaturas de significación abierta: la escritura como hilo negro, como hilo de líneas para formar palabras; la mirada como hilo entre las cosas, los pasos hilando los lugares, la memoria tejiendo recuerdos, el tiempo como ilación entre acontecimientos, los fragmentos anudados por el hilo conductor
[7] del pensamiento y un largo etcétera de aperturas semánticas. La idea matriz sería, por eso, la continuidad, una cosmovisión del mundo como un Todo entretejido, que puede llevarnos inmediatamente a China o Japón, pero que en realidad tiene también ascendentes europeos; amén de clásicos como Empédocles o Marco Aurelio[8], y de autores modernos como Schopenahuer o el más posterior Hermann Hesse, señalaba Manuel Barrios Casares cómo existe un grupo de pensadores “de finales del XVIII e inicios del XIX que se conocen genéricamente con el nombre de Naturphilosophen (Franz von Baader, Oken, Johann Jakob Wagner y, con acento más decididamente científico, Steffens o Ritter)”, y que “si atendemos al contenido básico de su pensamiento, esto es, a la idea de que existe una unidad oculta y esencial entre todos los seres del universo –una idea de ascendencia neoplatónica en sus modulaciones más primarias y que Schelling desarrollará con singular brillantez– reconoceremos de inmediato que se trata más bien de un rasgo que alcanza a todas las manifestaciones culturales de la época y en los órdenes más diversos (...) Lo que pensadores renacentistas como Bruno o Paracelso habían propuesto bajo la idea más o menos difusa de un ‘alma del universo’, eso parece querer realizarlo la época moderna”[9]. A la condición hilar (disculpen) o hilada de ese alma, o al alma misma como hilo del mundo, es a lo que –entiendo– dedica Maillard su singular poemario. Todo bajo un profundo examen de los conceptos de la imagen y del sujeto (“Yo soy / mis imágenes”, leemos), también muy presentes en Husos.

Dicho esto, y aclarada su pertinencia intelectual y su enorme profundidad epistemológica (por más que alguna divertida crítica reciente plantee, preferimos pensar que por ignorancia y no por maldad, lo contrario), no está de más apuntar que, en lo estilístico, el libro resulta menos sugerente. Como hemos visto, a Maillard no le importa demasiado si su tegumento se dispone como prosa o como poesía, y eso delata una cierta indiferencia de fondo hacia la forma poética, y perdónenme el oxímoron, pero es que en poesía, no pocas veces la forma es también el fondo. Ese desinterés parcial (hay cierta, pero no suficiente, intención de amoldar el contenido a la forma poética, en el modo de cortar las frases) por la expresión daña el poemario, y estraga su valor artístico, por más que el intelectual siga intacto. Es cierto que hay momentos de gran interés por su extrañeza: “Necesidad de templo. Des-templada. Fiebre de ausencia en los dedos que crujen, rígidos. Ausencia en los huesos. Me florecen angustias en los dedos” (p. 12). También que hay poemas que comienzan bien “la carne incandescente, la estrechez / y el aire que se aspira / como se sorbe, a cortas bocanadas, / la faringe agitada por las voces / que lo espesan”, pero luego decaen inexplicablemente: “Se paga un precio, siempre, / por la continuidad. / Que no hay quien para pagarlo / es lo de menos” (p. 111). La voz entrecortada no siempre es eficaz, los despojamientos expresivos se convierten muy a menudo en prosaísmos. Demostrado con creces que Maillard sabe pensar, debería la autora preocuparse, al modo de sus poemarios más antiguos como Hainuwele (1990), de afinar las asperezas de su voz lírica, para que el resultado final estuviera en la forma a la altura de su contenido. Con ese importante defecto en el debe, y como reflexivo de primer orden en el haber, Hilos se configura como un libro imprescindible por lo que tiene de alta literatura, aunque le faltan dones para ser calificado como alta poesía.

