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Raúl Quinto, Idioteca; El Gaviero, Almería, 2010
Lanzarse a la representación es lanzarse al vacío. Tras dejar atrás el absurdo o al menos limitado intento de mímesis, el artista se encuentra con que ha abandonado lo real sin tener muy claro a dónde tiene que llegar. El texto “El limón de Itten” de Quinto explora ese hiato y apunta a la angustia como forma de sintetizar la experiencia del artista que da el salto y se expone a la caída de la representación. Frente a otras caídas metafísicas en lo real narradas por la filosofía occidental, Quinto se centra en la caída en lo irreal, o en esa nueva forma de realidad en que la obra de arte consiste. “Y donde digo arte se entienda que hablo también de literatura, de estas mismas palabras que ahora estoy escribiendo” (p. 78). El libro de Quinto es un elemento extraño, situable en un difícil lugar entre la escritura angélica y la infernal. Su género, si tiene alguno, es la distopía cultural, el momento en que un libro comienza a preguntarse, tomándose a sí mismo por ejemplo, sobre los límites de la representación y la muerte de la cultura, o la cultura de la muerte. De lo mejor del año que acaba.
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La poesía española contada desde la narrativa
Una forma de acercarse a la poesía española del siglo XX puede ser a través de dos novelas recientes: Balada de las noches bravas, de Jesús Ferrero (Siruela, Madrid, 2010) y Aire Nuestro, de Manuel Vilas (Alfaguara, Madrid, 2009). Entre las dos se cubre casi todo el espectro de la poesía del siglo. Vilas se encarga en su mayor parte de los poetas que se quedaron en España (Dámaso Alonso, Aleixandre) y de los que se fueron al exilio americano (Guillén –de quien se toma el título del libro-, Cernuda, Garfias, etc.), mientras que Ferrero se centra en los que se expatriaron a Europa (el recién desaparecido Carlos Edmundo de Ory, Valente, Costafreda). Ambas novelas no pueden ser más distintas en todo lo demás. La de Ferrero, siguiendo su coherente línea narrativa, es una obra parcialmente autobiográfica que descansa en un tardomodernismo bien entendido, con momentos de gran brillantez y los alardes de erudición exótica que son una de sus características desde Bélver Yin (1981), mientras que Vilas se centra en una descacharrante autoficción posmoderna que continúa sus libros anteriores, sobre todos España (2008), del que puede considerarse una especie de continuación. Lo único que diría que tienen en común estos dos libros, amén de notable calidad literaria y de utilizar experiencias propias de los autores, es precisamente su admiración y respeto por la poesía de nuestro país, de la que constituyen un curioso testimonio histórico. No hay que elegir, les recomiendo las dos.
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Jimina Sabadú, Celacanto; Lengua de Trapo, Madrid, 2010
Es difícil saber cómo debe uno comportarse ante las operas primas. Hay quien dice que el crítico debe ser comprensivo ante la primera obra literaria de un autor. Otros, por el contrario, dicen que nadie está obligado a escribir, que los bosques no debieran estar destinados a convertirse en papel más que en casos justificados, y que no hay que ser más clemente con la primera novela de alguien de lo que solemos ser con el primer mueble de un carpintero. Entiendo las razones de los segundos, a quienes asiste la razón, pero uno tiene su sensibilidad y prefiere contarse entre quienes intentan no hacer demasiada sangre ante el debut o inicio de una persona en la literatura. Jimina Sabadú es una persona con talento natural, como ha demostrado en otras facetas de su diversa actividad, pero Celacanto no es una novela satisfactoria. He pensado en dejar de leerla en la página 20, pero he aguantado por responsabilidad hasta la 130, que creo margen razonable en una novela de 248 páginas, para saber si van a levantar vuelo la historia o el lenguaje literario del libro. En el caso de que eso ocurriese a a partir de la página 131, la novela tiene el no pequeño problema de que las 130 primeras páginas son aburridas, confusas, con una visión naif de la infancia y, por desgracia, de la narrativa. Esta novela, que tiene imaginación y mejora algo a partir de la página 90, debería haber encontrado encaje en otra editorial; intento decir con ello que no sólo es extraño que Celacanto haya ganado el premio Lengua de Trapo, sino que no está a la altura de una colección que ha publicado a otros autores mucho más cuajados e interesantes. Dicho esto, que es lo que pienso, creo también que hay un talento narrativo demostrado en algún detalle puntual que merece esperar a otros libros de Sabadú para ver si encuentra su cauce, tono y ambición adecuados.
