Daniel Gascón, La vida cotidiana; Alfabia, Barcelona, 2011.
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El tercer libro de relatos de Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) se presenta como una sucesión de historias de corte autoficcional, enlazadas por algunos personajes que le dan continuidad. Ordenadas de un modo diferente al presentado en el volumen, compondrían una especie de novela autoficcional de formación, una Autobildungsroman (disculpen), en que un chico zaragozano aprovecha sus conocimientos de idiomas para salir a Francia a formarse, impartir clases, profundizar en las experiencias vitales y comenzar su carrera literaria. El planteamiento es original, aunque nos hubiera gustado una concepción algo menos estrecha del realismo literario: “yo era un escritor realista: solo me masturbaba pensando en mujeres con las que había follado, y cuando escribía decía siempre la verdad” (p. 27). La declaración es tan extrema que no puede descartarse la ironía en ella, pero tanto el tono general de los relatos como alguna declaración concreta (“me pareció que Alberto no demostraba mucho interés por el mundo real”, p. 60) parecen constatar que el aserto es consciente y deliberado. Un realismo que se propone captar la “verdad” es, por supuesto, un realismo ingenuo y naif, como ya expusimos en Singularidades, teniendo en cuenta que los físicos teóricos de todo el mundo son incapaces de ponerse de acuerdo en la ordenación última de la materia que compone lo que entendemos por “real” (por no hablar de problemas estéticos y filosóficos de representación). Pero teniendo presente que no es tanto un error de Gascón como un mal endémico de buena parte de la literatura española, preferimos centrarnos en lo que el libro tiene de positivo, y es que el autor tiene unas claras dotes para narrar. Conjuga un estilo rápido y directo, casi siempre seco y despojado de retórica, con un hábil olfato para detectar cuál, de entre los hilos de una historia, es el más apropiado para mostrar los móviles o deseos ocultos de quienes la protagonizan. Creo que ahí, en la distancia entre lo realmente deseado y lo expuesto como excusa, entre lo oculto y lo explicitado por sus caracteres, yace la dimensión expresiva en la que el autor alcanza mayor penetración psicológica y donde el libro adquiere mayor relieve. Las tramas narradas en La vida cotidiana son un poco insustanciales, demasiado confinadas en las tramas postadolescentes del personaje principal, sus ligoteos y sus afanes, pero cabe esperar que cuando Gascón abandone el tono autoficcional y se lance a la narración de personajes ambiciosos nos encontremos ante un escritor muy a tener en cuenta.
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Charles Baudelaire, La Fanfarlo; Backlist, Barcelona, 2011; traducción de Alejandrina Falcón y prólogo de Carmen Camero Pérez
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La pregunta lógica es: si este libro no estuviera firmado por Baudelaire, ¿lo habríamos leído? ¿No pertenecería más bien a ese variopinto grupo de nouvelles galas de ambiente fin de siècle (aunque se publicase en 1847) que sólo leen los profesores de literatura francesa y Luis Alberto de Cuenca? Puede que sí, pero el hecho es que La Fanfarlo es una novela de juventud de Baudelaire, publicada con veinticinco años de edad bajo el seudónimo de Charles Defayis. Sólo por este hecho, por suponer la edición de las primeras letras de uno de los escritores llamados a definir el gusto de la alta modernidad europea, merece la pena detenerse en ella y rastrear las huellas de lo que vendrá después. Enmarcada en la tradición francesa de la novela contada (cf. p. 39), entreverada con rastros de la literatura oral (hace poco comentaba algo parecido Juan Goytisolo en un soberbio artículo sobre Jacques le fataliste de Diderot), La Fanfarlo cuenta una extraña historia, mezcla de Nana y El condenado por desconfiado, en unos términos que algunos historiadores han querido ver autobiográficos. Nadie espere una obra de arte a la altura de Les fleurs du mal, pero déjense llevar por esta prosa joven y algo naif, bien recreada por la traducción de Alejandrina Falcón, que nos deja ya ver algunos rasgos del genio cínico de su creador: “entre los viajantes de comercio, los industriales errantes, los promotores de negocios y comandita y los poetas absorbentes hay una sola diferencia: aquella que existe entre la propaganda y la prédica; el vicio de estos últimos es absolutamente desinteresado”.
