Alberto Fuguet, Missing (una investigación); Alfaguara, Madrid, 2011
Nami Mun, Lejos de ninguna parte; Libros del Silencio, Barcelona, 2011
Jorge Fernández Gonzalo, Filosofía zombi; Anagrama, Barcelona, 2011
Reconstruir la vida
El inmigrante y el narrador tienen un trabajo en común. Ambos deben reconstruir una vida. La vida propia, en el primer caso, la ajena, en el segundo.
Coinciden como novedades varios libros que tienen como tema la experiencia de inmigrantes, sea de primera o de segunda generación, en los Estados Unidos. Si bien John Fitzgerald Kennedy dijo en su momento que EEUU es una nación de inmigrantes, la realidad presenta un panorama que dista mucho de esa declaración, en el sentido de que es más fácil decir o recordar la frase que asumirla. En realidad, como ya explicase Derrida, todo Estado nacional se construye simbólicamente como tal por su resistencia al inmigrante[1], y Estados Unidos no ha sido, pese a su histórica permeabilidad, una excepción a esa lógica. En el caso de Norte (2011), de Edmundo Paz Soldán, se profundiza en el tema de la inmigración ilegal; en los libros de Alberto Fuguet y Nami Num que vamos a comentar ahora la cuestión es diferente, puesto que hablamos de inmigrantes legales, con sus papeles en regla, lo que anuncia la complejidad del tema y su realidad poliédrica.
Decíamos al comenzar que la escritura y la inmigración suponen una reconstrucción vital. La excelente crónica Missing (una investigación) (2009) se plantea como un curioso estadio intermedio, pues aunque Alberto Fuguet (Chile, 1964) se ha propuesto rescribir la vida de su tío Carlos Fuguet, el resultado es parcialmente autobiográfico, al utilizar como instrumento la descripción de la vida familiar. Todo retrato familiar acaba por describir, inevitablemente, a uno mismo, y otrosí el autor narra parte de su historia estadounidense al ponerla en relación con la de su tío (“yo algo sé de transplantados. Quizás ahí radica mi lazo irrestricto con mi tío: yo también sé lo que es no tener un lugar en el mundo”, p. 31). En la novela podemos tener noticia de cómo Fuguet (Alberto) va cambiando de país y de trabajo, y cómo se va convirtiendo en un escritor y guionista conocido. En ese sentido, Missing es una autobiografía especular.
Lejos de ninguna parte (Miles from nowhere, 2009), de Nami Mun, desarrolla también de manera especular la biografía de la autora, si bien no exponiendo otro personaje como espejo, sino a través del manido recurso de la autoficción. Nacida en Seúl y trasladada joven a los Estados Unidos, Mun creció en el Bronx, como Joon, la protagonista de la novela, y como ella también se escapó de casa, fue chica Avon, repartidora, dinamizadora en una residencia y vivió en la calle. Su primera novela no es ninguna maravilla literaria; está muy lastrada por ese “realismo de taller de creative writing” que ha vuelto tan plana la mayor parte de la narrativa estadounidense, pero tiene fuerza en las descripciones y construcciones de algunos personajes y, sobre todo, capta a la perfección el submundo de la inmigración estadounidense al borde de la exclusión social. Drogas, prostitución y miseria son descritas verazmente, horras de énfasis, compasión burguesa o moralina, algo en lo que quizá algunos narradores “sociales” de este lado del charco deberían esforzarse.
Si para Mun la reconstrucción de la experiencia viene a través de la reelaboración de la memoria, algo habitual en la narrativa autoficcional, la solución que encuentra Fuguet para escribir su historia es diferente. Su decisión narrativa, que me parece del mayor interés, tanto ético como estético, es la de intentar darle voz a una persona a la que, a su juicio, nadie había querido escuchar. Tomar su historia, aparentemente común, y situarla en un lugar notorio, visible, al alcance de todos. En consecuencia, su deber como narrador es el ponerse en la piel del personaje, al objeto de reconstruir su vida desde dentro: “para saber de Carlos, para entender a Carlos, iba a la larga a tener que serlo, hablar por él, usando alguna de sus palabras” (p. 131). Esto es justo lo que hace Fuguet en la sección VIII del libro, subtitulada “carlos talks” (“carlos habla”). Las siguientes 174 páginas son un largo monólogo cuyas frases son situadas una debajo de la otra; entiendo que la intención de Fuguet no es, por supuesto, hacer poesía, sino simplemente explicitar visualmente que estamos ante una voz otra, la voz de un otro, de un Fuguet haciéndose pasar por otro Fuguet, que se expresa de forma no lineal, con cierta desarticulación, debido a las alteraciones y vicisitudes de la memoria, que deja también huecos (queridos o no) en el discurso. Es el modo visual en que Fuguet encarna el silencio, lo no contado, junto a la frase pronunciada.
