El perpetuum mobile es un viejo sueño de los ingenieros desde el Renacimiento: consistiría en un aparato que funcionase por sí mismo, produciendo energía pero sin consumirla, o equilibrando sus necesidades. Siempre se sospechó que el movimiento perpetuo era difícil de lograr hasta que Einstein demostró científicamente su imposibilidad, por contradecir la Segunda Ley de la Termodinámica.
Los Ángeles es un perpetuum mobile si consideramos de manera metafórica el término, pues lo cierto es que no para de moverse. Sus demenciales autopistas no dejan de estar atestadas de coches, incluso de madrugada. El poeta Aníbal Núñez escribió sobre los Estados Unidos, partiendo del caso particular de una casa móvil en Chicago: “Aquí nadie descansa, aquí la vida / no se para un segundo. Las macetas / tiemblan en la terraza de la casa ambulante”. No pocas personas viven aquí de modo móvil, o nómada. Yendo para el aeropuerto, compruebo que en los aparcamientos de los grandes centros comerciales hay homeless viviendo en contenedores abandonados, y es frecuente que quienes no pueden costearse los altos alquileres de la zona habiten en caravanas aparcadas en cualquier lugar, o vivan en campings. El movimiento es consustancial a esta zona de llegada, inmigración y tráfico.
Escribo en el aeropuerto. El hallazgo inesperado de un poco de papel blanco para escribir me ha puesto de buen humor y súbitamente ha iluminado el entorno. Los niños me miran escribir a mano –no me traje hoy el portátil– y me catalogan como bicho raro: solo, vestido de negro, empuñando un punta fina como el que esgrime una navaja. Dentro de pocos años, me da por pensar súbitamente, nadie escribirá a mano en lugares públicos, quedando reservado tal ejercicio, como en la Edad Media, al cuidado de algunos monjes amanuenses, en cuyas manos quedará el futuro de la caligrafía manuscrita hasta un nuevo Renacimiento… o la extinción total de las humanidades.
Toda la iluminación del LAX International Airport es chirriante, kitsch, compuesta únicamente por llamativos neones azules, violetas, amarillos, tan chillones que no hace falta iluminación aparte. Me he traído libros para leer –esta costumbre durará algunas décadas más que la de escribir porque no supone innovación, porque no implica gente pensando ideas propias, y además incluye el gesto de haber comprado algo, un libro, y ser, en consecuencia, un buen capitalista, una persona de provecho–; abro los libros y leo, pero el resplandor de los neones es tan intenso, y sus colores tan variados, que sus tonos cambiantes se reflejan en las páginas y todo lo que leo, aunque sea del siglo XVII, parece estilísticamente posmoderno. A ver qué dice este libro, algo más reciente, que acabo de abrir: “la implosión de los sentidos produce una evaporación de los significados. Inspirándome en Walter Benjamin, podríamos decir que la historia es un cementerio de significantes vacíos” (1). Caramba. Parece que el libro y yo estamos en sintonía; en cierta forma, leerlo entre enormes palmeras de plástico, luces estrambóticas y cerca de un MacDonald’s es un ejercicio de impostura. Hay un agente de policía que se acerca y me mira mal, pero tiene aspecto hispano, y al decirle en español: “¿cómo va eso?”, sonríe ligeramente, dándose cuenta de que ambos somos inmigrantes en un país extranjero. Nuestra lengua común, por un momento, es una pequeña conspiración de resistencia. “Va bueno”, responde en español mexicano, y alarga la sonrisa un instante, justo hasta que ve acercarse a su compañero de ronda. Entonces me mira más serio, como diciendo: “voy a dejarle seguir escribiendo pero, por favor, no lo haga ostensiblemente. ¡Que hay niños mirando!”. Me guiña un ojo y se va. Vuelvo al libro, misma página, algo más abajo: “acaba el zigzagueo, era necesario para vertebrar el discurso”. Caramba.
De pronto me acuerdo de aquel verso de Wallace Stevens, que a Javier Fernández y a mí nos fascinaba tanto en la época en que traducíamos al poeta norteamericano: “la palmera del fondo de la mente”. Ahora noto cómo tiembla el misterio en la inmensa terminal de Salidas del aeropuerto internacional de Los Ángeles, y me pregunto qué pasaría si la palmera al fondo de nuestra mente también fuera de plástico.
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Notas
(1) Iris M. Zavala, "La injuria, la palabra poética, la realidad: Lacan y vuelta a la metáfora", en M. Escalera Cordero (coordinador): La (re)conquista de la realidad: la novela, la poesía y el teatro del siglo presente; Tierradenadie Ediciones, Madrid, 2007, p. 70.
Fotografías: VLM
14 comentarios:
Observo que el círculo se extiende anchamente, de afuera hacia dentro, de las afueras hacia los adentros o tal vez de una antípoda a otra.
Saludos.
Mmm discrepo a la desaparición de la escritura a mano... En el anterior post tu mismo queria poder anotar los libros...
El papel es quien perderá la batalla en el uso diario... Aunque los archivos aun le tendrán mucho cariño durante mucho tiempo...
En cuanto a las palmeras... quizá haya unos cuantos engendros por ahi con plástico al fondo de todas sus ideas
"La poesía, despojando a las palabras de su significado, revela su sentido"
Ernst Junger
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Estoy con Christian Supiot: también discrepo sobre la desaparición de la escritura a mano. Aún es demasiado rápido y barato si lo miramos con criterios económicos -otro asunto son las wacom-. Y en cuanto al papel, casi se gasta más ahora que antes, pero también se recicla más. Es probable que acabe desapareciendo en muchos estratos laborales, del mismo modo que ya se fabrican resmas enteras de plástico (con tacto de papel, que no se pueden rasgar con las manos, o baldosas de cerámica con acabados muy convincentes de madera, incluso con la temperatura esperable en un tablero de haya), pero en fin, tiempo al tiempo. La tijera gira y corta lo que tiene a la vista. Un saludo.
carlos maiques
Excelente me parece la intro. El ejemplo paradigmático de como utilizar el discurso científico en su justa medida y bien documentado. Y conecta muy bien con el contenido (me lo apunto p'aprender). El resto del post muy interesante, aunque yo lo tomo más bien como metáfora SF (seguramente esté equivocado).
