Transcribo una parte de la conferencia impartida en el marco del II Congreso Internacional de la Red de
Investigación sobre Metaficción en el Ámbito Hispánico (Université de Borgoña;
Faculté de Langue et Communication; Maison des Sciences de l’Homme de Dijon)
Cambio de vida: ser otro. La vida doble en las redes
El nuevo historiador no será humano.
J. P. Zooey, Sol artificial
A continuación vamos a ahondar en el estatuto digital de la imagen privada
y en las consecuencias para la identidad, para luego recalar en sus
consecuencias autoriales.
El reconocimiento social es una parte del proceso constructivo de la
identidad muy importante, y desde el primer momento constituye, como apunta
Honneth, no una libertad –como podría pensarse, en el sentido de fundar un espacio político de influencia– sino
todo lo contrario, una limitación:
“una persona o un grupo es reconocido mediante la aplicación de determinaciones
de cualidades o atribuciones de identidad que son experimentadas por las
personas o los miembros del grupo como restricción del espacio de juego de su
autonomía”[1].
Internet, como exponíamos en Pangea y
El lectoespectador, ha terminado con
esa identidad cercenada, plantea el reconocimiento en la forma berkeleyana del esse est percipi y propone una
posibilidad infinita de recomenzar el juego identitario y de reinventarse desde la otredad digital
(seudónimos o avatares) o desde la notredad digital (anonimato). Desde ese
punto de vista el ciberespacio aparece como un campo de juegos identitario
aunque el juego, en estos temas, suele ser bastante en serio:
En estos tiempos el hombre
disuelve su identidad de barro en fluidos perfiles informáticos. Deshace su
único nombre en múltiples nicks. Su sexualidad deviene en identificación
provisoria con emoticones mutantes. Y cuando el punto G se pulsa en un
joystick, en la pantalla explota extasiado un ser que no es ni hombre ni mujer.
El retrato estable se disgrega en granos de Photoshop hasta ser otro, y luego
otro, en constante devenir.[2]
El estatuto digital, por su volatilidad, por el hecho de estar sometido a
la dictadura de lo nuevo y estar marcado por la dificultad de concitar la
atención debido a la vastedad de la oferta, necesita ser continuamente
renovado. Uno debe actualizarse, contarse mediante updates o actualizaciones de su estado. Como ha explicado Raúl
Minchinela, “la narración mediante updates no es sólo una nueva
herramienta literaria: es un indicador de nuestro tiempo; el arma que
enarbolamos como la modernidad mientras simultáneamente nos borra el pasado
inmediato. Convertir tu vida en titulares te aplica el conocido adagio sobre
los diarios: no hay un periódico más viejo que el de ayer. Nos estamos quedando
sin historias. Eso cabe en un update”[3].
Erving Goffman describió
tempranamente en Presentation of Self in
Every Day Life (1959), los procesos performativos por los que nos
presentamos en público y nos singularizamos identitariamente. A su juicio, el
modo de re-presentarnos es muy similar a lo que sucede en la representación
teatral: “whatever it is that generates the human want for social contact and
for companionship, the effect seems to take two forms: a need for an audience
before to try out our vaunted selves, and a need for teammates with whom to
enter into collusive intimacies and backstage relaxation”[4].
Interpretación de un papel + interacción personal relajada, estos parecen ser
también los resortes que mueven la comunicación en las redes sociales. De
hecho, hay incluso aplicaciones informáticas que permiten la creación de una película del yo (http://www.timelinemoviemaker.com/) y de un museo de mí partiendo
de la información volcada en Facebook. En la descripción del programa The
Museum of Me (http://www.intel.com/museumofme/r/index.htm),
se lee: “Esta exposición es un viaje de visualización que explora quién soy”.
La impresión que intenta generarse en el internauta / consumidor es que tu vida
no sólo es novelable, como decían los
antiguos, sino que también es rodable,
convertible en espectáculo cinematográfico, y que es digna de guardarse en un
museo, como formas santificadoras máximas del egocentrismo de archivo.
El aspecto de la comunicación con
los demás apuntado por Goffman, incluso íntima, es más importante de lo que
parece. Ya en los primeros tiempos de Internet, Howard Rheingold declaraba que
la red “será asimismo un lugar en el que las personas frecuentemente terminen
por revelarse a sí mismos de una forma más íntima que aquella a la que les
invitan a hacer otras sin la intermediación de pantallas y seudónimos”[5].
Y así parece ser, recordemos el estudio antes citado de Lanchester sobre los
blogs y la descarada exhibición de intimidades que caracteriza la parte menos
literaria y más relacionada con el diario íntimo de la blogosfera. El resultado
de esta intimidad devenida exterioridad o extimidad
(Paula Sibilia) es la gestión de la subjetividad propia como si el individuo
fuese un Estado y las redes sociales el lugar de la gestión de sus foreign affairs. En este sentido, el
poeta e investigador Juan Andrés García Román escribió en Facebook una
reflexión crítica con notable carga de profundidad: “curioso que muchos
particulares emitan comunicados en plan: mis condolencias para... o expreso mi
malestar por... de repente todo el mundo es alto comisionado de las naciones
unidas por un minuto, ministros de exteriores de sí mismos”[6].
