Cloverfield o el manuscrito encontrado
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La técnica del manuscrito encontrado es literariamente muy rentable, y funciona bien a escritores que, como un servidor, descreen del decimonónico narrador omnisciente. El narrador omnisciente, ese personaje que lleva la carga narrativa en tercera persona, y que se mete en la sopa y en la cama de los personajes, así como en su conciencia, era un recurso un poco infantil para sostener la historia, y venía de la omnisciencia divina, por un lado, y en la creencia en un Yo sólido por otro, travestido en un Él capaz de contar una historia (o una vida, o el Mundo) por sí solo. El manuscrito encontrado enfrenta al lector directamente con los personajes y con la historia, y no hay más interlocutores que diversas formas técnicas de disolución del autor en la trama. Cloverfield, la película que vi anoche y que creo llega a España a principios de febrero, trabaja con los mismos materiales. En el trailer que pueden ver ahí arriba, y que yo vi en Córdoba antes de volver, pueden ya entender el mecanismo del asunto. No les contaré nada de la película, pero sí se la recomiendo a los interesados en procedimientos narrativos, en técnica cinematográfica, en recursos artísticos para contar una historia. Hay detalles técnicos absolutamente asombrosos, que demuestran que el cine ahora está aprendiendo a marchas forzadas de la televisión, que va por delante. Hay toda una historia referente al marketing viral de esta película que sería interesante examinar desde el punto de vista de construcción ideológica capitalista de un éxito, y que vuelve a pasar -como tantas cosas- por el uso discriminado de nuevas tecnologías. No lo duden, ya sé que insisto mucho en esto, pero es que cada día la realidad nos da nuevas pruebas: el que quiera saber lo que está pasando, el filósofo que quiera comprender nuestro tiempo, el escritor que quiera aprehenderlo, tiene que estar al tanto de lo que sucede en el entramado Internet-TV-publicidad-videojuegos-cine. Ahí se está gestando, para bien o para mal, nuestra Weltangschauung, la cosmovisión que dejaremos a nuestros hijos. Echen un ojo. Porque ellos se lo están echando a usted.
Ana Merino, Cell Mate; Harbor Mountain Press, Vermont, 2007
Lleva uno leyendo a Ana Merino desde su Adonais Preparativos para un viaje (1995) y es curiosa (y bastante singular) la evolución de esta poeta hasta sus últimos libros. Cell Mate es la traducción al inglés de su último poemario, Compañeras de celda (Visor, 2007). Después de leer ambos, quería escribir algo original, pero no puedo superar lo que ha escrito Edmundo Paz Soldán para la contraportada de la versión norteamericana: “en estos poemas están presentes todos los registros de Ana: el caprichoso unas veces, el atrapado otras. Ana escribe oscuras canciones de cuna, cuentos de hadas para mayores, y lo hace sin perder el sentido infantil de lo maravilloso”. La traducción de Elizabeth Polli es impecable y ajustada.
Lolita Bosch, Insólita ilusión, insólita certeza; Mondadori, Barcelona, 2007
Como Merino en poesía, tiene Bosch para la prosa una inquietante capacidad para desbordar edades. Este extraño y hermoso libro, de edición enriquecida por unas brillantes ilustraciones, puede interesar a personas de muy distinta condición y edad. Con una prosa hipnótica, sustentada en la frase breve y en la repetición, el libro desarrolla la corta anécdota de don Joaquín de la Cantolla, un aeronauta visionario que quiso construir un segundo Distrito Federal sobre la ciudad de México, mediante decenas de globos aerostáticos unidos. En realidad lo que se cuenta es el amor de Lolita Bosch por México y por su extraña condición mágica, que permitió a Cantolla soñar con un segundo México aéreo y a Rodrigo Fresán con otro subterráneo en Mantra (2001). Lo que toca Bosch lo convierte en magia, como el país, así que lean todo lo que salga de sus manos.
Y ya que hablamos de soñar, no estaría de más citar al menos Utopías e ilusiones naturales (El Viejo Topo, Barcelona, 2007), del pensador Francisco Fernández Buey, un elaborado e imprescindible estudio sobre el pensamiento utópico, que desde el Renacimiento y la isla Utopía de Tomás Moro ha tenido un lugar de singular importancia en el pensamiento occidental, sólidamente anclado en el imaginario de progreso indefinido de la Modernidad. Como explica el filósofo, “el concepto moderno de utopía ha nacido de la combinación de estas tres cosas: (a) La crítica moral del capitalismo incipiente (…) (b) el propósito de dar nueva forma, una forma moderna alternativa, al comunitarismo municipalista tradicional, a la reivindicación de la propiedad comunal; y (c) una vaga atracción por la forma de vida existente en el nuevo mundo recién descubierto (América, 1942)” (p. 9). Desde sus comienzos hasta la actualidad, pasando por los imprescindibles análisis de Manheim y Bloch, Fernández Buey reconstruye la La posibilidad de una isla, por decirlo con el título de la novela de Houellebecq, sin dejar de defender una utopía plausible en nuestro tiempo. Aunque pensadores como Frederic Jameson o Peter Sloterdijk hayan visto en la Posmodernidad el final de la posibilidad de utopismos al modo antiguo, Fernández Buey demuestra que desde la perspectiva del altermundismo, la antiglobalización y la preocupación por un mundo sostenible se puede seguir defendiendo hoy un modelo utópico, lo que también hacen autores como Eduardo Galeano, José Saramago o Jorge Riechmann, por ejemplo. Desde ese punto de vista defiende Buey la factibilidad de un pensamiento utópico que sólo tiene aplicabilidad, desde luego, dentro de una concepción limitada y no total, al modo renacentista, de utopía (pp. 295ss). En otro sentido, desde una postura más social y continuadora de la idea kantiana de ciudadanía, se ha defendido por José Luis Molinuevo la posibilidad de las utopías limitadas tras la expansión de las utopías digitales, en alguno de los ensayos incluidos en su sugestivo blog o bitácora personal en Internet, Pensamiento en imágenes. En suma, el ensayo de Fernández Buey es absolutamente necesario para constatar que otro mundo intelectual también es posible, incluso dentro de nuestro planeta ultracapitalista.
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