Hilos; Tusquets, 2007
Husos; Pre-Textos, Valencia, 2006.
Yo soy
mis imágenes.
Chantal Maillard, Hilos
La poeta y filósofa Chantal Maillard saltó a la fama poética –es un decir– en 2004 cuando su libro Matar a Platón (2003) obtuvo el Premio Nacional de Poesía, algo nada predecible, dada la complejidad del poemario, muy imbricado, como es obvio, en la actividad profesional de la autora de Filosofía en los días críticos o La sabiduría como estética. Precisamente en este último libro escribía: “La sabiduría, como el arte, apunta a un ámbito inviolable para el lenguaje. Su objeto no puede ser enseñado sino tan sólo mostrado mediante metáforas o gestos que lo indiquen. Las reglas semánticas mediante las que pueden cifrarse los mensajes tienen en el lenguaje la misma función que las distintas técnicas tienen para el arte, la de ser un medio para la expresión simbólica. Pero el objeto trasciende siempre el signo. Y sin embargo, le es imprescindible, al sabio o al artista, el dominio de las reglas que todo lenguaje requiere para la representación metafórica de la realidad: el buen engarce, la ordenación medida de las partes, el ‘estilo’ de la transmisión”[1]. En este párrafo sobre religiones orientales, Chantal Maillard hacía resonar la tríada platónica: belleza, bondad, verdad. Su mirada, que comparten un escaso puñado de pensadores y poetas españoles (Panikkar, Aguado, Pániker, Colinas, el joven Josep María Rodríguez) es atravesada a la vez por Oriente y Occidente, en un ejercicio a medias estético y a medias intelectual, que la sitúan en un lugar (no sólo espacial) singular en nuestra poesía. Y ello porque, como el citado párrafo muestra, hay una clara continuidad entre su obra filosófica y la poemática.
La relación entre Husos e Hilos es evidente; más allá de la familiaridad (fonética y semántica) de los títulos, los elementos de trabajo son muchas veces los mismos. Veamos un párrafo de Husos y un poema de Hilos: “Yo, ahora, escribiendo, sentada sobre una toalla, Ratón a mis pies, más tranquilo. Escribo, porque escribir es lo único que cabe hacer cuando ya nada hay que deba hacerse. (…) La voluntad de espectadora me mantiene, en toda circunstancia, viva para decir, para poder decirme” (Husos, p. 8); “Escribir. La escritura como abs- / tracción. También llenar una botella / con abertura pequeña. O limpiar / la arena del gato. / La voluntad / ausente” (“Estrategias”, Hilos). En escasas líneas, y en ambos textos, tres elementos iguales: la escritura, el hecho puntual del gato (Ratón), la idea de voluntad. Es decir: el cuerpo, la anécdota, el sentido trascendente, el por qué o para qué. Todavía es más clara la continuidad entre otros textos. Veamos el poema “El círculo”:
EL CÍRCULO
Trazar un cero en la nada. / Indefinidamente. /Trazar la nada en un círculo. /Apresada en el círculo trazando / nada. Ocuparse en el / círculo. Ocuparse. / En nada. En la nada / -¿la nada?- una oquedad. / Ocupar una oquedad. / Una oquedad de sueño, la vigilia. / Entre sueño y sueño. Una oquedad / ocupada, ocupándose / en nada. // La angustia es esa nada / que de pronto florece / en la oquedad.
Y ahora, uno de los fragmentos del diario: “Indefinidamente marcando ceros en la nada. Marcando nada en un círculo. Apresada en el círculo. Marcando nada. Ocupada en el círculo. Ocupándome. En nada. En la nada -¿la nada?– una oquedad (…)” (p. 9), y así hasta el final: los cambios son, como vemos, minúsculos. Las dos únicas operaciones han consistido en sustituir la experiencia autobiográfica del diario por la forma impersonalizada del poema, a fin de imprimir distancia, y el corte versal, que ha requerido algunas adaptaciones rítmicas. Pero no hay solución de continuidad entre poema y diario, es todo uno; los textos de Hilos son los hilos de los husos de Husos.
