Las gramáticas animales
En torno a 1998 (ya, no lo comenten), uno de mis yos anteriores barajaba diversas ideas locas en la cabeza para escribir; una de ellas era un plan de refundar narrativamente el planeta entero como una especie de ampliación a escala de Madrid; otra consistía en un largo poema que metaforizase la escisión de nuestra subjetividad a partir de la imagen de la Gran Muralla china. Pero, aún joven, me preguntaba si era posible hacer tales cosas, si eran legítimas; me devoraba la idea de si ambos empeños no se opondrían a la idea dominante de “lo literario”, porque desde luego esos planes no casaban demasiado bien con la literatura industrial que se hacía en España a finales de los 90, y que tanto daño ha causado (esto lo cuento en otro libro) después. Pero, cuando mayores eran mis dudas, tuve la suerte de leer varios libros, gracias a los cuales me di cuenta de que en la escritura todo era posible. Uno de ellos era Insultos al público, de Peter Handke; otro, Un golpe de dados, de Stéphane Mallarmé, y había algunos más que ahora se me desdibujan, pero quizá el más importante de todos fue El mono gramático, de Octavio Paz, que terminó de dinamitarme la cabeza y limpiarla de polvo epigonal y paja castiza.
¿De qué diantres hablaba ese libro de Paz? El texto toma un punto de partida mítico, el de Hanuman, deidad con forma de mono que, según la tradición hindú, legó la gramática a los hombres, mito que tiene puntos de contacto con otros similares de otras culturas antiguas. Pero luego el libro se enrosca, se enroca en sí mismo; parece ser un paseo que está dando Octavio Paz hasta un lugar llamado Galta, pero al único lugar al que se llega es al camino mismo, o, quizá mejor expresado, al tejido lingüístico que encarna al sendero. Hay hondas reflexiones sobre el lenguaje en el libro, como corresponde a la obra de un poeta, pero El mono gramático no es un ensayo, ni es un poema. Ni es una novela, ni un cuento, tampoco es exactamente narrativo, aunque narre sucesos; ni tampoco, por supuesto, es una pieza de teatro, una crónica o un conjunto de aforismos. ¿Qué es, entonces? ¿Un híbrido? Pero, en tal caso, ¿qué hibridaría, qué géneros aglutina, emborrona o mezcla esta obra en su crisol? No, tampoco se puede hablar de ella en esos términos. El mono gramático es El mono gramático, y esa tautología revela una lección. Comprendí tres cosas, leyendo el portentoso texto de Paz. La primera es que cada libro debe buscar su forma, que debe ser única —en lo coetáneo y en lo propio; única respecto a lo que los demás hacen, y única y singular frente a lo que antes hizo uno—, porque es la forma de mostrar respeto a lo que uno intenta escribir. Segundo, entendí que el lenguaje debía convertirse para mí en la misma obsesión que había llegado a ser para Paz. Tercero, que no hay límites, que no hay fronteras, que a la hora de escribir uno debe tomarse todas las posibilidades libres y todas las libertades posibles. Así que eso hice, animado por el libertinaje de El mono gramático: hice lo que me dio la gana, y durante años fue puliendo Circular y Construcción, esos proyectos que apuntaba al principio, hasta lo que luego fueron (bueno, en el caso de Circular, lo que sigue siendo, porque la tercera entrega de esta obra en marcha aparecerá, si las circunstancias lo permiten, en 2021).
Desde entonces, El mono gramático me ha acompañado, ha viajado conmigo en mis diferentes mudanzas, y se ha convertido en una especie de radar de personas interesantes. Cada vez que alguien menciona ese libro como valioso, favorito o querido, se convierte de inmediato en un potencial amigo, en un posible afín selectivo que sube su puntuación en mi escala de lectores avisados. El motivo, creo, es que cada persona que afronta con Paz ese paseo a Galta sufre algún tipo de pequeño cambio o mutación; algo se activa y se trastorna en la mente de cualquier lector que, al recorrer ese libro, se da cuenta de que nunca ha leído algo como este metapaseo por la escritura. Creo que sí, creo que estoy diciendo que, de algún modo, El mono gramático es de los pocos libros que genera una transformación en sus lectores, precisamente por su libertad insólita y desconcertante, hoy quizá sólo parangonable a la que resulta de leer algunos libros de Pablo Katchadjian como Qué hacer, Amado señor o La libertad total. La libertad total. Ahora que lo pienso, seguro que Katchadjian también lo leyó en su momento. Hagan como nosotros, vuélvanse locos, asuman sus instintos más impredecibles, dejen hablar al animal de fondo, no se impongan límites: lean El mono gramático. Déjense cambiar.
[Publicado en el número 445 de la revista Quimera, correspondiente a enero de 2021]
2 comentarios:
Hola, maestro Vicente. Le recuerdo con respetoy admiración en el Máster de Escritura Creativa. Leí este libro hace algunos años y mi impresión fue como haber entrado a la casa de los espejos. Sin salida, pero sin querer salir. Comparto sus impresiones. Hay que dejarse sorprender por aquello que plantea nuevas posibilidades de escritura en libertad. Y atesorarlo, y compartirlo.
Gracias, Eleuterio, por pasarse por aquí. Es una buena definición, lo del juego de espejos. Un cordial saludo.
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