Hoy se publica este reportaje de Lorena Oliva en La Nación de Buenos Aires, donde participo junto a otros expertos en temas de lectura, editoriales, tecnología y crítica.
http://www.lanacion.com.ar/2033950-los-lectores-al-poder-del-ultimo-eslabon-al-centro-de-la-escena
Reproduzco las respuestas enteras que di al medio, por si fuesen de interés para alguien.
- ¿Cómo dialoga este
reposicionamiento de la figura del lector con otra figura relevante, la del
crítico? ¿Y con otras figuras, como las del editor o el autor?
Cualquiera puede opinar sobre libros, pero no todas las opiniones
valen igual; yo puedo opinar sobre la rotura de una pierna, pero mejor que la
trate un médico traumatólogo. Hay distintos grados de competencia lectora, y
decir “este libro me gusta” es como decir que la integral de Riemann es un
dibujo muy bonito. Las redes sociales crean en nosotros la falsa impresión de
que debemos opinar o tener una opinión sobre todo, cuando eso no es cierto; en
temas literarios, por ejemplo, la opinión seria y consciente requiere de una
formación previa: un trabajo de años y años de lecturas y de lecturas sobre
lecturas. Con esto no desmerezco la opinión libre de un lector sobre el libro
que lee, me limito a no glorificarla, a darle su lugar (el lícito derecho a compartir sus gustos lectores),
recordando que hay otros lugares. Todo
crítico es lector -esencialmente-, pero no todo lector es crítico. El crítico
literario no sólo nace, también se hace; debe tener un don y desarrollarlo a lo
largo de años con esfuerzo y dedicación y autocrítica. Creo que un crítico
sólido, como Ron Charles, que trabaja para el Washington Post, puede utilizar con acierto YouTube para difundir
sus mensajes, como él lo hace, con gracia y tino. Pero por cada Ron Charles hay
diez mil personas que hacen en la red un discurso plano sobre los libros. Los
críticos literarios no tienen sustituto, como no lo tienen los escritores, ni los
editores, ni los traductores. De todos los trabajos de la industria del libro,
esos cuatro son los únicos insustituibles: puedes distribuir sin distribuidor,
vender sin librero, encontrar sello sin agente y editar sin impresor, gracias a
la técnica. Pero el trabajo de escritura, el editorial (mejorar un manuscrito y
editarlo correctamente para su circulación), el de traducción y el de crítica
sólo pueden ser realizados a la perfección por personas competentes y expertas,
con una trayectoria y una formación a sus espaldas. El lector no puede
sustituir al crítico, porque sus trabajos son diferentes: el del crítico, simplificando
mucho, es analizar la obra y aconsejar al lector, ayudando a clarificar el
panorama o contexto literario en el que aparece una novedad. El trabajo del
lector es leer.
- ¿Qué aspectos propios del
mundo editorial podrían estar incidiendo en el creciente protagonismo de la
figura del lector?
Sobre el creciente papel del lector creo que es muy significativo que
el último premio Formentor haya recaído en Alberto Manguel, por su “minuciosa
recreación del arte de leer”, según declaró el jurado. Parece que el lector en
nuestros días no sólo intenta reemplazar al crítico, también lo intenta con el
escritor. Quizá es el signo de estos tiempos del selfie: la gente no quiere un libro, sino un espejo; quieren verse
a sí mismos, llevando al extremo aquella actitud “adolescente” que, según Terry
Eagleton, tienen los lectores poco formados y primerizos: “me gusta este libro,
porque me identifico con sus personajes” -una de las causas clave del éxito de Bridget Jones, entre otros incontables
ejemplos-. Quizá el libro perfecto de esta época narcisista en que vivimos sea
el libro de un youtuber que nunca
había leído libros: “sólo voy a leer el libro que yo mismo escriba, o el que
escriba basándose en mí un escritor contratado”. El último caso genera un
chiste memorable, del cual hay varios casos en España: las personas que han publicado
un libro, sin haber leído jamás uno, ni siquiera el propio.
- ¿Qué le aporta esta novedad
-que promueve conversaciones más de tipo horizontal- al mundo del libro, con
dinámicas tradicionalmente más verticales?
Creo que se ha incrementado lo que suele llamarse “la conversación”
respecto al libro; lo que no tengo tan claro es que hablar más sobre libros, o
hacerlo con más gente, estimule la lectura o incremente la venta de ejemplares.
Creo que simplemente se cambia el lugar de la antigua charla sobre “qué es lo
último que has leído” (en la actualidad completamente sustituida por “cuál es la
última serie que has visto”): al ver que sus intereses lectores no son
satisfechos por las charlas entre amigos, los lectores buscan interlocutores y
cómplices en línea, para departir con ellos acerca de sus lecturas en blogs,
chats, redes sociales, plataformas, etcétera.
