El dj como coreógrafo de masas
La escritora catalana Jo Alexander publicó con apenas 19 años una novela titulada Extrañas criaturas (Grijalbo Mondadori, 1998). No recuerdo gran cosa sobre la novela, para ser justos: me pareció una obra demasiado apresurada, y la propia autora declaró al publicar su segunda obra, trece años después, que estaba llena de errores. Sin embargo, Extrañas criaturas tenía ciertos valores sociológicos; digamos que, como las primeras novelas de Bret Easton Ellis, leía muy bien ciertos ambientes de su época. En el caso de Alexander ese ambiente era el de las discotecas y clubes nocturnos, describiendo muy bien cómo el DJ o pinchadiscos se convertía en una especie de gurú de la noche y en el conductor de los demás, al guiar el movimiento de las masas agrupadas para divertirse bajo el ritmo marcado por él. Una especie de Petronio musical que podía poner de moda una canción, o alterarla o crear una nueva sampleando trozos de otras. El dj presentado como coreógrafo, como pastor de masas que danzan frenéticamente, pero sin moverse del mismo espacio: el metro cuadrado de espacio bailable. La discoteca como lugar de encuentro, con sus ritos de incorporación, permanencia y también de salida: “yo tenía ya los cuarenta y pico tacos, así que una vez dentro veía cómo la gente, en lugar de mirarme mal, como en el resto de discotecas de Madrid, me colmaba de miradas de respeto” (Miqui Otero, Hilo musical; Alpha Decay, Barcelona, 2010, p. 233). Los pubs y clubes nocturnos como emplazamientos en que, como señaló tempranamente Pedro Maestre en otra novela sociológica, Matando dinosaurios con tirachinas (Destino, Barcelona, 1996), comparten de forma simultánea su tiempo de ocio personas de dos y hasta tres generaciones distintas, no sin evidentes demarcaciones territoriales.
Escena de la discoteca en Abre los ojos de Amenábar
http://www.youtube.com/watch?v=Ujngooxc2x4
Vida diurna, vida nocturna
Este año han aparecido dos novelas breves centradas o localizadas en un ambiente similar, distintas no sólo de Extrañas criaturas sino también muy distintas entre sí, a pesar de ser jóvenes sus tres autores: Electrónica para Clara (Lengua de Trapo, Madrid, 2010), de Guillermo Aguirre, y Exhumación (Alpha Decay, Barcelona, 2010), escrita por el hasta ahora sólo crítico literario Antonio J. Rodríguez y la poeta Luna Miguel. En ambas se puede asistir a las “Guerras entre Hades y Eros. Entre los Muertos Vivientes por la Música de Club y las milicias que defienden los Viejos Valores del Humanismo” (Exhumación, p. 7), por cuanto se advierte una tensión entre el goce vampírico de la vida nocturna, caracterizada en las novelas por el desenfreno y el consumo de drogas para evadir la realidad, y el mundo diurno y humanista de la literatura como modo de recrear la realidad o de ahondar en ella. Hay en ambas obras una tensión dialéctica entre el tiempo y el pasatiempo, el disfrute estético y el disfrute corporal, la profundidad y la superficie: “Querida, no puedes seguir siendo profunda sin superficie” (Exhumación, p. 15); “la superficie es superficie hasta que algo la cubre: ahora es fondo” (Electrónica para Clara, p. 64). Imagino que la disputa es idéntica a la sufrida por los propios autores, que conciliarán su vertiente de humanistas con la de jóvenes aún en edad de derrapar, si bien adquiriendo ya velocidad de escape. En cualquier caso, esta contradicción visible en los personajes de ambas novelas no es muy diferente de la que sufre el hombre contemporáneo, al menos si atendemos a la definición de Daniel Bell del individuo productivo: “la corporación mercantil necesita un individuo que trabaje duro, siga una carrera, acepte la gratificación retardada –que sea, en el sentido más crudo, un hombre de organización. Y aun así, en sus productos y en su publicidad, la corporación promueve el placer, el disfrute instantáneo, la relajación y el dejarse llevar. Uno debe ser recto durante el día y un trombo de noche”[1]. En el mismo sentido que Bell, escribe Lipovetsky: “el hipercapitalismo aparece acompañado de un hiperindividualismo acentuado, legislador de sí mismo, unas veces prudente y calculador, otras desordenado, desequilibrado y caótico”[2]. Uniendo estas citas teóricas con el contenido de las novelas, algo que nos permitimos hacer por cuanto ambas reflexionan sobre la condición económica de los personajes y su relación con el ocio (en Electrónica para Clara se apela en ocasiones a la naturaleza “basura” de los contratos laborales de los protagonistas y en Exhumación al mito del “trabajo satisfactorio”, p. 14), podemos colegir que las discotecas serían también el lugar donde se hace ostentación del estatus social alcanzado (los reservados V.I.P., a los que se hace referencia en Exhumación), o donde se neutraliza la agresividad generada por no alcanzarlo mediante el baile en trance y la evasión lisérgica. Sí, también hay gente que va a los clubes a divertirse en su tiempo de ocio, por supuesto, pero aquí no hablamos de la vida real sino de su recreación en dos novelas concretas, y en ambas se advierte esa oclusión de lo diurno en pura entropía, así como una insistente tendencia de los personajes a apurar la noche, a disfrutar del carpe noctem (Aurora Luque dixit) hasta el extremo (los hogares en Electrónica para Clara son “aftercasas”); y por ello me atrevo a decir que ese exceso tiene algo de sociológico en las dos novelas, y apela a un modo de total desesperanza o de vacío absoluto de los personajes que se intenta colmar, infructuosamente, mediante la experiencia amorosa.
Hay otros tres elementos que poseen en común las dos novelas: Madrid como espacio narrativo, la metaliteratura y la música electrónica.