Desarraigo y reconstrucción del yo
Me desperté en Atenas sin entender muy bien cómo; pero cuando se lleva viajando demasiado tiempo sin mapa, como era mi caso, uno se acostumbra a despertarse en cualquier parte seguro de que, al fin y al cabo, cualquier parte siempre queda en el mismo planeta y todo el planeta es un único sitio llamado, sí, El Extranjero.
Rodrigo Fresán[2]
La experiencia del trasterrado o de quien está, socioculturalmente, fuera de lugar, es la de una persona que se siente extraño y falto de encaje. Carlos Fuguet dice que “en chile tenía cosas, tenía la universidad, la política, me sentía parte de algo, en elei no me sentía parte de nada, no me sentía parte de mí” (p. 194, aclaramos que “elei” es L.A., Los Ángeles). Hemos hecho la precisión al entorno sociocultural porque en principio Joon no es una trasterrada, sino estadounidense de nacimiento; el desarraigo no hizo estragos en ella sino en sus ancestros: “comprendí con claridad los conflictos de mi padre al llegar a los Estados Unidos. El país era nuevo y extraño. Lo desancló. Pero la bebida era la misma y sus costumbres también. Se limitó a dejarse arrastrar hacia todo lo que le resultaba familiar, es decir, a beber y a engañar, caminos que jamás lo obligaban a plantearse quién era ni por qué estaba allí” (Lejos de ninguna parte, p. 192). Siendo esto así, los sentimientos de Joon se explican también por su condición de desplazada, no sólo porque parece una inmigrante asiática y como tal es tratada, sino por algo más. En una entrevista, Nami Mun ha dado una opinión que me parece interesante: a su juicio, Miles from nowhere no es exclusivamente una novela sobre inmigración, porque los sentimientos de exclusión y de no entendimiento de las reglas sociales no sólo afectan a la madre de Joon, que llega a los Estados Unidos; también sacuden a la propia Joon cuando cae desde un estatus familiar al submundo de la marginalidad[3]. De ahí que la protagonista necesite volver a crearse, y le fascinen otros personajes que parecen haberlo conseguido: “Me metí la mano en el bolsillo, saqué la foto del anuario escolar y la puse junto al rostro de Lana para buscar una semejanza. De niño, parecía delgado y quebradizo. Entonces me di cuenta de lo que admiraba de ella. Encima de quien había sido una vez se había creado un nuevo caparazón, una nueva versión que no recordaba a nadie, tal vez ni a ella misma, ni a cualquier cosa pasada” (Lejos de ninguna parte, p. 77). Los dos personajes centrales, Carlos y Joon, tienen esa vocación de reconstrucción, de escribir de nuevo la historia de su vida, pero ambos están perdidos, aunque se nieguen a reconocerlo (Missing, p. 310); Lejos de ninguna parte, pp. 27-28); su falta de arraigo, su perplejidad ante el hecho de no encontrarse en un país “elegido” pero inhabitable y por el que vagan atorrantes, vacíos, nómadas, huecos, los convierte en sujetos perdidos, perdedores, losers, esperando una rescritura válida que no acaba de llegar.