En el mundo editorial, veo cierto pánico ante una serie de cambios tan
amplia y todos los frentes; algunas editoriales han reaccionado negándose a
hacer ningún cambio, lo que me parece un error, y otras lo han cambiado todo
(una equivocación todavía mayor). Sí detecto una creciente preocupación por el
eco de la actividad propia en internet, con mayor presencia de editoriales
activas en las redes sociales: es obvio que un vendedor tiene que acercarse a
los potenciales compradores. Algunos editores dicen que ese esfuerzo no merece
la pena y que se vende un libro por cada 500 seguidores en Twitter, pero nunca
se preguntan cuántos libros venden por cada 500 médicos, carpinteros o
pescadores. Para colocar ejemplares lo primero es hacerle saber a los posibles
interesados que publicas libros.
Veo nervios en la industria ante estos lectores que comienzan a tener
iniciativa. Algunas editoriales reaccionan bien, y envían ejemplares a libreros
influyentes (incluso recogiendo sus opiniones en las fajas o solapas de
cubierta), a blogueros y a booktubers.
Me parece lógico, si yo fuera editor lo haría, siempre que editara libros que
pueden interesar a un booktuber adolescente.
- ¿Estamos ante un fenómeno que
ocurre necesariamente propiciado por el impacto de las TIC?
Las TIC no se mueven solas, alguien las mueve detrás, y creo que tras
ellas hay conocedores del mundo editorial que actúan guiados por intereses
económicos, lo que es normal, porque en el mundo del libro todos han vivido
siempre del negocio… menos los escritores. Otis Chandler, el fundador de la
pionera red social de lectores Goodreads, es ingeniero informático y empresario,
y su familia fue editora del periódico Los
Angeles Times. Los empresarios tomaron el control de las grandes
editoriales en los años 80 y 90, como señaló André Schiffrin, y ahora lanzan
plataformas de lectores. Lo que intento decir es que estas “tecnologías de y
para lectores” no son autogestionadas, no son asociaciones benéficas de amantes
de las letras que intenten saltarse intermediarios, sino diseños empresariales
que ven un hueco de mercado (tanto Goodreads, como Bookish o The Copia venden
libros y / o publicidad). Es cierto que dan servicio a los lectores y
establecen canales de comunicación entre ellos, y entre lectores y escritores,
pero no son filántropos. Como bien apunta un artículo de Forbes sobre
Goodreads, su objetivo es romper las antiguas jerarquías económicas para
imponer otras.
Las técnicas en sí no son un problema; yo llevo haciendo videorreseñas
desde 2008, seis o siete años antes de la aparición del fenómeno booktuber. YouTube se fundó hace 12
años, nada menos. Creo que el vídeo tiene muchas posibilidades para la difusión
de la crítica -y también para la crítica de la difusión-. Creo que en este boom
del “lector activo” hay otros motivos más allá de la técnica, que expongo en la
siguiente respuesta.
- ¿Dice algo este rol más
activo del lector sobre el contexto socio-cultural global?
Este “viralector” o lector viral, cuyas legiones de fans nos asombran,
me parece un síntoma del individualismo creciente que nos acucia; no hay mucha
diferencia entre hacerse un selfie para
Instagram (donde alguien se sueña supermodelo, sin serlo) y hacer un comentario
sobre libros (donde alguien se piensa crítico literario, sin serlo). La
propaganda mediática nos dice que podemos ser lo que queramos; inconscientes de
que apenas podremos ser lo que nos dejen, nos lanzamos a exportar nuestra
individualidad al universo. No creo que los jóvenes booktubers sean un hecho negativo, pero tampoco hay que
santificarlo. Es parte de un fenómeno mayor: el incesante hipercomentario
global, el enjambre humano que ha roto a dar opiniones sobre cualquier tema.
3 comentarios:
Pienso que el mero lector sin ninguna formación (o la mayoría de las veces muy precaria) cuando piensa que es un crítico literario basa gran parte de sus consideraciones en términos de gusto y de juicios estéticos muy alejados de una auténtica comprensión del medio. Es como si alguien tratara de hacer una crítica de un edificio diseñado por Francesco Borromini sin conocer todas las vicisitudes de su magna obra.
En el pasado el público* quería lo que le daban, en el presente al público le dan lo que un estudio pormenorizado del Big data dice que el público quiere. En mi opinión, estas políticas culturales, donde lo que prima es la mercadotecnia, en gran parte sustituyen la dimensión crítica de la experiencia cultural por una ilusoria participación masiva carente de criterio.
* Entiendo por público entre un 70% y 80% de potenciales lectores/as.
Saludos
Hola, sr. Mora.