Madrid
Las dos novelas llevan a cabo operaciones de desplazamiento respecto a Madrid como espacio narrativo. Antonio J. Rodríguez, uno de los autores de Exhumación, dedicó en uno de los últimos números de Quimera un artículo a las visiones narrativas de la capital española, artículo que por desgracia no tengo a mano en el momento de redactar estas líneas. En Exhumación el proceso de presentación de Madrid se dirige a producir el extrañamiento, distinguiendo entre una parte de Madrid, el centro, y las demás. En todo caso, la visión es casi postapocalíptica: “a ambos lados de la autopista, el suelo viscoso; temblores tectónicos. Caravanas, camiones, aeronaves de Troya que se agolpan a las puertas de Madrizentro, inmovilizados por horas, resisten la tormenta para abandonar el búnker del que provienen” (p. 55). Suponemos que en este caso se intenta reflejar en la geografía urbana la desestabilización y el exceso que reinan en "Rostro expresivo", la discoteca en la que se desarrolla el grueso de la acción, enlazando con la entropía interna a que arriba hacíamos referencia.
En Electrónica para Clara la reorganización literaria de la urbe es más profunda, y guarda un paralelismo directo con la psique de los personajes. Guillermo Aguirre imagina a Madrid como un archipiélago, una idea que no es nueva (“la geografía de Madrid es una cosmogonía; una galaxia de varios sistemas solares que sólo tienen en común su movimiento sincrónico y unidireccional. Madrid no se ensancha, sólo abre nuevos compartimentos. […] Barcelona es una isla. Madrid un archipiélago”; VLM, Circular, 2003), aunque es cierto que nadie la ha llevado tanto a sus últimas consecuencias como Aguirre. En su novela los barrios capitalinos son islas, las avenidas arenales u orillas, las calles canales, las motos motoras y quizá en todo momento el propósito es reflejar lo que tiene de separación y de incomunicación la organización de cualquier ciudad en general y de Madrid en particular: “el sol atiza, contrae las maderas de los edificios que se caen esporádicamente o arden por combustión espontánea. Sus capiteles, ígneos, se tornan emblemas de leyenda. Se vuelven a cambiar carteles, se anuncian nuevos conciertos, nuevos colores, elecciones, los locales vuelven a cambiar de nombre, el jueves uno, el viernes otro, el sábado otro más: cambian de islas. La ciudad se extiende así sobre su archipiélago” (p. 38). Como hemos apuntado antes, esta deslocalización es paralela a la sufrida por los personajes. Aunque viven juntos durante buena parte de la novela, Clara y sus compañeros de piso parecen separados por muros insuperables que los convierten en islas unos respecto de los otros. El autismo emocional de la protagonista, y su incomunicación absoluta con Jonás, el narrador homodiegético de la novela, es un trasunto perfecto de la condición insular y muda de las psicologías y afectividades en juego. Todo lo contrario de Exhumación, donde es la búsqueda de la afectividad entre Amanda y Djuna lo que mueve todos los resortes narrativos de la trama, y en realidad lo que mueve el curioso dispositivo sociopático, maquinal, solipsista y anhelante de afecto de Djuna. Exhumación es un extraño cruce entre Deseando amar (2000) de Wong Kar Wai y La venganza de los zombies (1943) de Steve Sekely.
Metaliteratura
“¿No crees que sería hora de recuperar la fábula en la narrativa española contemporánea, en lugar de tanta semiología y tanta hostia?”[3] (Exhumación, p. 49).
“¿Qué ocurre cuando un componente entra tarde en la acción narrativa? ¿Qué, cuando la sal se derrama a deshora sobre el plato, cuando, dentro de la armonía del tema, se incluye, ya casi al final, un elemento nuevo en fuga o contrapunteado? Presiento que el lector, el comensal, el oyente, se preguntará por la arquitectura del conjunto, sentirá el riesgo de que todo se rompa (…) o que, por el contrario, la historia salga fortalecida” (Electrónica para Clara, p. 118).
Música electrónica
En las dos novelas la presencia de la música electrónica tiene su importancia. En Exhumación es definida como un “himno psicótico” (p. 35); algo no dirigido a estremecer sino a mover: “recuerdas que cuando eras pequeña la música electrónica te parecía creada por el mismo diablo. Te daba miedo. Ahora todo vuelve a retumbar. Como un arsenal de Bomba Mills contra el suelo” (p. 40). El grupo o masa de los danzantes ejecuta su coreografía, dirigida por el dj y regida por la ajenidad del que la contempla desde fuera sin estar integrado en el rito: “realizan extraños movimientos con los brazos, todos al mismo tiempo, con la misma lentitud en la expresión, así, como si de un ritual se tratara: un nuevo baile terrible y embrujado. De la música difusa emergen sonidos geométricos” (Exhumación, p. 44). Es decir, hay que dejar en ser en parte uno para ser parte del trance; no es casual que el dueño de la discoteca diga sin contemplaciones: “aquí no queremos humanos, queremos máquinas de ritmo.” (Exhumación, p. 38), aclarando que el fin es desindividualizante, despersonalizador, maquinal. De nuevo en Exhumación prima o rige la visión teórica, sociológica, sobre la narrativa: se describen los fenómenos, pero no se encarnan. Los personajes no sólo son máquinas de ritmo, también son máquinas de texto. Esto no es un demérito, sino una opción retórica que el lector debe tener presente.
