domingo, 27 de noviembre de 2022

Tetraloquía de Aixa de la Cruz

 


Aixa de la Cruz, Las herederas. Madrid: Alfaguara, 2022.

Si pensamos la realidad actual como cuerpo, Aixa de la Cruz sabe pincharle los nervios más dolorosos, para que cante todo lo que sabe. Ella, que ha investigado académicamente sobre la representación ficcional de la tortura, sabe mortificar a nuestro tiempo para que diga algo parecido a la verdad.

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Las herederas, en principio, es una narración sobre cuatro chicas, dos pares de hermanas primas entre sí, que viajan a la casa rural que su abuela fallecida les ha dejado en su testamento. Pero ese planteamiento, que aúna azar vital y fatalidad socioeconómica, es apenas un jugoso punto de partida al que se le extraen todas las posibilidades imaginables y otras tan brillantes como imprevisibles. El argumento es lo menos importante de Las herederas, una obra caracterizada por una capacidad de ahondamiento psicológico janeausteniano, henryjamesiano, georgeeliot/maryannevansiano, nabokoviano o davidfosterwallaciano que no es habitual en la confusa selva de las novedades novelescas. Cada una de las cuatro psiques femenina presentes —y la ausente y fantasmática y quinta de la abuela— suponen sendos monumentos al cuidado constructivo y la riqueza de matices; riqueza apoyada en una prosa que conforme avanza la novela va creciendo y adaptándose metamórficamente a las progresivas exigencias de proliferación y capacidad plástica que requieren los mundos interiores de las mujeres recreadas.

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Un aspecto interesante de la novela es que el perspectivismo que utiliza de la Cruz determina una utilización sugerente de la voz narrativa; podríamos pensar que es una sola narradora (o narrador) quien nos cuenta todas las escenas bajo los diferentes puntos de vista de cada chica, pero el hecho constatable que los diálogos no sean exactamente iguales cuando son reiterados (basta ver las páginas 253 y 260), y que, dentro de una equivalencia semántica, mantengan diferencias en las intervenciones recogidas (confróntense la conversación entre Nora y Erica de las pp. 80-83 con la de las pp. 100-101; se supone que se trata de la misma charla, pero hay discrepancias), nos lleva a la conclusión de que no hay una voz narradora, sino varias. Cuatro voces que, con distintas variantes, nos cuentan historias similares.

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Quizá esa tetraloquía es el inteligente modo mediante el que la autora nos alerta de las fáciles manipulaciones de las que podemos ser objeto al leer un texto de cualquier tipo.

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O quizá, a la vista de la mención a los “multiversos digitales” (p. 258) que hace de la Cruz, estamos ante un perspectivismo singular: para explorar las psicologías de las cuatro mujeres, la escritora emplea unos imaginativos multiversos mentales; cuatro dimensiones psicológico-afectivas que coinciden sin imbricarse del todo en el mismo espacio-tiempo de una casa.

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Las herederas tiene una dimensión neorrural, pero excede esa etiqueta, situándose en la órbita de las narraciones geológicas recientemente explicadas por Cristina Rivera Garza; es más que una novela psicológica y no solamente es política; en realidad desborda cualquier marco al que queramos restringirla. El límite más estrecho que admite es el de novela, lo que equivale a reconocer que carece de ellos.

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Las cuatro mujeres protagonistas ven caer el muro de sus convicciones justo en el interior del Muro construido por su abuela para aislarse del horror de los demás. En sus órdenes personales se resquebrajan los asideros convencionales con la realidad y se abren a otras resonancias —salvo en el caso de Érica, que ya venía irrealizada y que se limita a variar de registro resonante, por usar la terminología de Harmut Rosa—.

El movimiento es similar al que la prosa de Aixa de la Cruz genera frente al realismo imperante; lo rasga desde dentro para encontrar otros órdenes, otros universos expresivos practicables. En ese sentido neoancestral —y sólo en ese sentido— su obra puede estar comunicada a través de las puertas de la percepción con ciertas obras de Cristina Sánchez-Andrade, Liliana Colanzi, Juan Cárdenas, Begoña Méndez o Andrés Ibáñez.

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Un análisis de la estructura de la novela delata el cuidado arquitectural con que ha sido concebida por la autora:


Cada capítulo está dividido en cuatro subcapítulos o secciones, cada uno de ellos dedicado a una de las protagonistas. El número de páginas que ocupa cada sección es muy similar respecto a los demás de su capítulo, de modo que hay un esquema métrico que articula la proporción. La finalidad de esta armonía igualadora, probablemente, podría ser la de enfatizar el valor relacional de los personajes, cuya relevancia reside más en su coexistencia que en su individualidad.

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La vibrante carga onírica y estilística de las páginas 219 a 227 demuestra que, como hemos explicado en otras ocasiones, las novelas actuales parecen buscar momentos alucinados —y alucinógenos, en este caso— para poder desatar por completo la potencia de la escritura libre de la razón, que alivia la estrechez del modelo mental realista. Por eso, además de la ruptura del realismo discursivo —que en de la Cruz se logra mediante la quiebra del narrador fiable y la desestabilización perceptiva de los personajes—, en la narrativa actual en castellano de todas las orillas pueden detectarse tantos delirios de distinto signo, tantas ensoñaciones o sueños nocturnos (p. 243), tantas enfermedades mentales, tantas borracheras, tantas despersonalizaciones, tantas fantasías o quimeras de los personajes, tantos traumas alteradores de la conciencia, tantos viajes lisérgicos y tan abundantes descripciones de catatonias, semiinconsciencias, estados neurolépticos, orgasmos visionarios, narcosis o momentos de entrada o salida del sueño: porque la prosa necesita respirar, porque la realidad no basta, porque el mundo es más ancho de lo que admite el costumbrismo.