En Missing todos los personajes –incluido el propio narrador– están afectados por el hecho de llegar a los Estados Unidos con cierta edad, ninguno de ellos antes de la adolescencia. Tienen que luchar con/contra el idioma, y contra una sociedad que no los rechaza del todo (por ser inmigrantes blanquitos, como se dice en algún momento de la crónica), pero que tampoco los abraza. Los inmigrantes no son aceptados o se sienten como tal (“me sentía un ciudadano de segunda y eso que era un ciudadano americano”, Missing, p. 295). En concreto las generaciones mayores, los abuelos de Fuguet, son quienes lo pasan peor; otro tanto sucede en el libro de Mun: “Pensé en mi padre, en que quizá él sintiera lo mismo. Él no pertenecía a este país, ni a su esposa, ni a su hija, que decía frases que sonaban a canicas pegajosas (…) Habíamos cambiado de país, pero él no estaba dispuesto a cambiar de forma de ser.” (Lejos de ninguna parte, p. 189). Curiosamente, la madre de Carlos vive en California durante décadas y nunca llega a aprender el inglés, resistiéndose a hablar otra cosa que no sea español (Missing, p. 348). Como dice Fuguet, “no es sencillo rehacerse, menos en otro idioma” (p. 31).
Del mismo modo que los coreanos son confundidos invariablemente en la novela de Mun con los chinos, y tratados como tales, los chilenos en Estados Unidos son mezclados con los mexicanos, que es el grupo de población latina dominante; esto llega hasta tal punto que cuando una mexicana habla con Alberto Fuguet y éste le pregunta por su tío chileno, se genera esta conversación, reproducida por el autor sin los signos de puntuación característicos: “Mire, le dice, recuerdo que hace unos años, no sé, tres o cuatro, vivía un extranjero. ¿Un extranjero? Alguien que hablaba español distinto” (p. 112). Mientras que la novela de Mun está muy normalizada en ese sentido, ya que tanto ella como su personaje son estadounidenses hijos de emigrantes, y por tanto bilingües de nacimiento, en Carlos Fuguet se advierte a la perfección, gracias a las reproducciones del code switching o cambio súbito de lengua dentro de la misma frase o párrafo, la tensión entre la lengua materna y la adquirida (en algún momento llegamos a leer, por ejemplo, “no comments pero I agree”, p. 144). El code switching, por su trastabillar entre lenguas, por su titubeo entre códigos, se configura como un tartamudeo lingüístico, que es trasunto de un balbuceo geográfico: “para Schutz (…) el extranjero es un ‘tartamudo social’, obligado a traducir los esquemas de interpretación de la realidad palabra por palabra; está aislado de su saber de origen y siempre al borde del mapa, en el límite del territorio que éste abarca. El extranjero nunca está, dice Schutz, en el ‘centro’ de su medio”, como recuerda Isaac Joseph[4]. Su lengua es doble (lo cual, según Gottfried Benn, apela a un doppelleben, a un vivir doble, a una doble vida), y el salto de una a otra tiene inequívocas consecuencias psicológicas: Carlos ha interiorizado tanto su necesidad de ser aceptado, de pertenecer a algún lugar, que cuando se enoja con su entrevistador o habla de ciertos temas vuelve al inglés en legítima defensa (véanse pp. 147-48), en actitud de repliegue. También Joon escoge el inglés y reniega del coreano para mostrar su “integración” social:
—Ya me lo imaginaba —espetó. Entonces, hablándome en hangul, me preguntó—: ¿Eres coreana?
Lo miré fijamente a los ojos, aquellos escarabajos negros y rabiosos, e hice como si me estuviera hablando en jerigonza:
—¿Qué? ¡Hable en cristiano, hombre! —grité, y me volví hacia el público—. Ahora está en los Estados Unidos. (Lejos de ninguna parte, p. 203)
Creo que una diferencia fundamental entre las novelas de Mun y Fuguet es su observación sobre el concepto de “hogar”, que en realidad es una declaración de intenciones: mientras que Joon vuelve, como Ulises, a la casa paterna (materna, más bien), el libro de Fuguet viene a sostener que la casa paterna no existe, no hay tal cosa: uno lleva su vida consigo allí donde va en el lenguaje o, acaso, en el bilingüismo. El único hogar fijo sería el ataúd del final.
El inmigrante zombi
me desplacé para todas partes,
nunca paré.
A. Fuguet, Missing (una investigación)
Sólo nos quedan unas pocas palabras, el cadáver de tanto por sentir aún.