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Otra literatura del agotamiento
[Vicenç Pagès Jordà, Los jugadores de whist; JP Libros, Barcelona, 2010]
Una de las últimas palabras de este libro es “acumulado” (p. 518), lo que no es casual teniendo en cuenta que el acopio es una de sus particularidades constructivas. En esta novela está contado –agotadoramente– todo lo que rodea a sus personajes, a su entorno urbano (Figueres), al Ampurdán, al año 1977, a los gustos musicales y cinematográficos de los protagonistas principales, a sus relaciones y nexos familiares, etc., etc., etc. Cuando se habla de canciones que contienen frases concretas, se documentan todas o al menos se dice el número total. Se narran también decenas de filmes sobre el adulterio, se alude a todas las tribus urbanas desde la movida hasta nuestros días, etc. Aparece también alguno de esos personajes barojianos de una línea (vgr., p. 495), sobre cuya pertinencia tanto han discutido los exégetas del autor de El árbol de la ciencia. El autor parece no poder, o no querer, renunciar a nada, lo que le lleva incluso a terminar el libro como si fuera un DVD, incluyendo escenas “eliminadas”, epígrafes descartados y un epílogo... o dos. Podría esto parecer una elección estética si el narrador no hubiera pasado todo el libro separando cuidadosamente lo que está in de lo que está out, lo que vale la pena de lo que no, lo que es contemporáneo de aquello que es basto, anacrónico y sin pulir. De modo que sí hay en Pagès Jordà una exigencia selectiva a la hora de forjar unos gustos, pero mucha menos capacidad de discriminación a la hora de poner la propia historia en el punto de mira de la (auto)crítica. El resultado es una buena novela, hecha con oficio e ingenio aunque sin demasiada pretensión artística, pero a la cual le sobran muchas páginas. Muchísimas. Hay un curioso debate reciente en los últimos tiempos sobre lo que sobra en una narración y lo que no (recuerdo textos recientes sobre este asunto de Eloy Tizón y de Juan Mal-Herido sobre este tema), pero aquí hablamos no de unas paginillas de más, sino de asuntos completos, de referencias históricas, de pormenores urbanísticos, sociológicos, musicales o arquitectónicos que pueden ser fascinantes para la reconstrucción histórica de Figueres… pero no tanto para un lector no ampurdanés. Los materiales “extras” de un DVD están fuera de la película por algo. Estar en el mismo soporte no significa estar dentro del proyecto artístico. En los libros debería pasar igual. Robert Juan-Cantavella, por ejemplo, colocó en una página web materiales de construcción procedentes de El dorado, y otro tanto hicimos otros antes con otros libros. El lector interesado en los detalles puede acudir a esas páginas o sobras, pero los demás son liberados de la obligación de atenderlas. Un autor debería ser capaz de distinguir aquello quo debe permanecer dentro de una obra y lo que puede quedar fuera de ella. La acumulación deja de ser una estética cuando roza el peligroso límite de la falta de criterio. Los jugadores de whist tiene unas interesantes doscientas cincuenta páginas que hay que espigar, por desgracia, entre un total de 530. Este defecto, que Sabato llamó agudamente en Heterodoxia literatura extendida frente a la literatura extensa, tipo Proust, que es algo muy distinto, comienza a ser un mal detectable en muchas novelas españolas últimas, que confunden mayor extensión con ofrecer más. Horacio recomendaba en su Poética dejar reposar los libros ocho años en los cajones para facilitar al autor reconocer todo aquello que les sobra de una simple mirada. Es cierto que ocho años de hoy no son como los de la antigua Roma, pero. Pero.
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[Relación con los autores: ninguna con Vicente Pagès, ninguna con Jimina Sabadú, ninguna con Jesús Ferrero, tengo cordial relación con Manuel Vilas y he mantenido correspondencia con Raúl Quinto. Relación con todas las editoriales aquí reseñadas: ninguna.]