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En conclusión, creo que Las herederas confirma lo que los lectores fieles de Aixa de la Cruz veíamos venir: que es una de las voces narrativas fundamentales de nuestro tiempo por talento estético, por su irreductible temperamento crítico y por la atractiva causticidad de su tono. 

 

[Relación con la autora y con la editorial: ninguna]

 

viernes, 18 de noviembre de 2022

Conversación sobre Circular 22 y otros libros

Aquí está el vídeo de la conversación que sostuve con Jorge Carrión sobre mi trayectoria literaria, especialmente sobre Circular 22, Teoría y Centroeuropa, en la sala cultural de Casa Seat en Barcelona, el pasado 4 de noviembre.

 


 

 



 

 

 

 

 

domingo, 13 de noviembre de 2022

Para leer La broma infinita

 

Los pasados 10 y 11 de noviembre se celebraron unas jornadas en la Universidad de Oviedo, dirigidas por Javier García Rodríguez, que tenían como eje central a David Foster Wallace, especialmente a su novela La broma infinita (Infinite Jest, 1996), considerada una de las novelas más relevantes de los últimos treinta años en cualquier lengua.

 


Yo intervine con una ponencia que espero que vea la luz junto a los otros textos resultantes del encuentro, y cuyos detalles prefiero, en consonancia, reservar. Pero me gustaría dar algunos consejos para leer la novela, cuya lectura recomiendo, por supuesto, encarecidamente:

 -Es preferible leerla cuando se disponga de un período de tiempo con varias horas al día disponibles, preferiblemente durante unas vacaciones. La lectura concentrada de la obra facilita la retención de detalles importantes, y ésta es una novela de detalles. Me dirán que es un consejo aplicable a cualquier obra, pero no todas las novelas tienen 1.200 páginas y 388 notas finales a tamaño de letra 8.

-Algunos "cartuchos" con grabaciones visuales descritos en La broma infinita parecen estar en blanco, pero en realidad lo que precisan es un aparato que los reproduzca a una velocidad concreta (ver notas 205 y 301). Es decir, para verlos tienes que ir a la velocidad adecuada. Con la lectura de la novela sucede igual. Ni se precipiten, ni se demoren. Además, hay partes más densas, sobre las que conviene detenerse y otras -como las ambientadas en el centro de rehabilitación- que pueden leerse a mayor velocidad. 

-Yo la leería con un cuaderno de notas al lado y tomando apuntes.

-Por un motivo que explicó Javier Calvo en las jornadas, y otro que expliqué yo, lo ideal sería leer Infinite Jest en el idioma original, en vez de la edición de La broma infinita en español. Pero hace falta un nivel de inglés al menos de C2. Yo la leí en español y luego me compré la versión original para releer algunos fragmentos y examinar la disposición de la novela, que sufre pequeñas, si bien decisivas, variantes en la versión traducida.

-Las notas al final no sólo son de obligada lectura, sino que algunas esconden claves para la comprensión de la novela.

-Una vez acabada, es conveniente comenzar de nuevo por el principio y releer, al menos, hasta la página 80. No sólo no le pesará hacerlo, sino que lo disfrutará mucho. De hecho, es una novela pensada para ser releída por completo.

-Si al terminarla la primera vez cree haber comprendido todo, seguramente no la ha comprendido. Pero si le sigue dando vueltas en su cabeza durante una semana o dos, cavilando y releyendo sus propias notas, puede que alcance algo parecido a una comprensión cabal de la historia. También puede informarse en los numerosos y conspiranoicos foros que la novela ha suscitado.

-Borja Bagunyà: “Creo que uno de los caballos de batalla de Foster Wallace era cómo salir de lo nihilista y solipsista de los posmodernos. Sus intentos constantes tenían que ver con la intención de agujerear la metaficción para que no se convirtiesen en textos que hablan de sí mismos. Eso ya se hizo en los sesenta y cuando él se sienta a escribir en los noventa sabe que simplemente ya no lo puede repetir".

-Infinite Jest es la última gran novela del siglo 20, y a la vez prefigura la narrativa de buena parte del siglo 21. Y también describe diversos problemas sociológicos que nos acucian y que Wallace anticipó con alcance visionario. Lamento ser tan terminante, pero lo digo como lo pienso: se puede saber de literatura sin haber leído La broma infinita, pero quien la ha leído adquiere un nivel de conocimiento literario distinto. No mejor, ni peor, pero sí distinto. Ricardo Menéndez Salmón dijo en las jornadas que, tras leer a David Foster Wallace, “es difícil volver a tu escritura indemne”. Y a tu modo de leer, añado. Porque aparece un rasero que antes no existía, una nueva vara con la que medir todas las novelas contemporáneas. Solo quien lo ha probado lo sabe.


 

sábado, 5 de noviembre de 2022

Los ojos nuevos del escritor desajustado geográficamente

En el último número de la revista Pasavento he publicado el artículo "Los ojos nuevos del escritor desajustado geográficamente". Es una reflexión sobre la mirada nueva y descontextualizada que, según los numerosos testimonios recabados -y mi experiencia personal-, adquiere la persona que escribe en una situación extraterritorial de cierta duración.

Puede leerse en abierto aquí o aquí.