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Notas
[1] Chantal Maillard, La sabiduría como estética. China: confucianismo, taoísmo y budismo; Akal, Madrid, 2000, pp. 9-10
[2] Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1975), Crítica, Barcelona, 1997, p. 317.
[3] Robert Coover, Zarzarrosa; Anagrama, Barcelona, 1998, p. 13.
[4] “Odio este cuento”, leemos en la página 51, entre otras muchas referencias metatextuales. Sobre esta novela de Coover escribe Eloy Fernández Porta que el “personaje (…) se encuentra inmerso en la historia como una pesadilla de la que no se despierta, y obligado a realizar hipótesis sin fin sobre su destino y su salvación. Zarzarrosa usa recursos que abarcan desde la narración cinematográfica hasta la secuencia de dibujos animados para mostrar distintas deconstrucciones de los dos personajes del relato”; E. Fernández Porta, Afterpop. La literatura de la implosión mediática; Berenice, Córdoba, 2007, p. 307.
[5] Roland Barthes, citado en Stuart Moulthrop, “El hipertexto y la política de la interpretación”, en María José Vega (ed.), Literatura hipertextual y teoría literaria; Marenostrum, Madrid, 2003, p. 25.
[6] También es importante el mito de Filomela, en Metamorfosis de Ovidio, libro VI, 421-674, apuntado en algún ensayo por María do Cebreiro. Véase para bucear en todos estos temas Rosa María Marina Sáez, “Penélope, Ulises y la Odisea en la poesía española contemporánea escrita por mujeres”; Tropelías nº 12-14, Zaragoza, 2001-2003, pp. 271ss; Carmen Perilli, “Los trabajos de la araña: mujeres, teorías y literatura”, Espéculo nº 28, 2004. Según Olvido García Valdés, “[Annette Messager] define su trabajo como un arte de restos, sus obras ha de poder elaborarlas con lo que está a mano, con lo roto, con lo desechado, casi sin salir de casa. Araña tejedora, Annette Messager redescribe la casa, redescribe la tela”; O. García Valdés, “La procesión va por dentro: el yo como metáfora”, Conferencia para el seminario Género y Comunicación, Instituto de Investigaciones Feministas, Madrid, 10-12 de mayo de 2000.
[7] “La maraña de hilos / que la memoria ensambla por / analogía. De no ser / por esos hilos, / la existencia -¿existencia?- / sería un cúmulo de / fragmentos -¿fragmentos?-, / bueno, destellos si se quiere. / Todo sería destellos. Inconexos”; Hilos, p. 107.
[8] “Quien ha visto las cosas presentes ha visto todo, todo lo ocurrido desde la eternidad y todo lo que ocurrirá en el tiempo sin fin; pues todas las cosas son de la misma clase y la misma forma”; Marco Aurelio, Meditaciones.
[9] M. Barrios, Narrar el abismo, Pre-Textos, 2001, pp. 38-9.

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Comentarios: se están enzarzando en una discusión sobre forma y fondo, posibilidades de la expresión poética y límites de la invención: Javier Moreno, Antonio Jiménez Paz, Diego Vaya, Vicente Luis Mora, Cuqui, Sergio Morales y Nacho Montoto.

jueves, 19 de julio de 2007

¿Generación? ¿Nocilla?


¿Generación? ¿Nocilla?


Bueno, este va a ser un post largo, de hecho va a tener hasta índice:

A. Vicente Luis Mora: ¿Generación? ¿Nocilla?
B. Respuestas de Eloy Fernández Porta
C. Respuestas de Jorge Carrión


A. Vicente Luis Mora: ¿Generación? ¿Nocilla?
El Cultural de El Mundo de hoy (19/07/07) publica un artículo titulado “La generación nocilla y el afterpop piden paso”. Desde el suplemento se nos propuso la semana pasada una serie abierta de preguntas a una serie abierta de personas (hay algún escritor a quien ni siquiera conozco), que intentamos contestar cada cual como pudimos. Me parece muy interesante el artículo, que demuestra una muy saludable curiosidad (sólo compartida por Culturas, de La Vanguardia) por intentar adentrarse en una serie de jóvenes y valiosos narradores (me excluyo) que tienen en común… Bueno, pospongamos qué puedan/podamos tener en común. Desde luego, avanzo que tienen en común el hecho de que casi todos acaban o acabamos de publicar un libro, y teniendo en cuenta que un periódico es una estructura editora de actualidad, ese hecho debería tranquilizar a algunos no citados. Como digo, la postura del artículo es muy saludable. Lo que ocurre es que, como es natural, no es posible acertar de pleno en todas las cosas, sobre todo cuando se quiere hablar de muchas cosas en muy poco espacio, y eso va tanto por el suplemento como por los mismos autores consultados. Quizá aquí, con más espacio, es el lugar de explicarse. A mí me toca puntualizar algunas cosas con las que es normal que esté en desacuerdo, porque ya las he manifestado antes, porque ya había expresado la opinión en (disculpen la publicidad) La luz nueva (Berenice, 2007), mi ensayo sobre narrativa española actual. Ahí había dicho cosas que se enfrentan a otras postuladas en el cuestionario, de modo que es normal que las recuerde:

