sábado, 25 de enero de 2014

La literatura egódica



Esta semana comienza a distribuirse La literatura egódica. El sujeto narrativo a través del espejo (Universidad de Valladolid). A continuación transcribo una breve sinopsis de algunos de los temas abordados en el libro así como el índice del mismo.




SINOPSIS

El yo es nuestro amigo imaginario. Abundan los neurobiólogos, filósofos o escritores que sostienen  que el yo es una construcción; no una construcción “social”, como dirían los teóricos posmodernos, sino una construcción psicológica, interior, una especie de pequeña persona interpuesta, que la mente humana crea para gobernar, dialogando con ella, su psique y su conducta. Robert Musil, poco sospechoso de ser posmodernista, aludía al “instinto de construirse el yo que, como el instinto de los pájaros de construirse su propio nido, edifica su yo sirviéndose de diversos materiales de acuerdo con determinados procedimientos” (El hombre sin atributos). Esto significaría dos cosas: en primer lugar, la existencia de una partición interna, que genera un hiato; en segundo lugar, la capacidad de la mente de detectar esa distancia interior y convivir naturalmente con ella: “¿Cómo voy a saber lo que pienso hasta que no me oigo decirlo?”, comentaba E. M. Forster medio en serio, medio en broma; presten atención al “me” que utiliza el narrador británico y piensen sobre quién escucha a quién en su cabeza (la de Forster y la suya). Para algunos autores, esta segunda persona tiene consistencia subjetiva real; para otros, es una ficción interpolada que no sustenta nada detrás; para ciertos psicoanalistas, es la encarnación de la grieta o brecha existencial en que consiste la identidad. Se tome la postura que se tome, queda claro que el hombre conversa, machadianamente, con el otro que siempre va consigo. De ser coherentes, usaríamos siempre para expresarnos la primera persona del plural.

Esta composición dialógica de la personalidad tiene su rastro en las numerosas visiones literarias sustentadas en el desdoblamiento: el doble, la figura del extraño, los diálogos interiores, la paradoja de la autoficción (donde el escritor es y no es el protagonista), etcétera. Y el “lugar” donde más a menudo tiene lugar la conversación es, por supuesto, el espejo; ese azogue que aparece de forma continua y casi obsesiva en la literatura española contemporánea, esa superficie especular a la que se asoman los personajes de la narración para verse y hablarse, para reconocerse. Wittgenstein decía en sus Diarios que “lo que llamamos ‘reconocer’ es sólo una capacidad especial que podríamos perfectamente perder sin que por ello hubiera de considerársenos deficientes”, pero se refería a reconocer a otras personas; cuando la falta de reconocimiento se produce ante la visión reflejada de uno mismo el resultado es, literariamente al menos, traumático. Basta pensar en una novela aparecida después de publicado el ensayo, Los hemisferios (2014), de Mario Cuenca, donde la voz narrativa cambia de primera a segunda persona después de que el protagonista se dirija la palabra a sí mismo… frente a un espejo.

Si la narrativa española contemporánea fuese un solo libro, se parecería mucho al Lazarillo de Tormes, esa obra maestra cuya primera palabra es “Yo” y, sin embargo, es un yo con abundantes dudas de identidad. Por ello, La literatura egódica intenta reflejar, en sus variadas y metamórficas posibilidades, la aparición del sujeto narrativo ante el espejo: el doble, el otro, el notro, el yo autoficcional, el yo autonovelado, el yo metanoico y el yo rasgado o roto. Y también desea registrar los usos más habituales del espejo (desde los semánticos hasta los estructurales) en la narrativa española contemporánea, a través de los cuales el yo egódico (ego/dicere), el yo que se sobrenarra o se narra de más, es el protagonista central de buena parte de sus obras.

Para terminar, y por si pudiese servir de guía acerca del contenido del libro, reproduzco a continuación su índice:


ÍNDICE
Prefacio

I. INTRODUCCIÓN
I.1. Espejos y fracturas.
I.1.1.El problema de mirarse al espejo.
I.1.2. El espejo y la poética del resquebrajamiento.
I.1.2.1. La reflexión rota.
I.1.2.2. Los miedos de Borges.