J. Fernández Gonzalo, El libro blanco
Sobre la idea de que el consumidor ideal es el drogadicto han escrito Juan Goytisolo (2004), Eloy Fernández Porta (2007) y César Rendueles (2008); Jorge Fernández Gonzalo propone en su excelente ensayo Filosofía zombi una alternativa: los zombis como “consumidores por antonomasia” (p. 53). En su imaginario fílmico, los zombis son presentados como una especie de robots vegetativos en busca de carne, y definidos como motores de satisfacción inmediata. Ambas figuras son correctas y, si nos fijamos bien, en las dos late la irracionalidad, la pérdida de la razón, como eje explicativo del ultraconsumo. Uno de los aspectos más interesantes del ensayo, que parte del cine de zombis para extraer conclusiones simbólicas sobre nuestra sociedad hiperconsumista, es la dimensión del zombi como acumulador irracional. El zombi no se pregunta sobre la contención, no ahorra, no hace previsiones ni guarda provisiones: come lo que puede, donde puede y todo cuanto puede. Sus técnicas vitales son el arrastre y el remolque (p. 195), y su horizonte es el ahora. El zombi acumula de forma mecánica sus objetivos, sólo “tira hacia delante”, sin preguntarse. El inmigrante, como podemos ver en la descripción de Fuguet, también. El movimiento del trasterrado es hacia el siguiente día, sin pensar demasiado: “la piensas y no la piensas, si la piensas, no haces nada, si no piensas nada, no se te ocurre nada” (p. 290). Los inmigrantes de Mun y Fuguet son personajes que van acumulando maquinalmente trabajos, con el objetivo ciego de vivir mejor, de cumplir un sueño americano (Missing, p. 148) que pide demasiado por su satisfacción. Van cubriendo etapas, van devorando cuerpos, amores, trabajos (“sentía que la libertad me estaba saliendo demasiado cara, dos trabajos que no sumaban uno”, Missing, p. 293), sueldos, para lograr el primer fin: la supervivencia, el no regresar como fracasados a su país de origen, sin importar que la vida que pueden llevar en su nuevo país puede parecerse mucho al fracaso. Porque también acumulan dolor, disfuncionalidades, adicciones, soledades y hartazgo. Construidos como robots de subsistencia, los inmigrantes en estas obras narrativas también resultan a veces estructuras mecánicas afectivas, capaces de vaciarse por dentro y de reiniciar los sentimientos sin aparente complicación. Simplemente duele un poco: caen, vuelven a ponerse en pie, se sacuden el polvo y siguen caminando.
[1] “todo Estado nación se constituye a partir del control de las fronteras, el rechazo de los inmigrantes clandestinos y una estricta limitación del derecho a la inmigración y el derecho de asilo. Este concepto de frontera constituye, justamente como su frontera misma, el concepto de Estado-nación”; J. Derrida, “Artefactualidades”, en J. Derrida y B. Stiegler, Ecografías de la Televisión; Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1998, p. 31.
[2] Rodrigo Fresán, “Apuntes para una teoría del cuento”, La velocidad de las cosas; Mondadori, Barcelona, 2005, p. 189.
[3] “And really it’s just one of alienation: feeling out of place, feeling that confusion when the language is completely new and the rules are new - you don’t even know the rules. Those are feelings an immigrant might feel but I really can’t call the book an immigrant novel because those feelings of alienation anyone could feel no matter what country they’re from. Joon’s mother, who is definitely feeling the stress of the move to a new country, her feelings parallel Joon feelings as she enters into this submerged population group”; Nami Jun, entrevista en Chicagoist, 08/01/2009, accesible en http://chicagoist.com/2009/01/08/interview_nami_mun.php.
[4] Isaac Joseph, El transeúnte y el espacio urbano; Gedisa, Barcelona, 2002, p. 74.
23 comentarios:
Este texto es el incipiente borrador de un artículo académico sobre identidad e inmigración.
Según tus investigaciones literarias y a raíz de lo que dices en el post, ¿podríamos dividir de una forma burda a la población entre desarraigados que reinventan sus raíces y personas muy enraizadas que reafirman su identidad frente al recién llegado en el sentido de la cita de Derrida?