a.a) No soy posmoderno. No he dicho eso nunca y, si alguna vez me he metido a mí mismo en alguna de mis etiquetas críticas, ha sido en la de “pangeico”. Si la pregunta es: “¿entre escritor tardomoderno o posmoderno, qué preferiría que le considerasen?”, la respuesta sería: “escritor”.

a.b) En el artículo se habla de que estos autores publican en editoriales independientes. Bueno, en parte es así, pero se aclara más la situación global si se dice que hasta seis de los quince escritores citados, casi la mitad, han sido publicados por Berenice. Creo que ése es un dato que dice, por sí solo, bastantes cosas.

a.c) No es exacto decir que en el Atlas literario celebrado en Sevilla “los autores de este grupo arremetieron, según los presentes, con ironía e incluso violencia, contra los otros narradores tardomodernos”. Lo hicieron algunos. Yo no sólo no lo hice, sino que en La luz nueva hablo, creo que muy elogiosamente, de no pocos de estos escritores tardomodernos.

a.d) ¿Por qué no aparecen mencionados Diego Doncel, Mercedes Cebrián, Robert Juan-Cantavella, Salvador Gutiérrez Solís o Manuel Vilas? Tienen tantas o tan pocas razones para estar como cualquiera de los citados.


a.e) Me alegro de que por fin términos como “afterpop”, de Eloy Fernández Porta, o “tardomodernos”, concretado para este sector de la narrativa actual por un servidor, comiencen a cobrar carta de naturaleza. Los considero más exactos y abiertos a posibilidades críticas que “nocilla”.

a.f) Precisamente he dejado esa cuestión, la de fondo, para el final. ¿Generación? No, gracias. El otro día tuve el privilegio de hablar con uno de los mejores y más respetados filósofos orteguianos, o conocedores de Ortega, de este país, y decía que la categoría de generación literaria no tiene, en este momento, ningún sentido. Ni en otro tampoco, añado. ¿Nocilla? Hay dos posibilidades de uso de este término: si es sociológico, en el sentido de hablar de autores que de jóvenes tomaron nocilla, me parece una tontería, sin más. Si se usa, como creo y además parece deducirse de uno de los destacados del artículo, en relación a Nocilla Dream (Candaya, 2006), la novela de Agustín Fernández Mallo, entonces creo que deberíamos hablar más despacio. Repaso los nombres y no creo que varios de ellos tengan mucho que ver –por no decir nada– con las categorías estilísticas, referenciales o estructurales de Nocilla Dream. Esta novela, lo dije en este mismo blog, me parece demasiado singular hasta para parecerse a sí misma. Estoy deseando ver Nocilla Experience, la próxima entrega de la trilogía, para ver qué demonios se inventa el bueno de Agustín, porque cada libro suyo que he leído de poesía no se parecía en nada al anterior. Será curioso ver la nueva novela –o lo que sea, sigo sin tenerlo claro– y compararla con la anterior. De modo que el rótulo nocilla tampoco me parece apropiado.

a.e) ¿Pero hay algo? Es decir, ¿con otra denominación, con la palabra grupo en vez de generación, habría algo que uniese a estos –u otros– nombres? Bueno, creo que a esto contestaré en los comentarios. Ahora mismo me parece más interesante dejar la pregunta abierta. Veamos lo que piensan Agustín y Jorge:



B. Respuestas de Eloy Fernández Porta
1. ¿Existe la generación nocilla? (O, si lo prefieres, porque el término generación no te guste, el grupo...)
Lo que existe es un paradigma estético que responde a una condición social. Esta condición se ha llamado "implosión mediática", en el sentido de "exceso simbólico creado por los medios". El "afterpop" es la respuesta creativa a ese fenómeno. Este término designa un conjunto de fenómenos históricamente posteriores a la cultura pop, y también estéticamente superiores y estratégicamente oposicionales. El pop ha muerto: lo que queda ahora es una reconstrucción de la alta cultura realizada a costa de sus ruinas. Huelga decir que ese término no es nacional ni generacional.