Creo que hay críticos con mucha formación y muy poco talento expositivo y hay lectores con muy poca formación (homologada) y mucho talento para la crítica, amén de muchísimo bagaje de lecturas, que al final me parece que es la cuestión medular. La formación sin duda solo puede ser un valor añadido al talento natural (más o menos modernamente llamado "inteligencia lingüística"); pero bajo mi punto de vista, si me apura, la autoridad como crítico es consecuencia más de la demostración que de la educación demostrable (curricularmente).
Estaría de acuerdo con usted en que eso es impensable para un médico pero me sigue pareciendo razonable para un crítico.
En todo caso la educación universitaria como acreditadora de la condición de crítico no excluye que uno pueda ser un pésimo crítico.
Toda la cuestión creo que entronca con el asunto del cánon, tan necesario y tan condenado a permanecer irresuelto.
Muchas veces me he preguntado cuál cree usted que es —o que apunta a ser— el centro del canon en este momento del tiempo, básándose (aproximadamente) en las mismas tres o cuatro condiciones irrenunciables que usó Bloom (generación de extrañeza, subversión de la cognición, dominio pleno de la dicción...). ¿De quién seremos todos hijos, si es que es cierto que todos lo somos ya de Shakespeare?
Un saludo y gracias por su trabajo.
Iván A.T.
Estimado Iván,
Gracias por su sereno e interesante comentario, es un placer dialogar con personas que comentan puntos de vista en vez de pretender imponer los suyos, como es cada vez más frecuente.
En su comentario hay algo que me sorprende, esta frase: "hay lectores con muy poca formación (homologada) y mucho talento para la crítica, amén de muchísimo bagaje de lecturas". Porque ¿acaso un bagaje de lecturas -si son buenas, claro- no es una formación? Lo importante, creo que estará de acuerdo conmigo, es "saber de lo que se habla" cuando se habla de literatura. A esto se puede llegar de dos formas:
1) Una primera, dificilísima y lenta, la formación autodidacta.
2) Una segunda, lenta también, pero menos, y facilitada por la guía de personas expertas: estudiar literatura con un sistema. Con un programa, con unos clásicos indispensables y estudiados a fondo, a través de manuales, asistencia a clases, bibliografía complementaria, etc. Con posibilidad de hacer preguntas y, sobre todo, de ser evaluado y de pasar o aprobar esos exámenes.
Conozco la diferencia entre las dos formas porque yo he sido primero autodidacta y después, consciente de que había más elementos que necesitaba saber, estudié primero teoría literaria por libre y luego me doctoré en la universidad. Dediqué muchos años a mi tesis doctoral, para disciplinarme en el método literario de análisis, que cuenta con cientos de antecedentes y de sabios que leyeron libros antes que uno. Es conveniente saber qué dijeron esas voces autorizadas sobre los clásicos y sobre las obras menores de su tiempo, antes de lanzarse uno adánicamente a repetir ideas mil veces expuestas sobre esos clásicos. Cuando leo una crítica literaria -sea en papel o en internet, sea en revista o en blog, en periódico o en libro o en redes sociales- detecto al instante la formación del crítico. Se advierte, ya desde el lenguaje con el que opina, cuál es el lugar desde el que enuncia su opinión. Es como un código (o una miríada de códigos, más bien) que los iniciados detectan, y que chirría mucho cuando falta y alguien da su impresión sin conocimiento de fondo, como yo la daría sobre un descubrimiento farmacéutico o una fórmula matemática. El amateurismo (que no tiene que ver nada con la intuición) salta entonces con claridad a la vista.
Con esto no digo ni que todas las lecturas autodidactas sean malas (yo las hice durante años, y estoy muy orgulloso de algunas -y de otras no-), ni que todas las académicas, como usted bien apunta, sean buenas. Sólo digo que si se hiciera una estadística, el grado de acierto de las lecturas hechas por personas que han estudiado literatura con seriedad superaría, en mucho, al acierto medio de los amateurs. Y es normal que sea así, porque sucede en todas las ramas del conocimiento. Si usted y yo hacemos un edificio sin estudiar arquitectura, no es que se caerá con toda seguridad, es que ni siquiera seremos capaces de ponerle un techo a la casa.
Sin estadística por medio, esa es la impresión general que tengo después de leer miles de críticas literarias, tanto amateurs, iniciadas, universitarias, expertas como sabias: cuanto más estudias, menos tonterías dices. Me atrevo a sugerir que es una ley universal para cualquier cuestión intelectual.
Respecto al canon, permítame que me remita a lo que digo al respecto en la larga introducción a La cuarta persona del plural (Vaso Roto, 2016). No puedo resumir aquí de mala manera lo que me costó varios meses explicar debidamente allí.
Un cordial saludo y muchas gracias por su visita.
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