Es un tema que me interesa profundamente.
Abrazo.
No me gustan las generalizaciones, y menos en un tema que me toca cerca, Carlos. Lo que sí pienso es que esos dos perfiles abundan. Hay muchos más: el ciudadano de un país que es generoso con quienes llegan (me he encontrado muchos, por fortuna), el indiferente, el xenófobo, el inmigrante líquido (que se disuelve como un azucarillo en el nuevo entorno), el inmigrante que quiere volver cuanto antes y nunca tiene necesidad de reinventarse, y la persona que se traslada por circunstancias de la vida y que descubre que las raíces no existen, que son un invento, como el falo según Lacan o como la subjetividad.
Mi abuela, que condensaba ella solita toda la riqueza del refranero popular, decía: 'donde fueres, haz lo que vieres'. No le hacía demasiado caso, en general, y no ha sido hasta mucho más tarde cuando he aprendido a entender muchos de los significados que entonces me sonaban a 'cosas de viejos'. Pero la cuestión del desarraigo, creo, no se limita a un concepto físico, sino más bien de sensación personal, y no sé si tiene que ver con Lacan o con el propio 'yo', que vale que sea un constructo, pero ahí está. Si no se produce ningún conflicto, perfecto. Lo malo es que la cosa no suele ser tan plácida.
Saludos
Plácido... me conformo con que no sea traumático.
Plácido... me conformo con que no sea traumático.
Ya dije que era una división burda (quizá la más evidente por ser la más enfrentada). En todo caso gracias. Tu respuesta amplía con creces el contexto humano al que afecta la tensión entre arraigo y desarraigo.
Abrazo (abrazo también a la sabia abuela de logiciel).
Como siempre que leo los artículos del blog saco partido. Enhorabuena, el sitio web se ha convertido para mí en una referencia. Podré estar o no de acuerdo con algunos planteamientos pero siempre es enriquecedor leer los artículos colgados. Felicidades nuevamente, seguid así y animo a la gente a que participe con sus comentarios en este tipo de sitios educativos porque la verdad es que son de un valor enorme en esta época de internet.
Ánimo y suerte con las publicaciones, os seguiré
Opino que, cuando hablamos de inmigración, suele ser difícil evitar las connotaciones negativas o peyorativas porque las noticias relativas a tal fenómeno que más repercusión tienen en los medios suelen ser las que hacen referencia a la vulneración de alguna ley o a la comisión de algún hecho delictivo por parte de algún inmigrante. Y, cuando nos movemos en el terreno de la ficción, entiendo que, aún con más motivo, el artista contribuye a la perpetuación del sesgo en el sentido de que las historias que más interesan son las más sórdidas o macabras: drogas, secuestros, asesinatos de género, mafias, etc. Pero el fenómeno de la inmigración está lleno de historias bonitas y con un final feliz a pesar de que estas últimas vendan o interesen significativamente menos. Con respecto a la abundancia de libros en los que sus protagonistas viven y sienten y padecen fuera de sus naciones de origen, creo que es más que obvio que se trata de un fenómeno que cada vez se da (y va a darse) con más frecuencia en el sentido de que, hoy día, la movilidad geográfica se está convirtiendo en una costumbre habitual: por necesidad en unos casos, por inquietud vital en otros (de hecho, espero que en un futuro más o menos lejano este último motivo sea el único que sirva de acicate a todos los movimientos migratorios, excepto los de los delfines y las aves). La literatura refleja la realidad y la realidad es ésa. Por otra parte, no comulgo con cierta postura victimista que adoptan algunos escritores que viven fuera de sus países y que se resume en frases del tipo: “yo también sé lo que es no tener un lugar en el mundo”. Hoy día opino que, en la mayor parte de los casos, el vivir fuera de tu país