Mientras que en Exhumación la electrónica es externa a la narración, ya que la epilepsia estructural hay que buscarla, como luego veremos, no sólo en modelos musicales sino también narrativos, en Electrónica para Clara es interna, asociada estilísticamente a ella desde el título del libro. A pensarlo invita no sólo el explícito epígrafe de Stockhausen con que la novela se abre, sino algún delator párrafo central: “tal y como los diversos sonidos entran en la sesión, como lo hacen los elementos narrativos en la base de la ficción, de ese mismo modo las personas salen y vuelven como agujas en la trama de una vida” (Electrónica para Clara, p. 149). Las palabra son el sonido electrónico (el del ordenador, el de la impresora al ponerlas sobre el folio), y “el silencio –ese espacio en blanco entre un golpe de percusión y otro-” (p. 54). De nuevo las palabras como ruido sobre la página, el silencio como espacio blanco, mallarmeano, en una pervivencia más de lo moderno en nuestros días. Pero no todo es metaliteratura, también se describen los ritos de la música electrónica de un modo curiosamente tardomoderno, frente al descarado posmodernismo de Miguel y Rodríguez: “existía algo llamado subidón. La música se alzaba repentinamente, se sumaban ritmos y se añadían bases, los elementos de la sesión electrónica (sonidos pregrabados, florituras añadidas, samplers, repeticiones, golpes de percusión) sonaban en conjunto, la orquesta en total en un mismo instante” (p. 101). Esta descripción de Aguirre está más cerca, pongamos, de la delicada y precisa representación de la música realizada por Thomas Mann en La montaña mágica (1924) que de la reconstrucción de una experiencia techno en los primeros años del 21. La prosa sincopada de Miguel y Rodríguez está algo más próxima al objeto descrito aunque, en todo caso, son elecciones estilísticas y cada una, imagino, puede encontrar sus lectores. Sin embargo, aunque ninguna de las dos narrativas tiene el estilo geométrico y aritméticamente creciente de la música de baile, Electrónica para Clara sí toma de ella al menos los elementos de trazados por capas o estratos, la consideración del texto como un tejido sónico donde los elementos se mezclan y dan paso (a lo que ayuda la fragmentación del texto), de forma que la unidad mínima del texto no sería la lexia, sino el acorde: el instante en que varias notas (elementos narrativos) suenan a la vez en un punto concreto del texto.
Referencias de Exhumación
Construida como una novela de estrategias sociogeneracionales, Exhumación incluye varias referencias a narrativa estadounidense actual, sobre todo a David Foster Wallace, pasión confesa de los autores: la imagen “animalito expresivo” (p. 64) proviene claramente del relato “Animalitos inexpresivos” de Wallace en su magnífico libro de relatos La niña del pelo raro, que ha influido asimismo a autores muy del gusto de Rodríguez y Miguel como Javier Calvo. También hay referencias a otro narrador admirado tanto por Rodríguez como por Miguel, Patricio Pron, a cuya notable novela El comienzo de la primavera se dedica un homenaje evidente: “Buscó por toda la Universidad Alemana a un profesor genial desoído en el tiempo” (p. 45).
Insistencias de Electrónica para Clara
A pesar de sus caídas, Electrónica para Clara es una novela que se lee con interés. El autor demuestra un temprano dominio de la sutileza, arte mayor de la novela, y esconde mediante sugerencias la clave psicológica de la figura de Clara, relacionada con el tema del döppleganger. Alguna vacilación cursi, como luego veremos, cierta precipitación y el uso de estereotipos a la hora de construir personajes no deben hacernos olvidar que hay pulsión narrativa en la novela, y que desde luego momentos álgidos como la rotunda página 71 nos animan a pensar que hay un narrador talentoso agazapado esperando madurez y tiempo, otros requisitos fundamentales de cualquier obra narrativa (salvo escasísimas excepciones).
Conclusión
Advirtiendo que son dos novelas sobre el exceso, en ambos libros los errores vienen cuando la exuberancia comparece excesivamente. No hablamos aquí de la demasía vital de los personajes, sino de desproporciones de otro tipo: excesos pedantes en Exhumación de pura gratuidad anarrativa – “nada que ver con la aprehensión del Otro en Lévinas, piensas”, p. 29–; excesos retóricos en Electrónica para Clara –“escuché el móvil de metal de Violeta sonar a cascabeles (soñar a cascabeles)”, p. 108–, o excesos referenciales de escaso humor en ambos (una fotógrafa llamada Diana Arbusto, por Diane Arbus, en Exhumación; un rotativo llamado Arganzuela Zeitung en Electrónica para Clara). Son errores naturales en primeras novelas de autores muy jóvenes (ninguno supera los 26 años), donde el esfuerzo por demostrar oficio y poderío aniquila en ocasiones la limpieza del estilo o las necesidades de la trama. Con todo, a pesar de los lugares comunes, las zonas muertas y los errores de exceso de sus novelas, estamos ante las primeras y originales obras de tres autores a los que conviene seguir la pista en adelante, puesto que en estas narraciones se atisban líneas de fuerza que pueden dar en el futuro buenos frutos.
La escritora catalana Jo Alexander publicó con apenas 19 años una novela titulada Extrañas criaturas (Grijalbo Mondadori, 1998). No recuerdo gran cosa sobre la novela, para ser justos: me pareció una obra demasiado apresurada, y la propia autora declaró al publicar su segunda obra, trece años después, que estaba llena de errores. Sin embargo, Extrañas criaturas tenía ciertos valores sociológicos; digamos que, como las primeras novelas de Bret Easton Ellis, leía muy bien ciertos ambientes de su época. En el caso de Alexander ese ambiente era el de las discotecas y clubes nocturnos, describiendo muy bien cómo el DJ o pinchadiscos se convertía en una especie de gurú de la noche y en el conductor de los demás, al guiar el movimiento de las masas agrupadas para divertirse bajo el ritmo marcado por él. Una especie de Petronio musical que podía poner de moda una canción, o alterarla o crear una nueva sampleando trozos de otras. El dj presentado como coreógrafo, como pastor de masas que danzan frenéticamente, pero sin moverse del mismo espacio: el metro cuadrado de espacio bailable. La discoteca como lugar de encuentro, con sus ritos de incorporación, permanencia y también de salida: “yo tenía ya los cuarenta y pico tacos, así que una vez dentro veía cómo la gente, en lugar de mirarme mal, como en el resto de discotecas de Madrid, me colmaba de miradas de respeto” (Miqui Otero, Hilo musical; Alpha Decay, Barcelona, 2010, p. 233). Los pubs y clubes nocturnos como emplazamientos en que, como señaló tempranamente Pedro Maestre en otra novela sociológica, Matando dinosaurios con tirachinas (Destino, Barcelona, 1996), comparten de forma simultánea su tiempo de ocio personas de dos y hasta tres generaciones distintas, no sin evidentes demarcaciones territoriales.