I.2. La narrativa española reciente: breves notas de aproximación.
I.2.1. Apresurada historia.
I.2.2. Notas para una caracterización de la narrativa posmoderna española.
I.2.3. Ensayo de diagnóstico.


II. LA CONSTRUCCIÓN Y/O DESTRUCCIÓN SUBJETIVA A TRAVÉS DEL MOTIVO DEL ESPEJO.

II.1. Construcción identitaria.
II.1.1. Espejo y temporalidad.
II.1.2. El espejo retrovisor.
II.1.3. Con los ojos del espejo. González Sainz y la narrativa de la construcción especular de la identidad en Un mundo exasperado (1995).
II.1.4. Los demás como espejo.
II.1.4.1. El reflejo subjetivo como modo de reconocerse.
II.1.4.2. El espejo del amante.

II.2. Construcción del relato narrativo mediante el uso del espejo.
II.2.1. El espejo como método literario estructural.
II.2.1.1. Estructuralidad y simbólica.
II.2.1.2. El juego de espejos y el trompe-le’oil.
II.2.2. El espejo y el sueño.
II.2.2.1. Onírica.
II.2.2.2. El motivo del espejo a solas.
II.2.2.3. Los mundos detrás del espejo en la literatura contemporánea española.
II.2.2.4. El espejo mágico en La reina de las nieves (1994), de Carmen Martín Gaite.

II.3. Destrucciones y disoluciones de la identidad narrativa.
II.3.1. Multiplicidad y metanoia del sujeto reflejado. Su presencia en la novela Nadie me mata, de Javier Azpeitia.
II.3.2. Poéticas de la ruptura.
II.3.3. El espejo del esperpento de Valle-Inclán y su legado actual.
II.3.4. La metamorfosis como sustitución sucesiva de la identidad.
II.3.4.1. Descripción general.
II.3.4.2. Algunos ejemplos de metamorfosis en la narrativa reciente en castellano.
II.3.4.3. La metamorfosis en El amante bilingüe (1990), de Juan Marsé.
II.3.5. Tapar el espejo.
            II.3.6. Sujeto narrativo e inventario.

III. EL TEMA DEL DOBLE Y LAS FORMAS DE OTREDAD Y NOTREDAD EN NARRATIVA CONTEMPORÁNEA EN SU RELACIÓN CON DEL MOTIVO DEL ESPEJO.

III.1. Configuraciones literarias del doble en la Posmodernidad
III.1.1. El doble en la novela Laura y Julio (2006), de Juan José Millás.
III.1.2. La “bisolución” en el relato “Los invasores” de Eloy Tizón.

III.2. El espejo y el yo. El reconocimiento.
III.2.1. El síndrome Dorian Gray.
III.2.2. El reconocimiento en Detrás del hielo (2006), de Marcos Ordóñez.

III.3. Formas básicas en narrativa. La narrativa de autoficción.
III.3.1. Narcisismo narrativo y re/di/ab/solución del yo: la literatura egódica.
III.3.2. Autoficción
III.3.2.1. Sucinta descripción del “subgénero”.
III.3.2.2. Algunas autoficciones en la narrativa española reciente.
III.3.2.3. Conclusiones.
III.3.3. Autonovela
III.3.4.1. Nadja como precedente.
III.3.4.2. Autonovelas en literatura actual en castellano.

III.3.4. Más egotismos: dos palabras sobre narcisismo electrónico.

III.4. Nadie y notredad.
III.4.1. El Nadie social: del hombre de la multitud y el Odradek al notro de Mercedes Soriano.
III.4.2. El desgaste y la metafísica narrativa del lavabo


IV. CONCLUSIONES

IV.1. Explicaciones para una hiperpoblación.
IV.2. El sujeto vacío o problemático rellenado ficcionalmente como sujeto narrativo y poemático principal de la literatura española contemporánea.