2-¿Cómo surge, cuál sería su fecha de creación/fundación/ detección?
Surge por coordinación de actos e instituciones underground. Congresos de literatura como el de la Fundación Torrente Ballester, el Mapa Poético o Neo3 y revistas como Quimera, TBR o el antiguo Lateral.

3-Eres considerado uno de los del grupo Nocilla: ¿te sientes identificado? ¿Por qué?
Me gustan las líneas transversales, los conjuntos en intersección y las citas a ciegas. Me siento identificado con antologías de narrativa plurales como Golpes, Tripulantes o Mutantes, y con ideas como el "I+D literario" de Carrión o la "neopangea" de Mora. Ese membrete no lo había oído hasta ahora.

4- ¿Y con la etiqueta de Literatura zapping?
La idea más importante no es "cultura de masas" sino "archivo". La información que nos rodea constituye un archivo inestable; el autor afterpop lo cuestiona por medio de des-informaciones narrativas. El desinformador usa recursos como el terrorismo informativo, la erudición falaz o la histerización de datos aberrantes. El zapping, como operación sobre los datos, lo uso para saltar del anuncio de Master Card a Slavoj Zizek y explicar el primero a partir del segundo. No me dice nada, en cambio, si sólo sirve para pasar de un programa de cotilleo a un documental sobre bichos.

5-¿Qué rasgos distinguirían a esta generación?
Usar la crítica cultural contra el espectáculo, la abyección contra el kitsch, el sarcasmo contra el formalismo, la pornografía del dinero contra el erotismo del bienestar y el punk contra cierta cultura oficial de mal gusto. El punk nos interesa en el mismo sentido en que a Picasso le interesaba el arte tribal, es decir, como reacción pseudo-primitivista contra lo peor de la modernidad.

6-¿qué os diferencia de vuestros mayores?
Algunos creen que somos poppys. No es cierto. Yo sólo soy un puto intelectual europeo que encontró la nueva vanguardia en la superación crítica del pop. Conozco bastante gente que piensa igual. Los verdaderos poppys son algunos de nuestros mayores, que creen estar en los bosques de Heidegger cuando de hecho habitan las praderas de Disney.

7- Y de vuestros contemporáneos?
Prefiero buscar parecidos con artes afines a caer en el narcisismo de las pequeñas diferencias. Disfruto con el trabajo de músicos como 12Twelve, artistas como Francesc Ruiz, dibujantes como Keko y medios como Mondo Brutto.

8- ¿Tienes miedo de que los medios de comunicación intenten sólo convertiros en una etiqueta más de consumo?
Esa sería una preocupación demasiado humanista. Yo ya soy un objeto de consumo: vendo ideas, consumo relaciones, cotizo al alza o me devalúo, según. La sociedad de consumo es un conjunto de ficciones sobre el valor (económico, literario, personal). Yo añado a esas ficciones las mías propias, y procuro hacerlo con cinismo y salero.




C. Respuestas de Jorge Carrión
1-¿Existe la generación nocilla? (O, si lo prefieres, porque el término generación no te guste, el grupo...)
Los periodistas y los escritores trabajamos con palabras, tenemos que ser cuidadosos con ellas. El "boom" ya fue una etiqueta lamentable, no creo que poner "nocilla" en circulación sea una buena idea. Para comprender la literatura española actual se pueden encontrar términos bien definidos en los últimos libros de Vicente Luis Mora y de Eloy Fernández Porta. Que los lectores, y entre ellos los periodistas, encuentren esos términos, los comprendan, los analicen. Y después decidan cuál o cuáles usan. Como en cada momento histórico, en el nuestro hay creadores que tienen una sintonía "generacional", porque comparten referentes culturales, porque usan de modos parecidos las herramientas tecnológicas, porque han vivido experiencias históricas parecidas, y porque pese a todo eso apuestan por una escritura seria.
¿Cómo surge, cuál sería su fecha de creación/fundación/ detección?
La atención mediática a los autores nacidos en los años 70 que han empezado a publicar a principios de este siglo es reciente, pero las conexiones entre esas personas han sedimentado durante años.