¿La bella durmiente?
Como decía Bruno Bettelheim en su clásico Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1975), “todo cuento de hadas es un espejo mágico que refleja algunos aspectos de nuestro mundo interno y de las etapas necesarias para pasar de la inmadureza la madurez total (...) puede parecer un estanque tranquilo y profundo que a simple vista refleja tan sólo nuestra propia imagen, pero detrás de ella podemos descubrir las tensiones internas de nuestro espíritu”[2]. La cita viene a cuento porque la dimensión del concepto huso en ambas obras de Maillard podría adquirir otra significación si tendemos líneas (o hilos) hacia la obra literaria donde el huso es más simbólico y está universalmente tratado: el cuento fantástico La bella durmiente. Como se recordará, Bella se pincha con un huso envenenado por el hada maligna, y a consecuencia del veneno duerme durante cien años, hasta que un príncipe le despierta. Hay multitud de variaciones y revisiones del relato, pero a nosotros nos interesa una en concreto, la novela corta de Robert Coover, Zarzarrosa (1996), porque en ella Coover utiliza el huso como símbolo sexual, amén de literario. Nada más empezar esta novela onírica, la princesa encantada sueña, y en su sueño “ella está siendo apuñalada una y otra vez por el huso traicionero, impregnada con una desesperación de la que, pese a toda su furia, no puede despertar”[3]. El huso es su tormento, pero a su vez la mantiene cuerda dentro de su mundo onírico, consciente tanto de su condición fantástica de relato narrativo como de la fabulosa de cuento de hadas[4]: “una cosa hay que decir del punzante dolor del pinchazo del huso. La sujeta, localiza un ser cuando todo lo demás en el sueño lo desparrama y lo dispersa” (p. 13). No hay que decir que la mayoría de las veces, no es en el dedo donde Rosa/Bella tiene el huso clavado (cf. p. 60). Aunque la nouvelle de Coover es una puesta en discusión del mismo modelo de relato, también es una denuncia oblicua de la situación pasiva –la violación de la protagonista es una constante en el texto– de la mujer en los cuentos de hadas, una crítica de su situación de eterna salvada, incapaz de encontrar un sentido a la vida por sí misma, o de procurarse su propia autodeterminación, castrada por el fatum del relato. Algo parecido, pero desde una postura menos evidente, tiene lugar a mi juicio en los libros de Maillard. También hay que reparar en la importancia que tiene en el cuento de hadas el hecho de que el príncipe despierte a la Bella, recuperándola para el mundo y la existencia, y confrontarlo con este excelente poema de Maillard, significativamente llamado "El tema IV": "Apenas despierta - / ¿deja la mente de estar / despierta bajo el sueño?-, apenas yo / -¿yo?- apenas despertar en la / conciencia cotidiana, se ofrece / revestida de uno u otro tema. / Imágenes que forman / historia se acogerlas, / si acompañarlas con el hilo / que la mente segrega por inercia" (Hilos, p. 47).
Tejidos
Las resonancias no acaban ahí, también el motivo del huso remite, inmediatamente, a un motivo femenino (y feminista) por naturaleza: las “labores” de la costura, como rol desempeñado como siglos dentro de un sistema de presencia secundaria en la sociedad, que ahora se recupera con una dimensión simbólica, retórica, filosófica. Para Barthes, la metáfora que describe al texto “es distinta de la que describe la obra… La metáfora del texto es el tejido”[5]; y la literatura escrita por mujeres no pocas veces se ve desde parámetros críticos posfeministas como esa literatura del tejido, donde la recuperación de los mitos de Aracne y Penélope cobra una predominancia esencial[6]. Maillard conoce a la perfección esta tradición reciente de pensamiento y se inscribe deliberadamente en ella: “Una araña teje una tela sólida en las paredes de mi tráquea. Una congoja amarga” (Husos, p. 11); ó: “Y el tejido hace mundo o lo refuerza, lo hace sólido, le proporciona la consistencia necesaria para que podamos seguir habitándolo” (p. 38). La adscripción a este sistema de signos se hace aún más profunda en Hilos.