Un saludo.
Me alegra que hayas venido a Los Ángeles y haber continuado la conversación en el corazón de Hollywood. Tu conferencia me ha dado cosas en qué pensar, además de una interesante lista de libros por leer. Habrá que seguir el diálogo.
Hace un par de días puse enlaces a tu blog desde el mío, bastante abandonado últimamente. Y más tarde pienso mandarte algo por correo.
No dudo que existan palmeras artificiales —y panópticas— en esta urbe inventada. Mike Davis dedica buena parte de su fascinante “City of Quartz” a la reinvención romantizada de la costa mediterránea en estos pagos más bien desérticos.
Muchos saludos.
¿Cuál es ese poema de Aníbal Núñez? la verdad es que no me lo imagino en Chicago...
"This is a plastic age ,man, a plastic age, " pero en el fondo de la mente debería haber algo más resistente y al mismo tiempo más frágil que el plástico. Ahí es donde encajan las prótesis, donde uno se sorprende y dice "caramba", donde vemos vacío, sociología y...lo inefable, lo más necesario.
Saludos.
Pues yo estoy más con Vicente sobre la desaparición de la manuscripción, sustituída a ojos vista por la dactiloescritura vía móvil u ordenador. No será desaparición total, pero si un relegamiento a círculos de "amanuenses" o "escribas".
En cuanto al papel, es cierto que se consume en cantidades ingentes. No hay más que ver las campañas publicitarias, el diseño de imágenes corporativas y las campañas electorales. Pero no se consume tanto para escribir a mano como para ingresar en la impresora, la fotocopiadora o la imprenta. Y en muchos casos, más que PAPEL es un simulacro.
[...]“voy a dejarle seguir escribiendo pero, por favor, no lo haga ostensiblemente. ¡Que hay niños mirando!” .Genial. Me recuerda un chiste de Forges: un preso le dice a otro -¿Tú por qué estás aquí? -Por "proxelecta"-responde el otro, -Y ¿qué es eso?, -Intentar que la gente lea-, -Jo, macho, se te ha caído el pelo-.
Si la palmera al fondo de la mente fuera de plástico ¿nos quedaría su sombra para refugiarnos en ella, su sombra al menos, para salvaguardar el misterio?.
Poema de Aníbal Núñez: "Una casa ambulante, Chicago", Obra poética, I, Hiperión, 1995, p. 132.
Gracias, Román, créeme que debemos seguir en contacto, yo aprendí mucho también en mi charla posterior con vosotros. Saludos y hasta ya mismo.
Lo peligroso es el punta fina, me temo.
Saludos
Sí, yo también creo que la escritura a mano quedará reducida a esos escasos contactos íntimos en que queramos desprendernos del film plástico que nos acabará envolviendo a todos y dejar intuir algo real de nosotros mismos con un par de trazos espontáneos.
Hola Vicente,
Tu post me ha recordado a mí mismo cuando vivía en LA. De hecho, creo que en algún fragmento de mi primera novela definía esa ciudad como perpetuum mobile. Y mi propia imagen escribiendo (a mano, ya a principios de lo 90 los portátiles eran cualquier cosa menos portátiles, y un lujo que no podía permitirme) en medio de ese flujo continuo es una de las que más a menudo me vienen a la mente cuando pienso en aquellos años.
Por cierto, lo de escribir en público siempre ha llamado la atención en LA. Sólo en los cafés atiborrados de estudiantes (que empezaban a aparecer entonces, en la era pre-Starbucks) no resultaba chocante ver a alguien escribiendo. Supongo que esto es debido a que escribir es un acto solitario y los norteamericanos están poco acostumbrados a los actos solitarios en público (ya llevas tiempo suficiente como para haber experimentado lo raro que les resulta que alguien vaya a comer sólo a un restaurante -sobre todo a uno caro- o a ver una película al cine). Probablemente, escribir a mano se ha convertido en una de los actos íntimos por excelencia (la exclusión deliberada de esa ventana al mundo que es el ordenador): algo que, como apuntas, comienza a ser una actividad cuestionable en presencia de niños...
Ahora tengo que salir para un sitio llamado El Rito, en el norte del Estado, Germán, pero a ver si luego te escribo porque creo que esa concepción de la figura solitaria ha cambiado bastante en los Estados Unidos durante estos años. Abrazos.
Hola otra vez,
Me alegra poder acompañarte en esta excursión californiana, aunque sea desde la distancia, y me satisface que la concepción de la figura solitaria haya cambiado (aunque es cierto que eso ya no sucedía en NY, por ejemplo). Es muy probable que no me haya dado cuenta porque en mis últimos viajes a LA siempre he ido acompañado.
Reflexionando sobre tus comentarios he regresado a donde no volvía desde hace casi una década: las páginas de mi primera novela. Con tu permiso y sin que sirva de precedente, cuelgo un breve fragmento muy "circular" de entre los muchos dedicados a LA en "El espacio aparentemente perdido":
"Su personalidad es su impersonalidad; su fuerza, su naturaleza heterogénea, la dispersión, el equilibrio inestable entre lo centrífugo y lo centrípeto. El hombre desnudo enfrentado al movimiento desnudo"
Un abrazo.
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