Afterpop
Eloy Fernández Porta
Afterpop. La literatura de la implosión mediática; Berenice, 2007
Ésa es otra de las razones para someter el nuevo paisaje al análisis (…) tradicional: que sea aceptado por el establishment. No pueden aprender del pop hasta que el Pop entre en las academias.
Denise Scott Brown, Aprendiendo del pop (1971)
En las últimas semanas la actividad editorial parece haber seguido el consejo de Lawrence Ferlinguetti en su Manifiesto populista: “Poetas, abandonad vuestros armarios, / abrid vuestras ventanas, abrid vuestras puertas, / habéis estado demasiado tiempo enterrados / en vuestros mundos de clausura”. Las novedades se abren al mundo y ven con ojos de anuncio; se acaba de inaugurar en Gijón, dentro del Centro de Arte y Creación Industrial, el primer museo del videojuego, y no hace mucho leíamos unas interesantes declaraciones sobre la importancia de la cultura popular a cargo de Carl Goodman, Subdirector del Museum of the Moving Image de Nueva York (El País 05/04/2007, p. 39); a su juicio “La cultura popular, los videojuegos, más el videoarte, están siendo el motor del avance tecnológico. Están provocando un debate publico y una toma de conciencia sobre la propia tecnología”. En efecto, la presión de la audiencia y los gustos del público son los verdaderos motores (en tanto mercado al que vender determinados productos) de la evolución de prácticas e incluso técnicas electrónicas e industriales. El mayor esfuerzo de los programadores y diseñadores de software o aplicaciones para instrumentos electrónicos viene de las llamadas interfaces o mecanismos de relación entre el aparato y el consumidor. La interface es el “rostro entre”, la cara humanoide que la tecnología nos presenta a la hora de relacionarnos con el hardware. Lo que demandamos, por tanto, precipita la fabricación de lo que se nos ofrecerá. Si queremos sistemas de manejo más sencillo, se nos darán; lo común, incluso, es que se piense por nosotros y se adelante el producto a nuestros deseos. En muchas ocasiones, he deseado un ordenador portátil con el que pudiera escribir en mi cama, sin necesidad de tener la luz encendida: no sé si pensando en mí, los últimos modelos de los MacIntosh de Apple tienen un teclado que se enciende automáticamente por debajo, al advertir un sensor que no hay luz suficiente en la habitación. Eso no va a hacer que me pase a los Mac, pero me motiva a pensar que las marcas de PC deberían ponerse las pilas –fácil, perdón– para satisfacerme. Quizá esa “necesidad” de los usuarios lleve al descubrimiento de un tipo de luz o de lámpara que pueda dirigirse a los ojos sin molestarlos, no lo sabemos, pero sí que una investigación sobre otra cosa llevó, casualmente, al descubrimiento de la penicilina.
El público mueve. No nos cabe duda. Pero no seamos ingenuos, no hay nada democrático detrás, su poder no es político, sino económico, por más que todo lo económico acabe siendo, en algún momento, político. Pero la política del público consumidor no es activa, no es un poder que ejerza, sino que sufre. Las normas, ridículas y logradas tras años de esfuerzos y demandas, a favor de los consumidores y usuarios no son conquistas jurídicas, sino meras legítimas defensas ante el omnímodo poder de los empresarios disfrazadas de victorias democráticas. Hechas estas precisiones, volvamos al principio: el público mueve. Esto también lo saben los escritores. Y, conscientes de ello, manejan al articular sus estructuras, sus narraciones, mecanismos que puedan interesar al público para decidirse por su producto.
Es justo aquí donde comienza el debate sobre el pop, sobre la cultura popular, sobre el efecto de las masas en la creación literaria; un debate a medias entre lo sociológico y la teoría de la literatura que no ha tenido –como casi ningún debate, salvo el del canon y el compromiso de los escritores– apenas tradición o seguimiento en este país, caracterizado por el discurso monologuista y terco de la inmensa mayoría de sus críticos (de los que tienen discurso propio, que son los menos). Ese debate se alimenta ahora con una novedad importante, el primer ensayo del prosista y profesor Eloy Fernández Porta, Afterpop. La literatura de la implosión mediática (Berenice, 2007). Un libro denso, ambicioso y sugerente, que añade a la profundidad y conocimiento del tema de su autor dos cualidades escasamente difundidas en nuestro panorama crítico: el sentido del humor y una sanísima mirada a tradiciones culturales ajenas a la nuestra (en este caso, a la norteamericana).