Escena de la discoteca en Abre los ojos de Amenábar
http://www.youtube.com/watch?v=Ujngooxc2x4
Vida diurna, vida nocturna
Este año han aparecido dos novelas breves centradas o localizadas en un ambiente similar, distintas no sólo de Extrañas criaturas sino también muy distintas entre sí, a pesar de ser jóvenes sus tres autores: Electrónica para Clara (Lengua de Trapo, Madrid, 2010), de Guillermo Aguirre, y Exhumación (Alpha Decay, Barcelona, 2010), escrita por el hasta ahora sólo crítico literario Antonio J. Rodríguez y la poeta Luna Miguel. En ambas se puede asistir a las “Guerras entre Hades y Eros. Entre los Muertos Vivientes por la Música de Club y las milicias que defienden los Viejos Valores del Humanismo” (Exhumación, p. 7), por cuanto se advierte una tensión entre el goce vampírico de la vida nocturna, caracterizada en las novelas por el desenfreno y el consumo de drogas para evadir la realidad, y el mundo diurno y humanista de la literatura como modo de recrear la realidad o de ahondar en ella. Hay en ambas obras una tensión dialéctica entre el tiempo y el pasatiempo, el disfrute estético y el disfrute corporal, la profundidad y la superficie: “Querida, no puedes seguir siendo profunda sin superficie” (Exhumación, p. 15); “la superficie es superficie hasta que algo la cubre: ahora es fondo” (Electrónica para Clara, p. 64). Imagino que la disputa es idéntica a la sufrida por los propios autores, que conciliarán su vertiente de humanistas con la de jóvenes aún en edad de derrapar, si bien adquiriendo ya velocidad de escape. En cualquier caso, esta contradicción visible en los personajes de ambas novelas no es muy diferente de la que sufre el hombre contemporáneo, al menos si atendemos a la definición de Daniel Bell del individuo productivo: “la corporación mercantil necesita un individuo que trabaje duro, siga una carrera, acepte la gratificación retardada –que sea, en el sentido más crudo, un hombre de organización. Y aun así, en sus productos y en su publicidad, la corporación promueve el placer, el disfrute instantáneo, la relajación y el dejarse llevar. Uno debe ser recto durante el día y un trombo de noche”[1]. En el mismo sentido que Bell, escribe Lipovetsky: “el hipercapitalismo aparece acompañado de un hiperindividualismo acentuado, legislador de sí mismo, unas veces prudente y calculador, otras desordenado, desequilibrado y caótico”[2]. Uniendo estas citas teóricas con el contenido de las novelas, algo que nos permitimos hacer por cuanto ambas reflexionan sobre la condición económica de los personajes y su relación con el ocio (en Electrónica para Clara se apela en ocasiones a la naturaleza “basura” de los contratos laborales de los protagonistas y en Exhumación al mito del “trabajo satisfactorio”, p. 14), podemos colegir que las discotecas serían también el lugar donde se hace ostentación del estatus social alcanzado (los reservados V.I.P., a los que se hace referencia en Exhumación), o donde se neutraliza la agresividad generada por no alcanzarlo mediante el baile en trance y la evasión lisérgica. Sí, también hay gente que va a los clubes a divertirse en su tiempo de ocio, por supuesto, pero aquí no hablamos de la vida real sino de su recreación en dos novelas concretas, y en ambas se advierte esa oclusión de lo diurno en pura entropía, así como una insistente tendencia de los personajes a apurar la noche, a disfrutar del carpe noctem (Aurora Luque dixit) hasta el extremo (los hogares en Electrónica para Clara son “aftercasas”); y por ello me atrevo a decir que ese exceso tiene algo de sociológico en las dos novelas, y apela a un modo de total desesperanza o de vacío absoluto de los personajes que se intenta colmar, infructuosamente, mediante la experiencia amorosa.
Hay otros tres elementos que poseen en común las dos novelas: Madrid como espacio narrativo, la metaliteratura y la música electrónica.
Madrid
Las dos novelas llevan a cabo operaciones de desplazamiento respecto a Madrid como espacio narrativo. Antonio J. Rodríguez, uno de los autores de Exhumación, dedicó en uno de los últimos números de Quimera un artículo a las visiones narrativas de la capital española, artículo que por desgracia no tengo a mano en el momento de redactar estas líneas. En Exhumación el proceso de presentación de Madrid se dirige a producir el extrañamiento, distinguiendo entre una parte de Madrid, el centro, y las demás. En todo caso, la visión es casi postapocalíptica: “a ambos lados de la autopista, el suelo viscoso; temblores tectónicos. Caravanas, camiones, aeronaves de Troya que se agolpan a las puertas de Madrizentro, inmovilizados por horas, resisten la tormenta para abandonar el búnker del que provienen” (p. 55). Suponemos que en este caso se intenta reflejar en la geografía urbana la desestabilización y el exceso que reinan en "Rostro expresivo", la discoteca en la que se desarrolla el grueso de la acción, enlazando con la entropía interna a que arriba hacíamos referencia.