no se experimenta con ese tópico desarraigo existencialista. Paradójicamente, yo, que llevo viviendo en Málaga toda mi vida, más concretamente en Cl La Unión, suelo sentir a veces que he nacido en el lugar equivocado o que no encuentro mi lugar en el mundo mientras que, cuando viajo a Berlín o a Londres, consigo sentirme como en casa a los cinco minutos. Por otra parte, resulta cuanto menos antropológicamente curioso que, hoy día, si buscas algo exótico puedas encontrarlo al lado de casa (volviendo a Cl La Unión, quien la conozca, sabe que es un pedazo de Mozambique) mientras que, si viajas, puedes encontrar, gracias a las multinacionales, todo lo que te haga sentirte como en casa. A veces tengo la impresión de que el escritor inmigrante vende la imagen de la inmigración tópica y un tanto exótica que la metrópolis demanda: soy inmigrante y debo dar pena y soy un paria y un desarraigado y todo lo tocante a la inmigración es tan oscuro como un libro de Jim Thompson. Como suelo puntualizar, los berenjenales en los que me meto no pueden lidiarse grácilemente en un mero post porque hay muchos tipos de inmigrantes (procedentes de países con situaciones políticas y económicas muy distintas) y que, por tanto, emigran por motivos muy diferentes, y soy consciente de que no puedo generalizar cuando lo que tengo entre manos es un tema tan complejo. Por otra parte, quiero pensar que, cada vez más, la construcción de la identidad, tiene que ver menos con el lugar donde se resida. Si mal no recuerdo, le oí decir una vez a Efraim Medina Reyes que se sentía mucho más cerca culturalmente hablando de Estados Unidos o de el Reino Unido que de Colombia, porque casi toda la música y casi todos los libros que leía provenían de allí y ése indefectiblemente era un material primordial constitutivo de su identidad. En cierta occasion, un periodista me preguntó qué opinaba acerca de los verdiales y le respondí que me sentía más cerca de los Smith´s que de los verdiales. Por descontado, ese razonamiento tan visceral y tan lógico fue el titular de la entrevista. Un cordial saludo.
Estimado Francisco Daniel, entiendo lo que dices y tienes parte de razón, pero cuando aseveras tajantemente que "en la mayor parte de los casos, el vivir fuera de tu país no se experimenta con ese tópico desarraigo existencialista", ¿te basas en algún estudio, en alguna estadística? Porque deduzco que no ha sido nunca tu caso, y no entiendo en qué te basas para hacer una declaración así. Hay miles de textos -literalmente, miles- de autores de todas las épocas sobre el desarraigo sentido en el extranjero; desarraigo que, dicho sea de paso, no tiene nada que ver o no está necesariamente relacionado con echar de menos la patria. A veces, quien lo probó lo sabe, es el hecho de no añorar la patria lo que más desestabiliza, porque suelen construirnos nuestra mentalidad abundando y haciendo énfasis en nuestra condición "nacional". Cuando descubres, como le sucede a Efraín Medina Reyes o me sucedió a mí, que lo nacional tiene mucha menos importancia en tu vida d elo que pensabas, el choque es fuerte y se necesita mucho tiempo y terapia escrituraria para procesarlo. Un saludo y gracias por tu comentario.
Al hilo de lo comentáis, y simplificando mucho, muchísimo el tema, pondría un ejemplo que conozco bastante bien.
Yo tengo dos tipos de amigos: los que cuando viajan comen lo que se come allá donde estén y los que solo comen hamburguesa con patatas fritas, a falta de una buena tortilla de patatas.
Creo que depende fundamentalmente de la mentalidad con la que vayas por ahí.
Otra cosa es el fenómeno de la nueva emigración de talentos que se está produciendo en nuestro país. No todos tendrían ganas de irse a Alemania o Suecia, pero no tienen más remedio. Es sustancialmente diferente desplazarte por gusto que por necesidad.