 





lunes, 20 de enero de 2014

Llera Bonilla López Bringhurst Dobry





José Antonio Llera, Transporte de animales vivos; Aristas Martínez, Badajoz, 2013. Cuando me asomé hace tiempo al ensayo de José Antonio Llera Rostros de la locura. Cervantes, Goya, Wiseman (Abada, 2012), me sorprendió esta frase de la primera página: “Los ojos furiosos de Medea en el óleo de Delacroix brillan más afilados que la daga que empuña”. En aquel momento pensé que la frase parecía un verso, y la impresión se corrobora hoy tras leer este poemario de Llera, cuajado también de brillantes imágenes en prosa. La obra de Llera, que es muy personal pero a la vez recuerda a prosas hipnóticas como las de los Tres poemas de Ashbery o el Libro de los venenos de Gamoneda, tiene un potente lado salmódico que hunde sus raíces en el inconsciente, aunque sin caer en lo onírico más que en momentos muy puntuales (“Sueño”, p. 63). Es una poesía impura, donde referencias a clásicos de la literatura en varias lenguas (Llera es profesor de Literatura Comparada) se mezclan con plásticos y cámaras de fotos, en una mezcla afterpop que, no obstante, tiene más tensión hacia el sublime estético que hacia lo popular, sin olvidarlo: “Estás aturdido, poeta. Para no desplomarte apoyas el cuerpo en los contenedores y acaricias las pérgolas de acero. / Si la Verdad te ignora como esa dama a quien quieres tocar los pechos en las verbenas, si la naranja metafísica se convierte en zanahoria y tu sueño trafica con el plomo, prepara el torniquete o mézclate entre la multitud que espera su turno en el photo-call” (pp. 46-47).

Juan Bonilla, Una manada de ñus; Pre-Textos, Valencia, 2013. Nuevo volumen de los relatos de Juan Bonilla (Jerez, 1966), uno de los escritores españoles mejor dotados para el género. A diferencia de otros títulos del autor en que los relatos eran más independientes, Una manada de ñus muestra cierta cohencia interior: todos los cuentos están ubicados en un eje temporal próximo al de la infancia y adolescencia de Bonilla, y a su entorno geográfico (Jerez de la Frontera, Cádiz), lo que unido a la nomenclatura de de los distintos narradores parece indicar que Bonilla ha regresado a la autoficción. Decimos “regresado” porque Bonilla lleva utilizándola desde hace 20 años, desde la aparición de su primer libro de prosas, Veinticinco años de éxitos (La Carbonería,1993), y si bien la autoficción es hoy en día una plaga en las letras españolas, hay que recordar que Bonilla fue uno de sus primeros y más habituales practicantes. En consecuencia, su uso no responde a las modas sino a una coherencia estética sostenida durante dos décadas, pues también la ha utilizado en otros libros intermedios. De hecho, Una manada de ñus puede ser, a mi juicio –y conozco la bien la obra del jerezano– el libro más autobiográfico y “confesional” de Bonilla, algo extraño en alguien que ha utilizado el género autoficcional para esconder más que para mostrar la anécdota biográfica real. A destacar los relatos “Cuidados paliativos”, “El sol de Andalucía embotellado” y “Justicia poética”; en este último se hace un ingenioso rescate (y una justa vindicación) del poeta José María Fonollosa.