En Electrónica para Clara la reorganización literaria de la urbe es más profunda, y guarda un paralelismo directo con la psique de los personajes. Guillermo Aguirre imagina a Madrid como un archipiélago, una idea que no es nueva (“la geografía de Madrid es una cosmogonía; una galaxia de varios sistemas solares que sólo tienen en común su movimiento sincrónico y unidireccional. Madrid no se ensancha, sólo abre nuevos compartimentos. […] Barcelona es una isla. Madrid un archipiélago”; VLM, Circular, 2003), aunque es cierto que nadie la ha llevado tanto a sus últimas consecuencias como Aguirre. En su novela los barrios capitalinos son islas, las avenidas arenales u orillas, las calles canales, las motos motoras y quizá en todo momento el propósito es reflejar lo que tiene de separación y de incomunicación la organización de cualquier ciudad en general y de Madrid en particular: “el sol atiza, contrae las maderas de los edificios que se caen esporádicamente o arden por combustión espontánea. Sus capiteles, ígneos, se tornan emblemas de leyenda. Se vuelven a cambiar carteles, se anuncian nuevos conciertos, nuevos colores, elecciones, los locales vuelven a cambiar de nombre, el jueves uno, el viernes otro, el sábado otro más: cambian de islas. La ciudad se extiende así sobre su archipiélago” (p. 38). Como hemos apuntado antes, esta deslocalización es paralela a la sufrida por los personajes. Aunque viven juntos durante buena parte de la novela, Clara y sus compañeros de piso parecen separados por muros insuperables que los convierten en islas unos respecto de los otros. El autismo emocional de la protagonista, y su incomunicación absoluta con Jonás, el narrador homodiegético de la novela, es un trasunto perfecto de la condición insular y muda de las psicologías y afectividades en juego. Todo lo contrario de Exhumación, donde es la búsqueda de la afectividad entre Amanda y Djuna lo que mueve todos los resortes narrativos de la trama, y en realidad lo que mueve el curioso dispositivo sociopático, maquinal, solipsista y anhelante de afecto de Djuna. Exhumación es un extraño cruce entre Deseando amar (2000) de Wong Kar Wai y La venganza de los zombies (1943) de Steve Sekely.
Metaliteratura
“¿No crees que sería hora de recuperar la fábula en la narrativa española contemporánea, en lugar de tanta semiología y tanta hostia?”[3] (Exhumación, p. 49).
“¿Qué ocurre cuando un componente entra tarde en la acción narrativa? ¿Qué, cuando la sal se derrama a deshora sobre el plato, cuando, dentro de la armonía del tema, se incluye, ya casi al final, un elemento nuevo en fuga o contrapunteado? Presiento que el lector, el comensal, el oyente, se preguntará por la arquitectura del conjunto, sentirá el riesgo de que todo se rompa (…) o que, por el contrario, la historia salga fortalecida” (Electrónica para Clara, p. 118).
Música electrónica
En las dos novelas la presencia de la música electrónica tiene su importancia. En Exhumación es definida como un “himno psicótico” (p. 35); algo no dirigido a estremecer sino a mover: “recuerdas que cuando eras pequeña la música electrónica te parecía creada por el mismo diablo. Te daba miedo. Ahora todo vuelve a retumbar. Como un arsenal de Bomba Mills contra el suelo” (p. 40). El grupo o masa de los danzantes ejecuta su coreografía, dirigida por el dj y regida por la ajenidad del que la contempla desde fuera sin estar integrado en el rito: “realizan extraños movimientos con los brazos, todos al mismo tiempo, con la misma lentitud en la expresión, así, como si de un ritual se tratara: un nuevo baile terrible y embrujado. De la música difusa emergen sonidos geométricos” (Exhumación, p. 44). Es decir, hay que dejar en ser en parte uno para ser parte del trance; no es casual que el dueño de la discoteca diga sin contemplaciones: “aquí no queremos humanos, queremos máquinas de ritmo.” (Exhumación, p. 38), aclarando que el fin es desindividualizante, despersonalizador, maquinal. De nuevo en Exhumación prima o rige la visión teórica, sociológica, sobre la narrativa: se describen los fenómenos, pero no se encarnan. Los personajes no sólo son máquinas de ritmo, también son máquinas de texto. Esto no es un demérito, sino una opción retórica que el lector debe tener presente.
Mientras que en Exhumación la electrónica es externa a la narración, ya que la epilepsia estructural hay que buscarla, como luego veremos, no sólo en modelos musicales sino también narrativos, en Electrónica para Clara es interna, asociada estilísticamente a ella desde el título del libro. A pensarlo invita no sólo el explícito epígrafe de Stockhausen con que la novela se abre, sino algún delator párrafo central: “tal y como los diversos sonidos entran en la sesión, como lo hacen los elementos narrativos en la base de la ficción, de ese mismo modo las personas salen y vuelven como agujas en la trama de una vida” (Electrónica para Clara, p. 149). Las palabra son el sonido electrónico (el del ordenador, el de la impresora al ponerlas sobre el folio), y “el silencio –ese espacio en blanco entre un golpe de percusión y otro-” (p. 54). De nuevo las palabras como ruido sobre la página, el silencio como espacio blanco, mallarmeano, en una pervivencia más de lo moderno en nuestros días. Pero no todo es metaliteratura, también se describen los ritos de la música electrónica de un modo curiosamente tardomoderno, frente al descarado posmodernismo de Miguel y Rodríguez: “existía algo llamado subidón. La música se alzaba repentinamente, se sumaban ritmos y se añadían bases, los elementos de la sesión electrónica (sonidos pregrabados, florituras añadidas, samplers, repeticiones, golpes de percusión) sonaban en conjunto, la orquesta en total en un mismo instante” (p. 101). Esta descripción de Aguirre está más cerca, pongamos, de la delicada y precisa representación de la música realizada por Thomas Mann en La montaña mágica (1924) que de la reconstrucción de una experiencia techno en los primeros años del 21. La prosa sincopada de Miguel y Rodríguez está algo más próxima al objeto descrito aunque, en todo caso, son elecciones estilísticas y cada una, imagino, puede encontrar sus lectores. Sin embargo, aunque ninguna de las dos narrativas tiene el estilo geométrico y aritméticamente creciente de la música de baile, Electrónica para Clara sí toma de ella al menos los elementos de trazados por capas o estratos, la consideración del texto como un tejido sónico donde los elementos se mezclan y dan paso (a lo que ayuda la fragmentación del texto), de forma que la unidad mínima del texto no sería la lexia, sino el acorde: el instante en que varias notas (elementos narrativos) suenan a la vez en un punto concreto del texto.