2. Eres considerado uno de los del grupo Nocilla: ¿te sientes identificado? ¿Por qué?
Ese "eres identificado" me suena a "la gente dice". Difícilmente alguien que haya leído mi libro de crónicas de viaje La brújula o mi tesis doctoral sobre Sebald y Juan Goytisolo dirá que pertenezco al mismo "grupo" que otros escritores que sobre todo escriben ficción y leen literatura norteamericana. Me interesa el aire fresco que ha inyectado en nuestra atmósfera enrarecida la novela de Agustín Fernández Mallo, he escrito artículos sobre algunos autores de mi edad o un poco mayores, comparto espacios con ellos (como la revista Quimera o como el blog de Vicente Luis Mora), pero eso no nos conduce al concepto de “generación” (eclipse, círculo cerrado), sino que nos lleva al concepto de red. Red de amistades, red de interlocutores, red de cómplices, pero nada de grupos ni de generaciones, porque no hay ni puede haber nómina cerrada, al contrario, debe haber apertura, búsqueda incesante de nuevos links, dentro y fuera de “España” (sea eso lo que fuere). En mi caso, mi búsqueda me ha llevado a una comunidad personal integrada por personas de Argentina, México o los Estados Unidos, además de “españoles”.

3.-¿Y con la etiqueta de Literatura zapping que dice que es la propia de la GN?
El zapping es una forma de lectura ya clásica, basada en el fragmento y en la consecutividad, con no menos de treinta años de vida. Era ya posible antes de que yo naciera. Las lecturas del sistema Windows, potenciadas por las plataformas de la red (YouTube, Google, Hotmail, etc.) me parecen algo que sí singulariza al modo de leer de la gente que nació en los setenta, que no ha conocido otra forma de enfrentarse a la realidad que no pase por la imagen y el textos simultáneos, en el televisor y, sobre todo, en la pantalla del ordenador. Horizontalidad y simultaneidad se unen a la fragmentación del zapping. En el zapping los canales siguen transcurriendo, aunque no sean visibles; en cambio, en los videos de youtube o en los e-mails, encontramos textos cerrados, brevísimos, nuevas formas de temporalidad que lo son de lectura.

4-¿Qué rasgos distinguirían a esta generación?
Esa conciencia tecnológica es realmente nueva, diferencia nuestro momento histórico de los precedentes. También es nuevo el posicionamiento respecto a la política, que ha superado la dicotomía en partidos de izquierda o de derecha, pero que en los escritores que me interesan, por lo general, es progresista, por decirlo de algún modo. La crítica al poder de la imagen y de los media es otro elemento que me interesa, porque para mí la literatura sólo puede ser una forma de crítica. Obviamente, por haber vivido la juventud en la misma época, antes de que cada uno formara su propio mundo de lecturas, compartimos series de televisión, iconos pop, una cierta forma de vivir la sentimentalidad, la posibilidad de viajar fácilmente (con lo que ello ha conllevado de transformación de coordenadas tempo-espaciales), la frecuentación de países e idiomas, una formación académica interdisciplinar, etc. De eso se habla continuamente en los blogs. Sólo hay que molestarse en buscar los lugares de encuentro y tertulia más estimulantes. Todo eso, como he dicho al principio, separa a cada momento histórico, a cada “generación”, de las precedentes y las siguientes. Pero eso no significa que cada autor, por su cuenta, no busque formas de diálogo intergeneracional. Como en la vida. Nadie puede hacer abstracción de todo eso cuando se pone a escribir. Lo que cuenta, al cabo, es como uno configura un mundo artístico a partir de los imputs que ha recibido durante toda su vida. En mi caso, el viaje y la experimentación con formatos de no-ficción, mediante las técnicas de la ficción. En GR-83, un libro de artista cuya edición fue íntegramente regalada, intenté reflexionar precisamente sobre eso: cómo conviven Google Earth y la memoria histórica, Walter Benjamin y Los Simpson.