La estética de Edgardo Dobry muestra en Contratiempo (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2013), algunos puntos comunes con los expuestos arriba para Llera: erudición mezclada con referencias cotidianas, incluso chocarreras, como los titulares de un diario deportivo, sabia mezcla alto/bajo/cultural, menciones a otras lenguas (de las que Dobry es traductor profesional), etcétera. La poética de Dobry, una de las más interesantes de la actualidad, como ya dijimos en este mismo blog (aquí y aquí), ha pasado de cierto intelectualismo sustentado en el extrañamiento metafísico a un “extrañamiento próximo”, lo que significa que el personaje muestra su perplejidad ante todo lo que le rodea y se ampara parcialmente en la cultura para orientarse, sin conseguirlo. A pesar de esa evolución, señalada también por Raúl Zurita en la contraportada, hay líneas o afinidades entre las dos estéticas, como es natural: “era toda nuestra mitología / en una ciudad sin más historia / que una decrépita promesa de futuro” (El lago de los botes, 2005); “Bronceado de mitología / vuelve de la biblioteca // y ahora sabe que se puede / caer al cielo como a un pozo” (Contratiempo, p. 23). Y una preocupación objetual que ya estaba en poemarios anteriores (“Las cosas / escuchan, cuántas veces lo habré dicho”, p. 90). El resultado es un poemario nervioso, que reproduce los contratiempos vitales con contrapuntos antisublimes; un libro a ratos punzante cuya lectura no deja indiferente al lector.

Como aire fresco y saludable novedad en el mundo del relato breve podemos definir Los monos insomnes (Chiado Editorial, 2013), de José Óscar López (Murcia, 1973). Imaginación disparatada, desparpajo narrativo, humor y apuntes líricos, detalles de ingenio y finura expresiva coinciden en estos cuentos disímiles, extraños, donde perlas de poesía y brochazos sexuales, ciencia ficción y realismo descarnado conviven sin ningún problema, unidos por la singular mirada de su autor. Si “John Holmes y el nuevo mundo” puede recordar a “Johana Silvestri” de Bolaño (Llamadas telefónicas), “Variaciones del fin del mundo” nos trae a la memoria Ruido de fondo de Don DeLillo, y el extraordinario relato “El universo es un jardín a nuestro paso”, pleno de imágenes memorables, puede resucitar al mejor Stanislaw Lem. Un volumen desconcertante, con alguna caída (“El mal, la brevedad”), pero que el lector lamenta terminar, porque pocos autores como López tan indicados para llevarle a uno a lugares que no imaginaba que existieran y que agradece que hayan sido inventados.

Robert Bringhurst, La belleza de las armas; Kriller71 Ediciones, Barcelona, 2013.
No conocía la poesía del estadounidense Bringhurst (Los Ángeles, 1946), y debo decir que ha sido una grata sorpresa. Como sus paisanos Eliot Weinberger o Susan Sontag, Bringhurst es una persona preocupada por las más diversas culturas y los más distintos saberes; pero el poeta añade una encomiable voluntad de aprender lenguas, tanto las más habladas (inglés, chino, español, árabe), como lenguas muertas y otras insospechadas (navajo, cree, la lengua de Haida Gwaii), cuya cultura oral intenta preservar y, a su manera, reconstruir en ocasiones mediante la palabra poética. Su perspectiva antropológica y su inaciable inquietud convierten esta antología, seleccionada por él mismo, notablemente traducida por Aníbal Cristobo y Marta del Pozo y bien prologada por Nacho Fernández R., en una suerte de excavación arqueológica (de “arqueología del sentido” habla Fernández en su texto), que investiga en la profundidad del conocimiento humano a la vez que deja visibles las capas estratigráficas sobre las que se asienta la escritura. Las trazas indias y griegas, mexicas o mesopotámicas, nutren un discurso que –quizá por su riguroso asiento secular– logra el milagro de sonar muy contemporáneo. Como si Bringhurst hubiera conseguido encontrar una especie de denominador humano común (digámoslo así para no ponernos muy junguianos; La belleza de las armas invita a esa lectura, aunque el autor prefiere a Frazier y su La rama dorada, como puede verse en la página 204), una philosophia perennis que no pierde actualidad porque afecta a algún tipo de esencia o de sustancia (táchese lo que no proceda según ascendencias). Recomendable esta voz, que busca allí donde nadie supone que hay algo: “oscuridad bajo el alba, / oscuridad en el hueco de la mano; // dentro de la espina dorsal la oscuridad, la oscuridad / que hierve en las glándulas; // la arrugada lámina de oscuridad que se / aloja en cada fisura del cerebro; // la membrana / de la oscuridad que siempre se halla / interpuesta / entre dos superficies al cerrarse” (p. 101).

