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Me voy, me voy, me voy, pero me quedo
pero me voy, desierto y sin arena
Miguel Hernández
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Once upon a time there was a man who loved reading and being alone.
Douglas Coupland, Generation A
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El deber de un hombre solo es estar aún más solo.
Cioran
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La literatura mutante está llegando a su momento de esplendor. El momento más indicado para distanciarse de ella.
No quiero esperar a la llegada de su decadencia (que puede no producirse nunca, quién sabe) para alejarme. Es ahora, cuando los mutantes (o los nocilleros, o los afterpop, según gustos), gozan de plena atención, cuando son reclamados por las grandes editoriales, cuando comienzan a aflorar los lectores y el interés extranjero por sus propuestas, el tiempo que entiendo propicio para quedarme al margen, siguiendo un deseo interno que comencé a advertir antes del verano y que no había comentado a nadie hasta hoy.
¿Cuáles son las razones que me mueven? Para mí es difícil explicarlas, pero las resumiría en dos. La primera es que me he dado cuenta de que no soy agrupable, de que me resulta muy difícil como creador (y como crítico) mantenerme dentro de una relación grupal. Es un defecto mío, una incapacidad, pero soy así y me temo que me he estado engañando al respecto.
La segunda razón sería una creciente incomodidad. De un tiempo a esta parte tengo la sensación de llevar puesto un uniforme muy ajustado, un traje que me aprieta en exceso. El overol mutante no me permite ejecutar movimientos que antes me resultaban fáciles. Hace cinco años, al comenzar este blog, a nadie extrañaba que en él se dedicara un post a Joseph Conrad y otro a un narrador o poeta de actualidad. Esa es mi forma de ser natural, mi modo intelectual de respirar. Ignoro lo que ha ocurrido, pero de pronto advertí en 2008 cómo algunas personas comenzaban a extrañarse de que pudiese hablar de literatura mutante y acto seguido publicar un largo ensayo sobre Mallarmé. Cuando estas opiniones comenzaron a aparecer me sorprendían y me molestaban. Deduje que algunos no querían entender, deseando presentarme de forma metonímica, tomando la parte por el todo. A mi juicio su intención aviesa era convertirme en un crítico posmodernete que defiende a sus colegas, a pesar de las incontables pruebas documentales que tanto en este blog como en otras publicaciones dan testimonio de la diversidad y pluralidad de mis intereses y, sobre todo, de mis muchas y muy distintas apuestas por narradores no mutantes. Quizá en parte tenía yo razón; es harto probable que muchos de los anónimos y no anónimos que recibía, en comentarios y mails, viniesen de espíritus ciegos y rencorosos. Pero desde hace tiempo vienen llegando también advertencias y consejos de amigos, de lectores atentos y de personas que considero inteligentes. La incomodidad citada más arriba y estos comentarios bienintencionados me han hecho recapacitar al respecto, para darme cuenta de que acaso había algunos que no querían entender, pero también sucedía que yo no me he sabido explicar con la claridad debida. Desde hace meses soy consciente de que algo está fallando. De que no basta con ser plural, hay que demostrarlo. De que no basta con ser honesto, hay que parecerlo.
He cometido otro error más; uno que no me ha señalado nadie, pero que yo solo me apunto: VLM, el autor de dos libros que llevan la palabra “singularidades” en el título, el perenne defensor de la literatura de las excepciones, el paladín de las obras fuertes conformadoras del espíritu cultural de una época, va y se mete en un grupo. Hay matices en este hecho, sí: es innegable que el de los mutantes es un grupo de singularidades y de estéticas muy personales y diferentes entre ellas, pero había una paradoja en el fondo que ha terminado por situarme en una situación angustiosa. Una situación en la que he visto cuestionada mi independencia, aquella que me granjeó el escaso prestigio que ostento. Una situación difícil para mí porque, a pesar de tener buena relación con los mutantes (y en algunos casos afecto personal), comenzaba a sentir un rechazo hacia el grupo, no por culpa de ellos, sino por una pulsión interior, construida a base de intuiciones, dudas y pequeños desacuerdos. Una situación surrealista para mí, que ha tenido su clímax humorístico cuando, después darle vueltas a la idea de abandonar el grupo desde mayo, me encuentro este noviembre con un destacado en el diario Público (27-11-2009, pág. 38), referente al encuentro realizado la Casa Encendida, que reza: “Vicente Luis Mora (…) la cabeza parlante de todo esto”. Para mí queda lo que sentí al leer esa frase, que ha sido uno de los precipitantes de la decisión, aunque no el único. Los otros me los reservo para mí.