No sé si es hilar muy fino, pero tras leer varias veces el poemario me da la impresión de que no hay un solo significado de la palabra “hilos” en el poemario, como tampoco la hay de “cual”. A mi juicio, seguramente equivocado, lo que Maillard intenta es ver hasta dónde le llevan las palabras, reflexionando –al modo de Derrida, pero también con una concepción “mántrica”, repetitiva, de la meditación muy en la línea del pensamiento oriental– a partir de ellas y con tentación agotadora. A veces hilos se refiere literalmente a la más común de las acepciones del término en el diccionario de la R.A.E., pero no es difícil ver rastros de las otras siete; de igual manera, sus reverberaciones simbólicas suponen otras tantas hilaturas de significación abierta: la escritura como hilo negro, como hilo de líneas para formar palabras; la mirada como hilo entre las cosas, los pasos hilando los lugares, la memoria tejiendo recuerdos, el tiempo como ilación entre acontecimientos, los fragmentos anudados por el hilo conductor[7] del pensamiento y un largo etcétera de aperturas semánticas. La idea matriz sería, por eso, la continuidad, una cosmovisión del mundo como un Todo entretejido, que puede llevarnos inmediatamente a China o Japón, pero que en realidad tiene también ascendentes europeos; amén de clásicos como Empédocles o Marco Aurelio[8], y de autores modernos como Schopenahuer o el más posterior Hermann Hesse, señalaba Manuel Barrios Casares cómo existe un grupo de pensadores “de finales del XVIII e inicios del XIX que se conocen genéricamente con el nombre de Naturphilosophen (Franz von Baader, Oken, Johann Jakob Wagner y, con acento más decididamente científico, Steffens o Ritter)”, y que “si atendemos al contenido básico de su pensamiento, esto es, a la idea de que existe una unidad oculta y esencial entre todos los seres del universo –una idea de ascendencia neoplatónica en sus modulaciones más primarias y que Schelling desarrollará con singular brillantez– reconoceremos de inmediato que se trata más bien de un rasgo que alcanza a todas las manifestaciones culturales de la época y en los órdenes más diversos (...) Lo que pensadores renacentistas como Bruno o Paracelso habían propuesto bajo la idea más o menos difusa de un ‘alma del universo’, eso parece querer realizarlo la época moderna”[9]. A la condición hilar (disculpen) o hilada de ese alma, o al alma misma como hilo del mundo, es a lo que –entiendo– dedica Maillard su singular poemario. Todo bajo un profundo examen de los conceptos de la imagen y del sujeto (“Yo soy / mis imágenes”, leemos), también muy presentes en Husos.
Dicho esto, y aclarada su pertinencia intelectual y su enorme profundidad epistemológica (por más que alguna divertida crítica reciente plantee, preferimos pensar que por ignorancia y no por maldad, lo contrario), no está de más apuntar que, en lo estilístico, el libro resulta menos sugerente. Como hemos visto, a Maillard no le importa demasiado si su tegumento se dispone como prosa o como poesía, y eso delata una cierta indiferencia de fondo hacia la forma poética, y perdónenme el oxímoron, pero es que en poesía, no pocas veces la forma es también el fondo. Ese desinterés parcial (hay cierta, pero no suficiente, intención de amoldar el contenido a la forma poética, en el modo de cortar las frases) por la expresión daña el poemario, y estraga su valor artístico, por más que el intelectual siga intacto. Es cierto que hay momentos de gran interés por su extrañeza: “Necesidad de templo. Des-templada. Fiebre de ausencia en los dedos que crujen, rígidos. Ausencia en los huesos. Me florecen angustias en los dedos” (p. 12). También que hay poemas que comienzan bien “la carne incandescente, la estrechez / y el aire que se aspira / como se sorbe, a cortas bocanadas, / la faringe agitada por las voces / que lo espesan”, pero luego decaen inexplicablemente: “Se paga un precio, siempre, / por la continuidad. / Que no hay quien para pagarlo / es lo de menos” (p. 111). La voz entrecortada no siempre es eficaz, los despojamientos expresivos se convierten muy a menudo en prosaísmos. Demostrado con creces que Maillard sabe pensar, debería la autora preocuparse, al modo de sus poemarios más antiguos como Hainuwele (1990), de afinar las asperezas de su voz lírica, para que el resultado final estuviera en la forma a la altura de su contenido. Con ese importante defecto en el debe, y como reflexivo de primer orden en el haber, Hilos se configura como un libro imprescindible por lo que tiene de alta literatura, aunque le faltan dones para ser calificado como alta poesía.