Saludos
Hola nuevamente, Vicente. Soy bastante proclive a emplear ciertas dosis de metodología científica a la hora de pensar y de opinar, aunque a veces, y más en el devenir cotidiano, resulte un poco farragoso. Pero también debo admitir que me apasiona -o más bien me pone- emplear el método puramente especulativo propio de la primera filosofía antes de que comenzase a juntarse tanto con la ciencia: por todo ello, admito tu reproche con respecto a la contundencia de mi afirmación. Aún así, te diré que, cuando afirmo “vivir fuera de tu país ya no se experimenta con ese tópico desarraigo existencialista”, hablo con cierto conocimiento de causa basado en sucesivos y numerosos relatos de experiencias de amigos/as aunque no basándome, como tú bien supones, en una experiencia de campo ya que el máximo tiempo ininterrumpido que he pasado fuera de casa nunca ha excedido el mes, y por tanto no he tenido tiempo de quitarme el disfraz de turista. La cuestión es que estoy acostumbrado a escuchar básicamente dos tipos de comentarios: Los que dicen: “A los dos días de estar aquí ya me sentía tan cómodo como si llevase viviendo en esta ciudad toda la vida”. Los que aseveran: “Me entra mono de Málaga pero, en cuanto llevo allí dos días, ya me vuelvo a sentir asfixiado”. (En ambos casos presupongo que estas personas que viven la lejanía de manera tan positiva también experimentan altibajos y que estos a veces no se confiesan o no se reconocen por pudor o por orgullo con lo cual aquí ya tendríamos una variable extraña en mi “análisis casero” que contamina el resultado).
Por otra parte, opino que el modo en que el inmigrante experimenta la experiencia también depende del punto de origen y del punto de partida. Acabo de detectar otra variable extraña en mi análisis que lo tinta de subjetividad ya que hablo de gente que, generalmente, de Málaga parte para sitios más cosmopolitas. Pero yo, a groso modo, quería poner el acento en el advenimiento de una especie de “individuo futuro” que conciba el mundo como una especie de PAÍS INMENSO en el que todos los sitios sean el resultado de un conglomerado de culturas aunque suene un poco utópico: un mosaico bien avenido. También creo que, en términos generales, se da la “reciprocidad” de la que habla Amin Maalouf en su ensayo Identidades Asesinas como solución a la mezcolanza cultural, aludiendo a un esfuerzo conjunto que implica y exige responsabilidades tanto a quien llega como a quien recibe (yo al menos me esfuerzo). Evidentemente, yo no he experimentado esa “no sensación de añoranza” de la patria la cual, según tú comentas, es tan jodida o más que el sentimiento contrario. También asumo que, usando a mis amigos/as como conejillo de indias, estoy cometiendo (además de los ya mencionados) otro sesgo u error a la hora de seleccionar la muestra y es que, casi todos, en mayor o menor medida, son de ideología más bien un poco apátrida. Entiendo que, en el modo de sentir esa lejanía con respecto al origen, operan también rasgos propios de la personalidad de cada individuo y esto enlaza con la aportación de Logiciel: depende de una voluntad de integrarte o no, de estar dispuesto a comer pescado crudo o esperar a que llegue el paquete de mamá lleno de salchichón ibérico. Esto me recuerda también al libro “Soy hijo de los Evuzok” de Lluís Mallart. Puedes viajar con una predisposición a mezclarte o portando como equipaje la actitud contraria. Este libro me parece entrañable porque en él, un misionero que viaja a Camerún (el propio autor) con el propósito de convertir al cristianismo a los miembros de una tribu, termina convertido en un Evuzok (el cazador cazado). Estimado, Vicente, yo que en el fondo soy bastante romántico, entiendo que la única patria realmente determinante es el corazón de mi amada, y si tú, gracias a Skype, conseguiste mantener tu matrimonio intacto, ya no tengo ni que preocuparme por los movimientos migratorios. Un abrazo y como siempre es un placer visitar a golpe de click tu casa, donde las ventanas suelen estar abiertas de par en par y el aire fresco campa a sus anchas.
Por fortuna ya no dependo de Skype, pero hubo un tiempo en que sí lo hice, y me fue de gran utilidad. Nada como hablar viéndose la cara, ¿no crees?
Este tema, como bien sabes, daría y ha dado ya para cientos de estudios y tesis desde diversos puntos de vista. Me parecieron interesantes los de estos dos novelas, por ser en cierta forma complementarios. Es obvio que hay más. Cada viajero, o trasterrado, o exiliado, o nómada, o becario, o trabajador desplazado, o peregrino, o atorrante tiene detrás una historia y una experiencia únicas. Sólo podemos tener hilos entre ellas, sabiendo que no puede haber un denominador común. Tampoco hace falta, entiendo. Saludos y gracias por pasarte...