5.-¿Qué os diferencia de vuestros mayores? ¿Y de vuestros contemporáneos?
En el Atlas Literario de Sevilla se produjo una amalgama, generacional y artística, como intenté explicar en una carta de respuesta a Rojo en su blog de El País. A mí me interesan más los autores que consideran el lenguaje literario un problema que los que lo utilizan como una simple herramienta, o como una simple solución a la cuestión irresoluble de lo real. Si los lectores invierten cierto tiempo en leer las novelas, libros de cuentos o ensayos que se publican actualmente de autores como Juan-Cantavella, Ferré, Rosa, Bosch, Navarro, Moreno, Fernández, Sierra, Vilas, Doncel, por ejemplo, ellos mismos se darán cuenta de a qué me refiero.


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Comentarios
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(Para verlos pincha sobre ellos o cliquea ahí abajo sobre la palabra "comentarios" en verde)

Más documentación sobre este tema en:
http://generacionnocilla.blogspot.com/


miércoles, 11 de julio de 2007

Entrevista sobre La luz nueva

Me he divertido mucho contestando a esto:

http://www.libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=~/paginas/entrevistas/entre162.ascx

Saludos.



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Han dejado comentarios:

Antonio Jiménez Morato
Daniel Bellón
VLM
Antonio Jiménez Morato
Gregorioecologista
Afterpunk
M
Miguel Espigado
VLM
Anónimo
Miguel Espigado
VLM
Anika

miércoles, 4 de julio de 2007

Notas de lectura

1. W. H. Auden, Los señores del límite; Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg, 2007.
2. Dimitris Calokiris, El museo de los números, Berenice, Córdoba, 2007.
3. Gore Vidal, Ensayos (1952-2001); Edhasa, Barcelona, 2007.


1. W. H. Auden, Los señores del límite; Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg, 2007.

http://www.lotofago.com/numeros/lotofago11/critica.htm



2. Dimitris Calokiris, El museo de los números, Berenice, Córdoba, 2007.

Fragmentos para una presentación
(CAC, Málaga, 25 de junio de 2007)

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Grecia es la infancia. La nuestra y la de Occidente.

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La filosofía como linterna y la religión como escudo.

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Este libro de cuentos del narrador, poeta y ensayista griego Dimitris Calokiris (1948) contiene uno de los cuentos más breves de la historia de la literatura. Se titula “Vita brevis”, y el texto es: “ÒV, OFF”. Los esforzados traductores, Vicente Fernández y Ioanna Nicolaidou, han tenido que alargarlo un poco para que se entienda en castellano: “ONtología / OFF”. En griego, hay homofonía de sentido entre la primera palabra del original y el término inglés on. De modo que es un complejo chiste metafísico en tres idiomas, latín, griego e inglés. Según la Metafísica de Aristóteles, "hay una ciencia que estudia lo que es, en tanto que algo que es y los atributos que, por sí mismo, le pertenecen" (IV, 1003a21-22). Esto se dice tò òn hê òn en griego clásico. Òn es el participio de einai, ser, y por tanto la mención en el cuento de Calokiris no es anglófila, sino ontológica. Estando al final del libro, y con no pocas bromas acerca de la identidad del sujeto en general y de los personajes en particular (en no pocos cuentos el personaje va cediendo su protagonismo, en otros nunca lo tiene, en otros no hay nadie en el texto), el relato hiperbreve tiene, además de profundidad filosófica, una notable carga de corrosivo regodeo nihilista.

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“El hecho es que me encontraba en el punto de resonancia de un elaborado discurso poético, cuyas inquietudes –algunas al menos– eran las que precisamente me esforzaba en formular por cuenta propia. En otras palabras, una literatura, para mí, ajena al tedio”[1].