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Notas
[1] Chantal Maillard, La sabiduría como estética. China: confucianismo, taoísmo y budismo; Akal, Madrid, 2000, pp. 9-10
[2] Bruno Bettelheim, Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1975), Crítica, Barcelona, 1997, p. 317.
[3] Robert Coover, Zarzarrosa; Anagrama, Barcelona, 1998, p. 13.
[4] “Odio este cuento”, leemos en la página 51, entre otras muchas referencias metatextuales. Sobre esta novela de Coover escribe Eloy Fernández Porta que el “personaje (…) se encuentra inmerso en la historia como una pesadilla de la que no se despierta, y obligado a realizar hipótesis sin fin sobre su destino y su salvación. Zarzarrosa usa recursos que abarcan desde la narración cinematográfica hasta la secuencia de dibujos animados para mostrar distintas deconstrucciones de los dos personajes del relato”; E. Fernández Porta, Afterpop. La literatura de la implosión mediática; Berenice, Córdoba, 2007, p. 307.
[5] Roland Barthes, citado en Stuart Moulthrop, “El hipertexto y la política de la interpretación”, en María José Vega (ed.), Literatura hipertextual y teoría literaria; Marenostrum, Madrid, 2003, p. 25.
[6] También es importante el mito de Filomela, en Metamorfosis de Ovidio, libro VI, 421-674, apuntado en algún ensayo por María do Cebreiro. Véase para bucear en todos estos temas Rosa María Marina Sáez, “Penélope, Ulises y la Odisea en la poesía española contemporánea escrita por mujeres”; Tropelías nº 12-14, Zaragoza, 2001-2003, pp. 271ss; Carmen Perilli, “Los trabajos de la araña: mujeres, teorías y literatura”, Espéculo nº 28, 2004. Según Olvido García Valdés, “[Annette Messager] define su trabajo como un arte de restos, sus obras ha de poder elaborarlas con lo que está a mano, con lo roto, con lo desechado, casi sin salir de casa. Araña tejedora, Annette Messager redescribe la casa, redescribe la tela”; O. García Valdés, “La procesión va por dentro: el yo como metáfora”, Conferencia para el seminario Género y Comunicación, Instituto de Investigaciones Feministas, Madrid, 10-12 de mayo de 2000.
[7] “La maraña de hilos / que la memoria ensambla por / analogía. De no ser / por esos hilos, / la existencia -¿existencia?- / sería un cúmulo de / fragmentos -¿fragmentos?-, / bueno, destellos si se quiere. / Todo sería destellos. Inconexos”; Hilos, p. 107.
[8] “Quien ha visto las cosas presentes ha visto todo, todo lo ocurrido desde la eternidad y todo lo que ocurrirá en el tiempo sin fin; pues todas las cosas son de la misma clase y la misma forma”; Marco Aurelio, Meditaciones.
[9] M. Barrios, Narrar el abismo, Pre-Textos, 2001, pp. 38-9.
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Comentarios: se están enzarzando en una discusión sobre forma y fondo, posibilidades de la expresión poética y límites de la invención: Javier Moreno, Antonio Jiménez Paz, Diego Vaya, Vicente Luis Mora, Cuqui, Sergio Morales y Nacho Montoto.