 .

[Relación del crítico con las editoriales: Abada, ninguna; Kriller71, ninguna; Pre-Textos es mi editorial de poesía; Adriana Hidalgo, ninguna; Chiado, ninguna. Relación con los autores: Ninguna con Bringhurst, amistad con Juan Bonilla; simple correspondencia sobre sus libros con Llera, Dobry y López]

viernes, 10 de enero de 2014

Los hemisferios




Mario Cuenca, Los hemisferios; Seix Barral, Barcelona, 2014.

El metal de su vida es como todos.
Y es igual aquél óxido,
y aquella rigidez en la mandíbula.
Si aún no se lo cree, haga la prueba.
Vuele al otro hemisferio.
Mario Cuenca, Todos los miedos (2005)

He leído que un filósofo llamado Petrón mantenía la opinión de que existían varios mundos tocándose los unos a los otros en figura triangular equilátera, en cuyo centro, según decía, se hallaba la morada de la Verdad, y allí habitaban las Palabras, las Ideas, los Ejemplos y representaciones de todas las cosas pasadas y futuras, rodeadas por el Siglo. Y en ciertos años, con largos intervalos, parte de ellas caían sobre los humanos como catarros y como cayó el rocío sobre el vellón de Gedeón; otra parte quedaba allí en reserva para el porvenir, hasta la consumación de los tiempos.
François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel

Lo que sigue no es una “reseña” de Los hemisferios. Prefiero hablar de la novela en diversos lugares, atendiendo a aspectos concretos de la misma; además, si usted ha llegado hasta aquí es porque busca un acercamiento a la novela, algunas pistas que le orienten respecto a qué puede encontrar en ella. Prefiero hacer esto último, pues nos referimos de una novela tan densa y variada que su exégesis global invita más al artículo de corte académico que a una recensión breve, que amputaría la mayoría de sus aspectos narrativos, filosóficos o psicológicos.

Los hemisferios es una novela baudelaireana, de correspondencias simbólicas y míticas entre sus dos partes, tituladas “La novela de Gabriel” y “La novela de María Levi”, que tienen algunas diferencias estilísticas –si bien no tantas como sugiere la contraportada–. La historia global o común de la obra cuenta de dos formas diferentes los similares acontecimientos y ansias que sacuden a dos arquetipos. El primero es representado por Gabriel en ambas novelas; el segundo está compartido por los tuertos Hubert Mairet-Levi en la primera y su claro trasunto Marie Levi en la segunda (lo que pudiera ser un guiño al Orlando de Virginia Woolf, que también vive a través de los tiempos con sexos diferentes). En consecuencia, es necesario enfatizar que no se trata de la misma historia contada por dos personajes (lo que remitiría a otros modelos como Durrell o Faulkner), sino dos arquetipos repitiendo papeles en dos historias distintas, que tienen “lugar” en dos espacio-tiempos distintos, conectados en algunos puntos (vgr., p. 45: “un colapso del presente y el pasado (…) el zumbido de la realidad saliéndose de su goznes”). Como en algunas teorías astrofísicas, Cuenca utiliza la hipótesis de dos mundos paralelos que se tocan en algunos “agujeros de gusano” narrativos, lo que nos remite a ciertos relatos de Borges u otras obras de literatura fantástica o de ciencia-ficción (The Legion of Time, de Jack Williamson; Eye in the Sky o Valis, de Philip K. Dick, o El mundo en la era de Varick, de Andrés Ibáñez), por no citar a la serie Fringe, cuyas últimas temporadas semejan en parte la construcción de Los hemisferios. En algún momento el autor parece indicar esta posibilidad de mundos paralelos: “O tal vez esté en ambos lugares a la vez, en una bilocación. Tal vez esté en dos tiempos que aspiran a ser un mismo tiempo y que a veces, cuando se rozan, escupen esquirlas de metal incandescente” (p. 111, véase también 130 y 192). Algunos detalles, como un cuadro basado en la Sagrada familia de Gaudí, son claves para entender la comunicación entre ambos espacio-tiempos.