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A la adscripción de este libro a la línea más pura de Posmodernidad europea cabe oponer pocas reservas, basta con recorrer las primeras páginas. La decanonización constante, la ironía metaliteraria, la condición de puzzle, la dispersión identitaria (véase el relato titulado “Quién”), y el juego –borgiano, sciasciano- de erudiciones fingidas y verdaderas no nos deja cuartel, llevándonos de sorpresa en sorpresa. Cuando la erudición es fingida, Calokiris roza la ciencia-ficción; sabemos que es verdadera cuando la disfraza: el personaje que abre “Ardoroso oficiante” está descrito de esta manera: “Decían que de su boca entraban y salían enjambres porque un día, a los nueve años, se escapó de su csa en el pueblo cuando un mediodía su madre se desnudó entera, sin razón aparente, estrechó a su bebé entre sus brazos y los dos juntos se tiraron al pozo para siempre” (p. 123). No puede ser casualidad la mención, cuando los vecinos de quien luego sería San Ambrosio descubrieran, precisamente cuando éste tenía esa edad, que de la boca aquel niño tan especial entraban y salían abejas sin picarle. Calokiris conoce la anécdota erudita, pero la disfraza, la olvida, la oblitera en ficción. No nos fiamos de él, renuncia a la fiabilidad. Por ejemplo, cuando menciona a un producto herbicida llamado “Cioran”, por debajo de la broma filosófica a costa del nihilismo nos asalta la duda: ¿la mención del herbicida es casual o no? ¿Caminan detrás las cuatro hierbas curativas de Epicuro, aquello de que no debemos temer a los dioses, que la muerte no nos concierne, es fácil conseguir lo bueno y lo terrible es fácil de soportar? La respuesta es sí. A lo de que lo terrible es fácil de soportar, me refiero, se lo asegura un crítico literario; la otra cuestión, la posible retorsión epicúrea de la broma rumana de Calokiris, nunca la elucidaremos.

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“En el fondo del espejo, apareció sonriente el poeta Andreas Embiricos” (p. 141). Embiricos (1901-1975) fue un poeta griego, introductor del Surrealismo y el psicoanálisis en Grecia. [Durante la presentación, Calokiris dice: "me propongo la creación de un sueño real, tangible". Apunten eso] Algunas referencias especialmente emotivas de Calokiris remiten a personas que han intentado poner algo de magia, de misterio y de búsqueda en la cotidianidad arenosa de nuestros días, o en el légamo de la mala literatura realista.

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Calokiris no narra una historia, sino que deriva de unas a otras, parece elegir azarosamente (pero Borges lo dijo, no hay azar, y Calokiris aprendió bien del argentino que el azar es sólo una ley de la causalidad que aún no conocemos), y sus hilos narrativos se enrejan, enredan y enrocan los unos en los otros. Un ejemplo confeso, página 128:


Ahora bien, en este punto se nos plantea la cuestión puramente técnica de si debemos seguir el dessarrollo de la historia del perro, del busto, de la planta, de la anciana que aunque vivió como mormona pasó a mejor vida con toda normalidad o, simplemente, combinar todo eso en una comedia de enredo. Volvemos, pues, a los mormones (p. 128).
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En un panorama, como el europeo, de literaturas normalizadas y aterradas en el estómago castrante de sus propias tradiciones, es un placer encontrarnos con la narrativa griega, que en casos como los de Calokiris, Zomás Scasis o Michel Fais, es capaz de ejecutar sabios, divertidos y excelentes actos de terrorismo literario; tanto más y con mayor mérito aún, que lo hagan cuando justo ellos son los que tienen a sus espaldas la más seria, completa e inmortal tradición de todo Occidente. Tenemos aquí una gran lección que aprender los otros pueblos de Europa, acomplejados y grises, plagados de narradores que enrojecen de ira si alguien osa tocar las líneas de Sterne o Rabelais y lleno de poetas que se consideran vejados si se menta en vano el nombre de Machado.

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Creo que, para terminar y pasarle la palabra al propio Calokiris, nada mejor que esta frase suya, con la que comienza su relato “Geografía”, y que da la talla de la rareza, el atrevimiento y el valor, en todos los sentidos, de esta literatura: “No sé cómo termina esta frase; ni siquiera puedo decir cómo empieza” (p. 133).

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Nota
[1] D. Calokiris, “Borges: el laberinto de la traducción”, Trans nº 1, 1996.