Referencias de Exhumación
Construida como una novela de estrategias sociogeneracionales, Exhumación incluye varias referencias a narrativa estadounidense actual, sobre todo a David Foster Wallace, pasión confesa de los autores: la imagen “animalito expresivo” (p. 64) proviene claramente del relato “Animalitos inexpresivos” de Wallace en su magnífico libro de relatos La niña del pelo raro, que ha influido asimismo a autores muy del gusto de Rodríguez y Miguel como Javier Calvo. También hay referencias a otro narrador admirado tanto por Rodríguez como por Miguel, Patricio Pron, a cuya notable novela El comienzo de la primavera se dedica un homenaje evidente: “Buscó por toda la Universidad Alemana a un profesor genial desoído en el tiempo” (p. 45).
Insistencias de Electrónica para Clara
A pesar de sus caídas, Electrónica para Clara es una novela que se lee con interés. El autor demuestra un temprano dominio de la sutileza, arte mayor de la novela, y esconde mediante sugerencias la clave psicológica de la figura de Clara, relacionada con el tema del döppleganger. Alguna vacilación cursi, como luego veremos, cierta precipitación y el uso de estereotipos a la hora de construir personajes no deben hacernos olvidar que hay pulsión narrativa en la novela, y que desde luego momentos álgidos como la rotunda página 71 nos animan a pensar que hay un narrador talentoso agazapado esperando madurez y tiempo, otros requisitos fundamentales de cualquier obra narrativa (salvo escasísimas excepciones).
Conclusión
Advirtiendo que son dos novelas sobre el exceso, en ambos libros los errores vienen cuando la exuberancia comparece excesivamente. No hablamos aquí de la demasía vital de los personajes, sino de desproporciones de otro tipo: excesos pedantes en Exhumación de pura gratuidad anarrativa – “nada que ver con la aprehensión del Otro en Lévinas, piensas”, p. 29–; excesos retóricos en Electrónica para Clara –“escuché el móvil de metal de Violeta sonar a cascabeles (soñar a cascabeles)”, p. 108–, o excesos referenciales de escaso humor en ambos (una fotógrafa llamada Diana Arbusto, por Diane Arbus, en Exhumación; un rotativo llamado Arganzuela Zeitung en Electrónica para Clara). Son errores naturales en primeras novelas de autores muy jóvenes (ninguno supera los 26 años), donde el esfuerzo por demostrar oficio y poderío aniquila en ocasiones la limpieza del estilo o las necesidades de la trama. Con todo, a pesar de los lugares comunes, las zonas muertas y los errores de exceso de sus novelas, estamos ante las primeras y originales obras de tres autores a los que conviene seguir la pista en adelante, puesto que en estas narraciones se atisban líneas de fuerza que pueden dar en el futuro buenos frutos.
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Notas:
[1] Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo; Basic Books, N. Y. 1976, pp. 71-72, citado en Matei Calinescu, Cinco caras de la modernidad, Tecnos, Madrid, 1991, p. 18.
[2] G. Lipovetsky, “Tiempo contra tiempo o la sociedad hipermoderna”, en Gilles Lipovetsky y Sébastien Charles, Los tiempos hipermodernos; Anagrama, Barcelona, 2006, p. 58.
[3] Por supuesto, esta es una declaración irónica de los autores, porque hay pocas novelas actuales como Exhumación donde la teoría haya sumergido, casi por completo, a la fábula.
[1] Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo; Basic Books, N. Y. 1976, pp. 71-72, citado en Matei Calinescu, Cinco caras de la modernidad, Tecnos, Madrid, 1991, p. 18.
[2] G. Lipovetsky, “Tiempo contra tiempo o la sociedad hipermoderna”, en Gilles Lipovetsky y Sébastien Charles, Los tiempos hipermodernos; Anagrama, Barcelona, 2006, p. 58.
[3] Por supuesto, esta es una declaración irónica de los autores, porque hay pocas novelas actuales como Exhumación donde la teoría haya sumergido, casi por completo, a la fábula.
[Relación con los autores reseñados: con Guillermo Aguirre, ninguna; con Antonio J. Rodríguez y Luna Miguel, cordial. Relación con las editoriales de los libros reseñados: ninguna]
14 comentarios:
...No he leído "Exhumación", pero sí "Electrónica para Clara": no sé si lo trataste tú mismo en "El porvenir es parte del presente: la nueva narrativa española como especies de espacios", o si lo llamaste propiamente así, igual lo leí en otra parte o estoy perdido, pero quizás "Electrónica para Clara" entra dentro de un tipo de narrativa (de la que últimamente participan bastantes obras, no sé, la primera que se me viene a la mente "Las teorías salvajes") en la cuál todo gira en torno a una atmósfera, a algo muy parecido al "swing", no sólo desde el punto de vista estético, sino como principal recurso narrativo o motor o conún denominador que subyace a más de un centenar de páginas y termina siendo su gran nexo de unión...
...Como músico que soy, últimamente estoy dándole bastantes vueltas al concepto de "swing" en las obras narrativas de largo aliento, como el entramado sólido pero a la vez flexible que posibilita que el peso de una obra narrativa gravite, precisamente, en una atmósfera visible, en una sucesión de hallazgos visuales o de imágenes poderosas y que no por ello terminen derrumbándose: la consecuencia aparentemente lógica de tal hecho...
...Te mantendré informado de mis hallazgos...
...Un abrazo...
La calidad del crítico supera la calidad de la obra. No leeré ninguna de las dos, entre otras cosas porque los personajes Miguel-Berlin no me caen bien, pero su análisis me ha parecido la mar de interesante. Escriba usted novelas (que quizá las ha escrito, perdón por mi ignorancia) y quíteles el puesto en las fotos. ;)
Gracias, Miguel Ángel.