Mientras que el narrador de la primera parte es Gabriel, un escritor que cuenta sus experiencias tras conocer a una mujer de corte mítico, la narradora de la segunda novela es más difícil de describir. Quizá se da una pista en la primera parte, cuando en la página 111 se habla de “una proyección de su propia culpa, su materia doliente derramada desde un proyector de la conciencia”. Marie parece estar instalada en una especie de limbo (puede ser la muerte, la inconsciencia del coma o simplemente otra dimensión posthumana donde la vida sólo tiene lugar como manifestación de la conciencia post-corporal; me inclino por esta última posibilidad). El problema es que Los hemisferios parece aquejada de lo que Ricardo Menéndez Salmón describía como “mal de los constructores” en uno de los relatos de Gritar (Lengua de Trapo, 2007): las deficiencias que procura la búsqueda de la perfección a cualquier precio, que puede derivar en malformaciones indeseadas e insospechadas. En este sentido, da la impresión de que la segunda novela ha sido “estirada” sólo para coincidir en número de páginas y número de capítulos con la primera. Mientras que “La novela de Gabriel” está perfectamente compensada y construida, manteniendo un altísimo interés y enorme calidad a lo largo de 270 páginas, “La novela de María Levi” se levanta sobre una estructura muy monótona, alternando escenas del presente y el pasado por turnos, y su contenido es a veces sobrante y repetitivo, alargando multitud de escenas que no siempre añaden algo sustantivo, por lo que a ratos se nutre de relleno especular. La lectura se hace pesada en esta segunda parte, a lo que se suma cierta sensación de déjà-vu respecto a personajes e historia. En mi discutible y personal juicio, “La novela de Marie Levi”, que tiene una narradora formidable desde el punto de vista constructivo, hubiese funcionado igual o mejor con la mitad de capítulos y páginas.

En otros lugares desarrollaremos otras cuestiones que abre la novela, entre ellos: los aspectos míticos de los personajes; su posible adecuación al marco narrativo conceptual de Le récit spéculaire (1977) de Lucien Dällenbach; el uso de estructuras abismáticas a partir de espacios “concéntricos” (p. 54), que se transmutarían en otros tantos niveles estructurales: la narrativa de las películas filmadas por los personajes, la narrativa de los acontecimientos de cada una de las novelas y el “Supremo Montaje” que englobaría ambas. También podría abordarse su composición fragmentaria, que la une a Boxeo sobre hielo (2007), la primera novela de Cuenca; la excesiva dependencia de la historia respecto de modelos anteriores, como el Vértigo de Hitchcock, y su vínculo con otras remediaciones contemporáneas; la sugerente definición de los personajes como revenants, que tiene en francés dos significados: “fantasma”, o aparecido, y “resucitado” o reaparecido, y las posibles reminiscencias de Solaris en la obra. O la posible adscripción estética a lo que José Luis Molinuevo ha denominado tecnorromanticismo, ya que la novela de Cuenca es decididamente postromántica: personajes desgarrados, movidos por un destino del que no pueden escapar; ligazón esteticista de amor y muerte; solipsismo; adecuación de la naturaleza al estado de ánimo de los personajes (p. 434); dobles y sujetos divididos; sublimes geográficos; construcción como “espiral de espirales” según la expresión de Schlegel[1]; existencia de fuerzas y conexiones ocultas entre todas las cosas, etcétera. Incluso hay menciones literales: “ella interpreta un personaje escapado de una novela romántica (…) una versión punk de las mujeres que podría haber adorado Novalis, o Byron” (p. 117), describiendo después sin citarla la característica estampa del Caminante sobre el mar de nubes (David Caspar Friedrich, 1818).