3. Gore Vidal, Ensayos (1952-2001); Edhasa, Barcelona, 2007.

Un inmenso suspiro

Qué se puede decir sobre un libro de casi mil páginas que resulta corto, interesante y ameno; qué mejor forma de defenderlo que recomendarlo. Esta recopilación parcial, aunque amplia, de los ensayos de Gore Vidal (West Point, EEUU, 1925), está dividida en dos partes: una donde se recogen ensayos literarios y otra, a mi juicio más valiosa, donde se agrupan parte de los cientos de textos y artículos que Vidal ha dedicado a materias políticas o sociológicas.

Respecto al primer grupo, debemos apuntar que Vidal, como buen escritor ególatra, únicamente está capacitado para hablar con inteligencia de literatura si la obra del autor examinado se parece a la propia. Sólo un escritor generoso y escasamente soberbio puede salirse de sí y de su concepción de lo artístico para apreciar con objetividad la obra literaria de los demás y valorarla sin arrojar sobre ella luz íntima. Vidal, uno de los mayores exhibicionistas y egocéntricos ejemplares de un mundo de por sí poco capacitado para la autocrítica, es incapaz de ese gesto de generosidad, lo que empaña –y mucho– sus análisis literarios, que suelen acoger el enganche, la rastrojera o la ojeriza, por no decir la envidia. Los insultos dedicados a los teóricos del noveau roman podríamos haberlos imaginado antes de leer el ensayo: es imposible que Vidal pudiera llegar a simpatizar con algo tan alejado a su encantado de conocerse modo de escribir/se, siempre lindando lo autobiográfico, siempre haciéndonos sospechar que uno de los personajes podría llamarse Gore Vidal. Esto no es necesariamente malo (sin esa vertiente literaria, no tendríamos a Proust, ni a Montaigne, por ejemplo), sólo digo que hay que tenerlo en cuenta para morigerar el alcance de ciertos juicios de valor.

Y cuando éstos se adentran en aspectos literarios, Vidal no se caracteriza precisamente por su timidez. En “Novelistas y críticos de los años cuarenta” revela a Carson McCullers, Bowles y Tennessee Williams como “los tres escritores más interesantes en Estados Unidos”, postergando al último Faulkner (p. 57). Se ceba con los autores que puntualmente han hecho sombra a su infatigable ego, como Mailer, Sontag o Salinger. Pero Vidal es un autor notable, y no son pocas las veces en que sus opiniones son tan justas como necesarias: “los escritores no compiten entre ellos. El auténtico enemigo es el público, cada vez más indiferente a la literatura, un público al que sólo se puede llegar por medio de fenómenos, pornografía de grado superior o narraciones voluntariamente huecas de la vida que llevamos hoy en día”. También nos tranquiliza saber que también “con cada generación, la prosa norteamericana va empeorando, lo que refleja caos a la hora de pensar, una deficiente educación y la insuficiente asimilación del inglés inmigrante al antiguo idioma” (p. 97).

Sin embargo, en la segunda parte asoma el fino crítico y moralista cuyos juicios desafían, con toda razón, lo políticamente correcto: “tenemos más de un millón de personas en la cárcel y más de dos millones en libertad condicional. Todos los años son violados muchos más hombres dentro del sistema carcelario estadounidense que mujeres fuera de éste, pero a nadie le importa” (p. 888). En general, hay que reconocerle un valor notable; no debe ser nada fácil hablar de asesinatos del FBI y permanecer incólume como ciudadano (quizá por eso pasa parte del año en su palacio italiano). Hace poco leía una entrevista al autor, donde Vidal negaba que el gobierno norteamericano pudiera haber participado en los atentados del 11-S, por la sencilla razón de que estaban planeados con inteligencia. Vidal es así, capaz de alturas y bajuras al mismo tiempo; pero la cuestión es que es un personaje valioso, valiente, que representa lo mejor de los Estados Unidos (la inteligencia, el talento, la capacidad de trabajo, la perseverancia, la cultura humanística global), y lo peor (cierta prepotencia, cierta desatención por los de abajo). En fin, qué puede decirse de un hombre capaz de frases como “no basta con triunfar: los otros deben fracasar”. Seguramente, que su triunfo siempre será relativo. Pero indiscutible.