Quiero dejar claras algunas cosas: 1) tengo y espero seguir teniendo buena o cordial relación con todos los miembros del grupo. No se ha producido ningún distanciamiento personal que haya motivado mi decisión. 2) Sigo teniendo interés crítico en las muy individuales y diversas obras literarias mutantes; unas me gustan más y otras menos, eso sí. Hay libros de los mutantes que admiro y libros que no me gustan. Creo que es normal. También me sucede con Miguel de Cervantes. 3) Creo que la aparición del grupo mutante ha sido muy positiva para la narrativa española actual, y en cierta forma ha sido necesaria (lo que no era imprescindible era mi participación total; luego explico qué significa esto). A mi modesto juicio, estos autores han conseguido varias cosas relevantes: amén de un puñado de buenas obras, lo que no es poco, han sabido defender una literatura de riesgo (unas veces más acertada, otras menos), han ampliado el campo de batalla, han hecho regresar el debate estético sobre escritura narrativa, han atraído a lectores muy jóvenes (como pudo verse este fin de semana en Madrid), y han vuelto a poner la teoría y la innovación sobre el tapete de la actualidad. Han traído aire fresco, en resumen, a un panorama muy viciado, del que se salvaban sólo las pertinentes e innegables excepciones (a las cuales he dedicado espacio en este blog pero quizá, siendo autocrítico, no el espacio suficiente).
Ahora que lo pienso, quizá el problema no era participar en el grupo como crítico, sino hacerlo como crítico y autor –condición que me ha traído notables problemas añadidos, incluso internos–. Profesores, escritores y críticos que merecen todo mi respeto han defendido al grupo y/o han apostado por muchos de los autores, de modo que no he estado solo en mi apoyo teórico; pero quizá debí quedarme fuera como autor. No digo que sea inmoral ser juez y parte de un grupo literario; varios miembros del grupo del 27, del grupo de Bloomsbury, del grupo del Black Mountain Collegue, de la poesía del silencio o de la “escuela de Barcelona” lo fueron; digo que en mi caso la esquizofrenia me ha producido daños colaterales muy destructivos. No pasa nada. Todo el mundo puede equivocarse. Yo marro mucho porque arriesgo mucho, pero entiendo que en las contadas ocasiones en que acierto mi acierto será también contundente. Lo que sería imperdonable por mi parte es perseverar en el error. Opto por la tremenda: ya no seré ni escritor ni crítico del grupo. Necesito distancia. Necesito tiempo a solas. Esto no quiere decir que no vuelva a escribir sobre estos autores; simplemente escribiré de ellos uno por uno, como hice al principio, alternándolos con otros prosistas de edad similar a la mía que también valoro mucho y en cuya compañía podría estar como autor igualmente cómodo.