Hay muchas novelas dentro de esta ambiciosa novela de Cuenca, cuyos defectos se deben más a un exceso de ambición que a un defecto de talento. No hay esto último, pues Cuenca es uno de los narradores españoles actuales más capacitados, de cualquier edad. Termino con una reflexión que abre otra dimensión de Los hemisferios. Hemos dicho más arriba que la novela de Cuenca es baudelaireana, pero también es nietzscheana, en un nivel muy profundo y esencial: “Todo esto duró mucho tiempo, o poco tiempo: pues, hablando propiamente, para tales cosas no existe en la tierra tiempo alguno” (Así habló Zaratustra; Alianza, Madrid, 1994, p. 432). La página 178 de Los hemisferios, si se relee después de terminar el libro, ayuda a clarificar la novela y la circularidad del tiempo de la misma. En esta página se lee que Hubert “le habla a Gabriel sobre círculos, sobre el círculo del tiempo, sobre el tiempo circular, sobre el Apocalipsis, sus manos y su rostro bañados por el resplandor de los monitores. Dice que así será el tiempo posterior al Apocalipsis, un anillo, un circuito cerrado de vídeo, un bucle silencioso, en mitad de un desierto. Dice que el tiempo del fin del mundo será como una pantalla alzada sobre las dunas en la que proyectarán -¿quién, si ya no habrá seres humanos para hacerlo?- una rueda de imágenes tan hermosa como la que ahora él manipula sobre su mesa de edición (…) Qué será la muerte sobre una pantalla cuando ya no quede nadie para apreciar su hermosura. El cine, después de la extinción del último ser humano, qué será” (subrayado nuestro). Compárese con la última página de la novela, donde los posthumanos “avanzan como sonámbulos en dirección a una gigantesca pantalla sobre dos postes clavados en la nieve” (p. 536). El motivo por el que el “eterno retorno de lo idéntico” no queda del todo explicitado en Los hemisferios es el mismo por el que tampoco se detalla completamente en Así habló Zaratustra: “Esta idea es más bien aludida que realmente desarrollada. Nietzsche tiene casi miedo de expresarla. El centro de su pensamiento rehúye la palabra” (E. Fink, citado en el prólogo de Andrés Sánchez Pascual a Nietzsche, op. cit., p. 23). Sería terrible para los protagonistas, y quizá también para el escritor, constatar que todo va a tener lugar otra vez, que la mujer A o Primera Mujer va a reencarnarse continuamente, y que Gabriel y Hubert/Marie van a perderla siempre, van a amarla siempre sin llegar a poseerla nunca, van a intentar salvarla sin llegar jamás a lograrlo: “piensa que tal vez el objeto de su deseo tenga la potencia de regresar a la vida en un circuito perpetuo, cuántas veces a lo largo de la historia. Cuántas veces habrán amado, compartido y extraviado a la misma mujer” (Los hemisferios, p. 179; otros puntos de contacto con el libro de Nietzsche son los sueños simbólicos, las tarántulas, las transformaciones y la resurrección del episodio “La fiesta del asno”). La conclusión es que las criaturas que se dirigen hacia la pantalla alzada en la nieve, en la última página de la novela, son en realidad posthumanas (véase p. 287), de incorporeidad simbolizada por su carencia de ombligo, mentes liberadas de la ascendencia y el cuerpo que sobreviven más allá del fin del tiempo, canalizando el “incesante parloteo” de su conciencia (p. 289) y que contemplan en esa pantalla el cine/arte del futuro (p. 178), configurado como un simple “chorro de luz aún más pálido” (p. 536). No sé si con eso intenta decir Cuenca, desde una postura idealista, que la conciencia y el arte son las dos únicas manifestaciones humanas dignas de supervivencia y que lograrán atravesar, como la luz de las estrellas muertas (p. 286), la distancia que existirá cuando nosotros ya no existamos.



[Relación con el autor: amistad. Relación con la editorial: es una de las editoriales donde publico mis libros]


[1] Cf. Jean-Luc Nancy y Philiphe Lacoue-Labarthe, El absoluto literario. Teoría de la literatura del romanticismo alemán; Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012, p. 519.