Estimado anónimo, agradezco sus cumplidos, pero creo que no se debe confundir al autor de una obra con la obra misma. A mí hay gente que me cae muy mal, pero sé reconocer su excelencia literaria, y lo hago de forma pública. Distingamos, como dijo Ortega y Gasset en frase que me gusta repetir, la perla de la ostra perlera. De otra forma, hay muchos clásicos de la literatura universal que habría que dejar al margen. Un cordial saludo.
Me parece complicado desligar 'la perla de la ostra perlera' en un tipo de literatura que dedica las 24 horas del día a vendernos su unidad. Yo diría que todo va en el mismo pack. Para bien y para mal.
Hola, Vicente. Me cuesta entender por qué la referencia a Lévinas resulta pedante, creo que venía a cuento.(no sé si tiene que ver con el hecho de que acabo de terminar de leer "Las teorías salvajes")
Saludos
A mí me pareció sobrante, pero puedo estar equivocado. Saludos.
Me alegra que Vicente haya aludido en la crítica que nos ocupa a dos libros que, en su momento, siendo yo aún muy joven, leí con devoción sintiéndome enormemente identificado tanto con los personajes de los libros como con sus autores a los que inevitablemente les presuponía peripecias vitales similares a las que narraban. Me estoy refiriendo a Criaturas extrañas y a Matando dinosaurios con tirachinas (en el caso de este último libro, el propio Maestre, siempre ha reconocido su carácter prácticamente autobiográfico). Y la alegría viene porque hay ciertos hechos que ratifican esa máxima de la filosofía popular según la cual "el tiempo termina colocando cada cosa en su sitio". Me alegra que, cuando a autores como Pedro Maestre o Ray Loriga o al propio Mañas (pasados ya algunos años del boom de la generación X), se les contempla desde cierta distancia o perspectiva, se les comience a tratar con el respeto que merecen porque, le pese a quien le pese, ellos han escrito su pequeña página en la historia reciente de nuestras letras, y muchos jóvenes aspirantes a escritores, entre los que yo me incluyo, crecimos leyendo sus libros que ahora ya incluso recordamos con cierta nostalgia. No quiero decir ni mucho menos que fuese lo único que leíamos, pero sí es cierto que encontrábamos en dichos autores ciertas claves y ciertos referentes que, por motivos geográficos, sociológicos, generacionales, etcétera, no podíamos encontrar en otras literaturas. Y pasan las modas y las generaciones y las etiquetas pero, afortunadamente, sobreviven algunos autores y siguen gozando de buena salud algunos de sus libros. No en balde, a lo largo de estos trece años en los que, como bien apuntaba Vicente, Jo Alexander, no había sacado ningún título nuevo, me he preguntado alguna vez: qué diablos habrá sido de esta chica. ¿Escribió un libro porque sí y luego dejó de interesarle la escritura? Y, hace aproximadamente un año, casi súbitamente, me dió por poner su nombre en Google y descubrí con sorpresa la notica de la publicación de su segunda novela "L´Hibernacle". Eso me confirmó que ahí detrás se escondía una persona con una firme vocación literaria. Y lo de esperar trece años o los que hagan falta, desde mi punto de vista, es una clara muestra de compromiso, primero consigo misma, y, por extensión, con los lectores. Después de todo lo que acabo de decir, en realidad, la idea que me gustaría resaltar por encima de todo es el hecho de que, generalmente, nos cuesta hablar bien o reconocer que admiramos a escritores que son compatriotas o coetáneos. Y ése me parece un mal vicio que nos ha hecho y nos sigue haciendo chico favor y que deberíamos ir superando. Por cierto, Vicente, sigo tu blog desde hace algún tiempo y te felicito por la labor que llevas a cabo. De ahora en adelante, intentaré ser implicarme un poco más en vuestros debates. Un saludo.
Ugh!:
http://www.elpais.com/articulo/Tendencias/Novela/manos/famosos/internautas/elpepitdc/20100915elpepitdc_1/Tes
El ritmo de la noche.
Pasadizos entre zombies y panteras. Agua clara, clicks crujientes.
Fricciones.
Las panteras zombies.
Los valores sociológicos, la lectura transformadora de la superficie irregular del paisaje.
Orografía como sintaxis, sintetización del surco.
Origramática. Pliegues de tiempo conviviendo en espacios cerrados, límites, extensiones. Figuras, Criaturas efímeras. Y a qué suena esta canción, a qué lugar nos llevan estas variaciones de temas y atmósferas. A trozos, a melodías, a momentos de atención diferenciados y a veces inevitables, caídas de volumen e intensidad. A cortes y a fundidos. Cómo funciona esa i-realidad, cómo (no) se cuestiona en qué contextos. Eso es interesante. Y tiene muchas capas. La de las leyes, la del legislador, es una fantasía recurrente ¿Brazil?
El espacio metanarrativo de la electrónica, la ciudad como psicogeografía opcional (Iain Sinclair)
Dos territorios: Sueño y Vigilia. Consecutivos y necesarios. Imprescindibles en su separación, casi siempre.
Archipiélago es "un conjunto de islas unidas por aquello que las separa", decía la desaparecida revista de su nombre... En un multiverso aislacionista, ¿cómo evolucionan los habitantes de cada roca flotante?
Un saludo y hasta otra.
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c.m.
EStimado Francisco Daniel, la verdad es que creo que ni Mañas, ni Loriga tengan muchas razones para quejarse. Ambos han concitado siempre una atención mediática que han envidiado otros escritores, y además de unos años a esta parte han atraído también el interés de algunos o varios especialistas. Recuerdo ensayos de Germán Gullón sobre Mañas y de Fernández Porta hablando de Loriga. Creo que más que perseguidos, lo que han sido siempre, de una u otra manera, es privilegiados. Como bien has detectado, a mí hay cosas en sus obras (como en las de Maestre o Alexander) que me interesan, y otras que no tanto. Pero en realidad me sucede eso mismo con todos los autores, clásicos universales incluidos. Gracias por tu opinión y bienvenido.
