Antonio Orejudo, Los Cinco y yo; Tusquets Editores,
Barcelona, 2017.
Ojalá todas las autoficciones que uno debe leer por razones
profesionales fuesen como Los Cinco y yo:
más preocupadas por el afuera del autor que por su imagen propia; más centradas en contar que en contarse;
llenas de anécdotas e historias inventadas, o reinventadas, más sugerentes que
la narración del detalle autobiográfico refrito; repletas de ficción, de humor
y de ingenio; preñadas de autocrítica y de una visión nada complaciente ni
reconciliatoria de uno mismo; más orientadas a observar y describir las
conductas ajenas que las propias; bien escritas y ejecutadas, con solvencia
narrativa y no con gestos masturbatorios disfrazados de autocrítica hecha “con
escaso derrame seminal”, según el irónico verso de José Ángel Valente. El Toni
que protagoniza el relato sólo habla bien de los demás, sobre todo de ese
“Rafael Reig” a quien tanto quiere y admira, mientras que al discurrir sobre sí
apenas exhibe sus demonios, sus miedos, sus patologías y sus pequeñas miserias
y carencias. En algún momento se habla del ego como pequeño dictador, pero
Orejudo ha sabido empequeñecerlo, morigerarlo hasta la mínima expresión -en
este caso, la de hilo conductor de la
trama-. Las historias intercaladas que, al cervantino modo, desarrollan las
vidas plausibles de los protagonistas de las novelas de Enid Blyton, resultan
imaginativas siempre, verosímiles en unos casos y deliciosamente disparatadas
(p. 208) en otros. Los Cinco y yo de
Orejudo tiene todo eso y aglutina otras virtudes, como el dominio de los
registros y de su sana mezcla, el sometimiento del virtuosismo técnico a las
necesidades expresivas de argumento y personajes -característica en un autor
cuya aquilatada solvencia narrativa no precisa ya de exhibiciones gratuitas-,
y, sobre todo, la felicidad lectora de quien se asoma a este libro y queda
prisionero de un festín relator, imaginativo y bienhumorado, dentro de cierto
fatalismo senequista que presta a las páginas celebratorias un necesario
contrapunto reflexivo: la existencia entendida como una fórmula que no sabemos
leer (p. 120). Intento decir que, si bien Los
Cinco y yo no está al nivel de las mejores obras de Orejudo -que mejoran
cuando el autor se aleja de su entorno personal y universitario y se zambulle
en mundos más imaginados que recreados-, se disfruta como lo que es: una fiesta fría, donde los personajes
reunidos junto a la tarta de aniversario no pueden contener los tiritones
causados por la congelación del tiempo; pero es una cachupinada llena de
detalles, escenas y gestos de talento que atestiguan que estamos en manos de
uno de nuestros mejores narradores.
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[Relación con el autor: muy cordial. Relación con la editorial: ninguna]