Francisco Daniel, dices que crees que el desarraigo ya no se vive como 'sufrimiento existencialista'. No lo sé. Yo tampoco he pasado fuera una temporada lo suficientemente larga como para haberlo comprobado. Además, siempre sabía que era temporal. Pero conozco casos de personas con un nivel cultural elevado, un sentimiento patriótico cero y una predisposición impecable hacia su nuevo 'hábitat' que simplemente no lo han soportado. Y cuando les preguntas por qué no saben explicar exactamente la razón.
Me permito recomendar un libro 'Los tres salen por el Ozama' de Vicenç Riera Llorca, cosa que no acostumbro a hacer, que trata sobre el exilio de tres catalanes durante la dictadura. Ya sé que pensaréis 'vale, sí, ya', pero a mi me dejó de una pieza.
Lo buscaré, Logiciel, no lo conocía. Saludos y gracias por la pista.
De nada. Espero que te sirva. Aunque en castellano te costará encontrarlo. Es uno de los escritores 'oscuros' que tenemos por aquí.
Saludos
Gracias, Logiciel, por la recomendación y, más aún, teniendo en cuenta que se trata de algo que, como apostillas, no acostumbras a hacer. Pues te invito a que lo hagas con más frecuencia siempre y cuando sea para darnos a conocer a otros la existencia de autores y libros que, efectivamente, parecen ser bastante underground (y no en el sentido deformado y comercializado de la palabra). Me he permitido buscar algo del autor en la red y ahora trataré de conseguir el libro: (Barcelona, 1903-Malgrat, 1991) Escritor español en lengua catalana. Exiliado tras la guerra civil en México hasta 1969, es autor de diversas novelas que testimonian la vida catalana durante la República y la guerra civil, así como los problemas de los exiliados catalanes: Los tres salen por Ozama (Tots tres surten per l'Ozama), Rueda de descontentos (Roda de malcontents, 1968), Con permiso del enterrador (Amb permís de l'enterramorts, 1970), Cambio de vía (Canvi de via, 1976), Això aviat farà figa (1984) y Tira cap on puguis (1985). En 1979 publicó el volumen de memorias Mi paso del tiempo (El meu pas del temps).
Un saludo.
Espero que te guste, Francisco Daniel.
Un saludo
Estaría bien dedicarle un post a cada libro.
Me interesa teejr redes, encontrar pasadizos, entender las ideas como flujo navegable, Lector. Quizá el próximo esté dedicado a un libro solo. Saludos
"El inmigrante y el narrador tienen un trabajo en común, reconstruir una vida, la propia" Acertada cita la que hace Fresán del emigrante, y de la que se pueden sacar varias lecturas interesantes: la primera es que hablamos de un sujeto que aparece como superviviente de la aniquilación de su propia imagen. Forzado a asumir la destrucción del que fuera su mundo, sin voz y sin entorno, el sujeto se ve forzado a buscar unas respuestas que nadie parece dispuesto a ayudarle a encontrar. Rodeado por un entorno impasible, no tendrá más opción que replegarse sobre sí mismo, que partir de viaje a lo más profundo de su ser en busca de una verdad esencial que le convenza de que el esfuerzo de la reinvención tiene un sentido fundamental. Esta muerte simbólica con retorno al núcleo más íntimo del ser tiene enorme similitud con el que experimentan los místicos, aquellos que no descubrirán su verdadera identidad hasta que llegue el día en que lo han perdido todo. En el caso de los escritores-migrantes me atrevería a decir que su motivación asciende aún a un nivel superior. El que ha muerto y ha renacido desde su esencia ya no se conforma con ser un hombre nuevo, necesita que otros seres silenciosos como él conozcan de su experiencia, de allí la necesidad de ponerles voz a los sin voz. Estupenda entrada, disculpas por comentarios extemporáneos pero qué importa el tiempo teniendo palabras
En efecto, lo bueno de las redes es que permiten continuar las conversaciones incluso pasado el tiempo; lo único que lamento es que haya leído esta versión, ya que publiqué la definitiva en la revista académica Impossibilia, añadiendo algún libro más... Gracias en todo caso por su acercamiento, Martín, y su comentario.
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