Y gracias a ti también, Carlos, por tus aportaciones. Donde pones "sueño y vigilia" he leído "sueño y Piglia". ¿Qué querrá significar este lapsus? Abrazos.
El sitio del lapsus. El lugar del sueño. La vigilia del escritor. Entre otras. Pero, sobre todo, que te hace falta una siesta!
Un abrazo.
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c.m.
Tienes mucha razón, Vicente, cuando dices que, precisamente, Loriga y Mañas, son unos privilegiados y que, como suele decir mi madre, podrían llorar con un ojo. Pero también es cierto que, el hecho de que se te incluya en una determinada generación (etiqueta), de manera más o menos justificada, conlleva, además de una serie de pros, otra serie de contras. En el año 2008 se celebró en Málaga un congreso acerca de la nueva narrativa que giraba en torno a la generación nocilla. En una de las charlas, si la memoria no me falla, el director del instituto municipal del libro, Alfredo Taján, desde uno de los asientos de la primera fila, hizo un comentario despectivo acerca de Ray Loriga sin ni tan siquiera haber leído, probablemente, ninguna de sus obras. Si la memoria no me falla (y probablemente tú puedas corregirme si me equivoco porque es posible que te encontrases también allí esa tarde) creo que era Eloy Fernández Porta el ponente que estaba interviniendo en ese momento y, en vez de secundar (reírle la gracia) el comentario despectivo de Taján con respecto a Loriga -comentario que tenía como cometido ensalzar a la generación nocilla frente a la inmediatamente anterior abanderada por el escritor madrileño (lo cual, desde mi punto de vista, habría sido lo más fácil para él e incluso lo más políticamente correcto-), Eloy, haciendo gala de un gran sentido de la integridad, le respondió a Alfredo Taján diciéndole que, precisamente Loriga, no le parecía un ejemplo de mal escritor sino más bien todo lo contrario y que, los que opinaban así de él, pecaban, en no pocas ocasiones, de hablar acerca de algo de lo que no tenían ni idea ya que no habían leído ni una sola de sus páginas, dejándose guiar solamente por la imagen de escritor maldito con pose de estrella del rock que los medios de comunicación solían vender acerca del mismo (o que él mismo quería vender: anticipo la autoreplica porque es perfectamente legítima). Yo, que estaba sentado un poco más atrás, aplaudí la reacción de Eloy porque me di cuenta de que él también formaba parte de una generación de escritores que, por supuesto, no era la de Taján, y, en cualquier caso, no se avergonzaba de admitir que le gustase un autor como Loriga (lo que quiero decir, Vicente, es que -y vuelvo a redundar en la idea de mi aportación anterior-, si a algún escritor joven español le hacen una entrevista tengo la impresión de que está de puta madre decir que le gustan Wallace o Faulkner o Henry Miller pero parece que queda mal o es contraproducente decir que te gusta Agustín Fernández Mallo o Benjamín Prado (es como si perpetuásemos una especie de sentimiento de vergüenza o inferioridad con respecto a lo que se gesta a nuestro lado). Y volviendo al comienzo, Vicente, parece claro que estos autores han recibido una atención por parte de los medios que ya quisieran muchos para sí, pero no menos cierto es que muchas veces se les ha condenado o juzgado por elementos puramente extraliterarios como salir en la portada de uno de tus libros sujetando una cerveza en la mano. Al final el problema es meter a mucha gente que no tiene nada que ver en un mismo saco. Se genera así lo que se conoce como un “estereotipo” que hace que todo lo malo y todo lo bueno de un único miembro de la generación nocilla (que nos queda más cercana) sea atribuible a todos los demás integrantes de la misma. Postdata: repito que no estoy del todo seguro de si el otro protagonista de la escena narrada fue Eloy u otro participante de la mesa (confieso que, por aquel entonces, yo tampoco conocía demasiado bien a aquellos jóvenes escritores). Y, si no era Eloy, da lo mismo, ya que el cambio de uno de los protagonistas no altera sustancialmente el fondo de la idea que quería transmitir.
De acuerdo en que las posturas (o las poses) de un escritor no deben afectar a la lectura de su obra, Francisco. Aquí, hasta donde recuerdo, no lo hemos hecho nunca. Como a ti, hay una parte del realismo que me interesa mucho (y que he practicado), del mismo modo que hay una parte del surrealismo que me interesa mucho (y que también he practicado y seguiré practicando). Como dijo George Steiner y pusimos aquí como frase del mes, "los campos vallados son para el ganado". Saludos.
Lo de las portadas es extraño. Me suelen gustar muchas de Siruela, las de Clarice Lispector, por ejemplo, pero no siempre van a tener un rostro felino a su disposición. Con autores vivos relativamente jóvenes, a menos que se trate de una biografía, no me suele atraer, porque ya entra la venta del escritor como personaje, y menosprecia la obra que intenta, sin embargo, vender.
Esta es una pregunta emparentada con este pasadizo:¿Has leído estos días algún otro libro del que puedas decir comparte un cierto "aire de familia" con Exhumación o Electrónica para Clara? Y, sin entrar en calidades, simplemente por gusto ¿Qué música o ambiente te agradaría ver (bien) reflejados en una narración?¿Alguna época más fascinante que otras?
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c.m.
La verdad, Carlos, es que en estos últimos días he estado más bien revisitando clásicos. Pero creo que -con diferencias- la novela de Otero citada puede ir por ahí también, en el sentido de una novela urbana protagonizada por gente más o menos joven y con cierta relación con la música. A mí la música que me gusta ver en una narración es la que puedo "escuchar" gracias al poder descriptivo de la prosa. Escucho todo tipo de música, salvo country. Abrazos.
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