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[Relación con las editoriales y autores reseñados: ninguna]
9 comentarios:
Lo siento, Vicente, pero yo voy a ser un poco más duro que usted con la escritura de Daniel Gascón (el libro que me leí de él fue "El fumador pasivo", y opino desde esa lectura). Donde usted dice "conjuga un estilo rápido y directo", yo diría "conjuga un estilo simple y pobre, sin mayor novedad"; donde dice "despojado de retórica, con un hábil olfato para detectar cuál, de entre los hilos de una historia, es el más apropiado...", yo diría "despojado de interés, de profundidad literaria, con un nulo olfato para contarnos nada que pueda resultar atractivo al lector".
La verdad es que siempre pongo el libro de Gascón como ejemplo de una literatura vana, prescindible, que en la literatura española actual parece proliferar, pero que desaparecerá sin duda al primer golpe de viento.
Si no fuera por haber nacido con buenos contactos, este autor nunca habría llegado a publicar, ni siquiera en editoriales independientes.
Respeto su opinión, Sr. García, sobre el valor literario de Gascón, aunque creo que podía haber ahorrado usted la referencia a los contactos. Gascón ha publicado tres libros, eso no se logra sólo con contactos (y menos tratándose de Alfabia, una de las editoriales independendientes que me parecen de mayor solvencia). Entiendo que no sea el de Gascón el tipo de literatura que más le atraiga (si sigue el contenido de este blog, sabrá también que tampoco es el que más me atrae a mí), pero en este libro he advertido algunos detalles, algunas perspectivas en el modo de afrontar las tramas, que me parecen interesantes y que me hacen concebir esperanzas.
Si quiere continuar esta conversación será bienvenido, aunque le ruego que, siguiendo las normas del blog, deje de un lado referencias personales y se centre en lo literario. Un cordial saludo.
Me extraña que no tengas ninguna relación con Baudelaire -jaja- pero bromas aparte, pica el gusanillo de la curiosidad.
Saludos
¡¡Qué más quisiera!! :) Abrazos, Logiciel.
Estimado Mario G., no voy a publicar su comentario. Este no es un blog de ese tipo. Saludos.
Por mi parte, creo que toda crítica debe ajustarse a las ambiciones de los propios textos (que no de los autores). Si en la lectura se percibe que la riqueza de la prosa no era un objetivo, sino la creación de piezas narrativas "eficaces", bien construidas, y eso se consigue (o al menos en parte), no tiene sentido lamentar la carencia de lo que no se buscaba, ¿no? Conste que no es el tipo de literatura que me gusta, pero creo que la crítica es honesta, no tiene sentido sacar el palo, ni se trata de eso. Salud.
No estoy de acuerdo, sr. Pelegrín, cada crítico debe ajustarte a su propio criterio de lo que es lo "valioso". En mi caso, quizá erróneo, el criterio es el de la ambición estética, tanto semántica como formal. Desde ahí mido, no sé hacerlo (ni quiero) de otro modo. Saludos.
No me refería a que el crítico deba reprimir su criterio, me he expresado mal. Mis reservas iban dirigidas más a la dureza de G.G. que a tu crítica (si me permites que te tutee). Hay que saber destacar también los aciertos de un texto, y creo que eso lo haces en tu reseña, sin soslayar algunas carencias. Digo esto al margen de que no comparta otras reseñas que leído en este blog, lo cual es normal y saludable. Salud.
Ah, disculpa si entendí que te referías a mí, Daniel. Y, por supuesto, me encanta la disensión, nada más aburrido que estar de acuerdo en todo. Gracias por dejar tu opinión y un saludo.
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