De un año para acá han pasado cosas en el grupo que han ido despertando mis alarmas. Todos los colectivos tienen “sus cosas”, claro, pero se han producido detalles, gestos, que han alertado mi sentido “arácnido” y me han ido poniendo cada vez más tenso e incómodo. Hechos que no me gustan nada y que nunca sabrá nadie, ni siquiera los miembros del grupo, porque los sentimientos privados son eso, privados, y ahora mi voluntad es de distanciamiento pero de alejamiento cordial y tranquilo. Nada tengo que reprochar a nadie, es una cuestión de elecciones personales. Al principio achaqué mi incomodidad a mi carácter quisquilloso; luego me he dado cuenta de que en cualquier grupo me sucedería lo mismo, al tratarse de una radical incapacidad por mi parte para compartir aventuras creativas en grupo, que acarrean algo que no sospechaba al principio: la aparición de una política grupal común, como la Unión Europea hizo aparecer de la nada una política exterior común europea. Y entonces se roza un terreno, el de la ética literaria, que siempre ha sido esencial y muy sensible para mí, y que he intentado llevar de una manera digna. Puedo haber cometido errores éticos, porque nadie es perfecto, pero he intentado honestamente localizarlos, corregirlos y compensarlos. La ética perfecta es para los santos; para las personas normales la ética es una actitud constante de búsqueda, una infatigable persecución. Me he dado cuenta de que esta incapacidad mía de externalizar parte de mi ética a un colectivo limita mi ámbito de colaboración con otros escritores. La única persona con la que puedo crear de forma sostenida es Javier Fernández, con quien escribí una obra de teatro y con quien desarrollo la work in progress El ansia de felicidad desde 1999, una obra de la que van saliendo “teselas” en todos nuestros respectivos libros y en algunas revistas. A pesar de ser también muy diferentes nuestras obras y nuestras psiques, hay un espacio estético común en el que Javier y yo nos entendemos a la perfección desde hace ya una década. Más allá me resulta imposible, según he advertido con dolor, hacer aventuras creativas grupales. Eso ha hecho que de manera progresiva –y en un angustioso silencio- me sintiera cada vez más extraño dentro del grupo de mutantes. Mis sensaciones me recordaban a las del personaje del poema “Ajeno” de Claudio Rodríguez, que supuestamente llega a su hogar pero sabe que “nunca habitará su casa”.
De modo que creo que ahora mi deber es salirme por la tangente. No salir en la foto. Escapar por la ventana ahora que al grupo se le abren todas las puertas de par en par. Puede que me arrepienta de hacerlo. Puede que no.
Para mí es el momento de la autocrítica, de la introspección y la soledad. Cuando, a lo largo de mi vida, he sufrido momentos de gran perplejidad y confusión, como el actual, no he encontrado más que un camino, que nunca me ha fallado: recluirme a estudiar. Toca volver al silencio. Amarrarse, como diría Góngora, al duro banco. Releer clásicos, estudiar teoría, fatigar volúmenes filosóficos y estéticos. Eso me ha hecho lo que soy (ya que, por desgracia, he tenido decenas de largos períodos de confusión y perplejidad). Mi hizo singular, para lo bueno y para lo mucho malo. Y nunca debí dejar de ser lo que soy. Es el momento de reflexionar, de reconocer los errores cometidos, de ser honesto con uno mismo para poder serlo con los lectores. Porque para mí los lectores, ustedes, vosotros, son o sois lo único importante, lo que lo mueve todo. Pido perdón por mis posibles equivocaciones, apuntando –eso sí– que siempre estuvieron movidas por la torpeza, no por una mala intención. Espero encontrar el camino que en algún momento dejé atrás.
Durante los próximos tres o cuatro meses en este blog no habrá reseñas de literatura española contemporánea. Sólo habrá posts de pura diversión personal. Tengo que volver a divertirme con esto; de otra forma no merece la pena. Habrá reseñas de otras cosas, de otras lenguas, de otras culturas, de otras artes. Cuando vuelva, seguiré con mi nueva costumbre de aclarar al final de las recensiones mi relación personal con el autor criticado y con la editorial. Creo que es algo sano para la crítica literaria y para que el lector no piense que se le toma el pelo. Pero eso será dentro de unos meses.
Desde que comencé este blog me he limitado a dar lo mejor de mí sin pedir nada a cambio. Por una vez les pido algo: paciencia y que me disculpen si mis errores han molestado a alguien. Gracias y hasta pronto.
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