Un mal uso de las redes sociales puede potenciar, por lo tanto, la hipertrofia
de la personalidad. Estudiando el arte digital, Juan Martín Prada ha aportado
el concepto de “egología”; a su juicio,
Se trata de reclamar una democratización de las
posibilidades del yo expresivo, de la subjetividad que se hace pública, que se
muestra y exhibe, como catalizadora de otras muchas voces interiores que se
animarán a seguir ese ejercicio de un yo, dando palabra pública a la conciencia
personal que se expresa y se investiga, que se ensaya en la escritura, en la
colección e interrelación de cosas y aspectos que le interesan. (…) Propuestas
las del “blog art” que no dejarán tampoco de plantear intensos cuestionamientos
acerca de si el mundo es, como muchos blogs parecen mostrar, en su extrema intensificación
de la presencia de un ego, correlato de aquello que “percibo yo”, “siento yo”,
“creo yo”. [7]
La sublimación de ese narcisismo
electrónico tiene que ver no sólo con la exposición exhibidora de las dudosas
bondades del yo, sino también con un inflado del ego en aras de una mayor
influencia en los demás, sea con finalidad crematística o sentimental, como
decíamos antes. Es decir, todas
estas formas avatáricas de identidad trabajan lo que la pensadora María
Rodríguez Magda ha denominado el márketing
existencial[8]
o se amparan en lo que Paula Drenkard ha denominado “espectacularización de la propia vida”[9]. Algo de lo que los autores son
conscientes, como demuestra este explícito texto de la escritora mexicana
Cristina Rivera Garza:
En su lugar se ha
configurado el homo technologicus: un
ser post-humano que habita los espacios físicos y virtuales de las sociedades
informáticas para quien el yo no es ni secreto ni una hondura ni mucho menos
una interioridad, sino, por el contrario, una forma de visibilidad. Conectado a
digitalidades diversas, el technologicus
escribe esa vida que sólo existe para que aparezca inscrita en fragmentos de
circulación constante. Una extraña pero sugerente combinación entre el culto a
la personalidad y una noción alterdirigida del yo dentro de un régimen de
visibilidad total ha provocado que miles de seres post-humanos se lancen raudos
y veloces a transmitir mensajes escritos sobre lo que les acontece en ese justo
y pompéyico instante.[10]
[1] Y
continúa: “Esto significa que un reconocimiento normalizante no puede motivar
el desarrollo de una imagen de sí mismo positiva que conduzca a una asunción
voluntaria de tareas y privaciones decididas por otros”; Axel Honneth, “El
reconocimiento como ideología”, Isegoría
nº 35, julio-diciembre 2006 [pp. 129-150], pp. 141-42.
[2] J. P. Zooey, Sol artificial; Paradiso, Buenos Aires,
2009, pp. 42-43.
[3] Raúl Minchinela, “Las
actualizaciones y el sacrificio de las historias”, La Vanguardia, 16/12/2009.
[4] Erving Goffman Presentation of Self in Every Day Life;
Doubleday, New York, 1959, p. 206.
[5] Howard Rheingold, The virtual community: homesteading on the
electronic frontier; HarperCollins, New York, 1994, p. 27.
[6] Juan Andrés García Román en
su muro de Facebook, 13/08/2011.
[7] J. Martín Prada, “La ‘web
2.0’ como nuevo contexto para las prácticas artísticas”, en VV.AA., Inclusiva-net #1. Nuevas dinámicas
artísticas en modo web; Media Lab Prado, Madrid, 2007, pp. 18ss.
[8] R. M. Rodríguez Magda, La transmodernidad; Anthropos,
Barcelona, 2004, p. 153.
[9] “Desde
un planteo atravesado por el discurso psicoanalítico, retomando también el mito
de Narciso, uno de los síntomas que se suman a la descorporeización y a la
anteriormente mencionada “dispersión del yo” en distintos roles -vía las
pantallas y el mundo digital- es la espectacularización de la propia vida, la exhibición
de las máscaras mediante imágenes luminiscentes y planas, y al mismo tiempo el
goce de ver y verse en esa reproducción. Estamos planteando no sólo el fenómeno
del voyeurismo sino una repetición -como vuelta atrás, hacia adelante- de la etapa
especular de la constitución subjetiva que S. Freud (…) llamó narcisismo
primario y J. Lacan (…) estadio del espejo, en la que los sujetos quedan
“pegados” a la imagen del espejo-imago-”; Paula Drenkard, “El cuerpo estallado
o el espejo roto”, en Sandra Valdettaro (coor.), Mcluhan: plieges, trazos y escrituras-post; Universidad Nacional de
Rosario Editora, Rosario, 2011, pp. 97-98.
http://es.scribd.com/doc/76789612/eBook-McLuhan-Pliegues-Trazos-y-Escrituras-post-2
[10] Cristina Rivera Garza, “El
escritor en Ciberia”, El País,
19/11/2011, http://www.elpais.com/articulo/portada/escritor/Ciberia/elpepuculbab/20111119elpbabpor_3/Tes.
“Y sin embargo la identidad regresa aún en su versión mediatizada. Los roles y
los códigos de conducta no desaparecen sino que se adaptan a las
circunstancias. La identidad, esa enfermedad del nombre, no desaparece con la
aparición de los metamedia, sino que se flexibiliza: las redes sociales
explicitan como, lejos de ser una mónada autosuficiente, el individuo es un
campo de fuerzas modulado específicamente por los otros”; Ernesto Castro
Córdoba, “Mallas de protección. La codificación del yo en la Era Comunicativa”,
en VVAA. Redacciones; Caslon, Valladolid, 2011, p. 38.