El eterno problema de las jerarquías
La mayoría de las personas, incluso de cultura alta, siguen cerrilmente el diagnóstico pedagógico y reductivo por el cual el pop se ve a sí mismo como arte menor, como crítica del arte elevado. Denise Scott Brown, en un libro de 1971 que acaba de reeditarse, Aprendiendo del pop (Gustavo Gili, 2007), establecía la cuestión como más compleja: “la afición por toda la cultura pop es tan irracional como odiarla en su conjunto, y puede dar lugar a un subirse al carro del pop generalizado e indiscriminado, donde todo vale y en lugar de postergar el juicio, se lo abandona” (p. 28). Oponiéndose también a esa reducción, y analizando un espectro mucho más vasto, Fernández Porta aporta una idea que me parece valiosa: la distinción entre una cultura Alta y una Baja que incluiría el pop es insostenible. A su juicio, “el resultado ha sido una resituación de la jerarquía alto/bajo en el marco de la cultura pop. Existe, en efecto, una alta cultura pop, con una pátina respetable, y una baja cultura pop” (p. 25). A lo largo del libro se expone el modo en que esa tensión entre el tratamiento del pop como elemento y como campo de juegos se reproduce en varias artes actuales, de la música experimental al cine pasando por el cómic, para llegar a la literatura y explorar los caminos de relación entre pop y libros; a la altura de la página 158 Porta da las claves del auténtico conflicto: cómo verter la “cultura popular auténtica” a unas formas, como las del poema o la novela con vocación de exquisitez estilística, tradicionalmente consideradas como el no va más de la alta cultura, sin perder viveza. El cine, nos dice Porta, tiene más posibilidades, pero el escritor, ese “director de cine sin medios” (p. 160) tiene que lidiar con una contradicción casi estructural; el modo particular de resolverla, a juicio de Porta, denota la grandeza y valía de cada escritor.
La cuestión es que, como señala muchas páginas atrás, “el Pop es muy afectuoso: sólo hay que ver cómo regala espacios de popularidad a cualquier proyecto artístico que se preste” (p. 225); el pop es inclusivo y comprensivo, y acaba viendo aspectos poppys hasta en las cosas y tendencias más inverosímiles. Por ello es muy difícil para la crítica literaria saber dónde hay que poner el punto de mira, señalar cuándo se está trasvasando la política de lo culturalmente exigente para caer en la hipervaloración de lo degradado por la cultura de masas. Este debate, aún sin cerrar, tuvo uno de sus puntos álgidos en los planteamientos del crítico Leslie Fielder:
Esta tendencia igualitaria antijerárquica está quizá mejor ilustrada en la reciente crítica de Leslie Fiedler, uno de los profetas del posmodernismo, que defiende la extraña idea de que la crítica debería hacerse pop. Aunque ese celo es quizá el del nuevo converso, su propuesta es muy sintomática, especialmente cuando escribe que cada vez está más interesado en la “clase de libros que nadie se congratula de haber leído” (por ejemplo, novelas del oeste, best-sellers baratos, novelas pornográficas y esos otros tipos de libros representativos de la literatura popular contemporánea). En cierto punto, Fiedler establece una clara distinción entre “el exilio elitista” del autor con poca audiencia y el “mundo del best-sellers” como una forma de comunicación con el gran público vía pop (no se profundiza en el hecho de que los best-sellers no son seleccionados por el público sino impuestos a él por la manipulación comercial del mercado publicitario).[1]
Eloy Fernández Porta es una muestra, quizá la primera en nuestro país, de esa crítica que se ha hecho pop, desde luego en un sentido alto o noble del estilo, no en el más degradado, del que serían muestra las reseñas literarias de las revistas de tendencias o las notas sobre libros en las revistas de moda. Frente a otros modelos supuestamente más elevados, categorizables ya sólo de modernos por anacronía, y frente a otros de perspectiva cultural ínfima, la propuesta de Fernández Porta es una de las escasas que puede realizar una lectura semiótica de un producto cultural de nuestro tiempo y sublimar su discurso, interpretándolo desde una diagonal que reconoce sus valores populares pero, a la vez, es capaz de contextualizarla en un discurso alto-cultural que muestra su efectiva aportación. De hecho, lo realmente valioso de Afterpop es la capacidad de Porta de entrar en los sucesivos niveles de lectura de los libros mencionados en el ensayo, consiguiendo destripar los elementos de cada texto de modo que vemos cuáles son las reales influencias y modelos de escritura, más allá de las sobrelecturas (término de Eco que Porta admite y utiliza) que sobre esos textos concretos suelen hacerse. Denise Scott Brown ponía justamente ahí la clave de la cuestión: a su juicio, el análisis de la forma es determinante para la creación, ya que la forma influye sobre los creadores (Aprendiendo del pop, p. 19). Así que para entender zonas de lo real arquitectónico o de lo real literario hay que desmenuzar también las nuevas formas del pop y cómo éste construye la forma de los mensajes.
Esa es la clave, en efecto, y ese es el gran mérito de Fernández Porta, que sabe cómo llevar el método a la práctica. Por ejemplo, hablando de un libro presuntamente perteneciente a la alta cultura o alta literatura, Cuando fui mortal (1986), de Javier Marías, escribe Porta: “Tal es la razón definitiva que hace de [él] un libro realmente pop: los referentes, los temas y el lenguaje, por sí solos, no nos daban una respuesta definitiva, pero la indicación inequívoca que nos da el narrador acerca de cómo debemos –en calidad de público masivo pero sagaz– procesar e interpretar esos elementos es el dato fundamental” (Afterpop, p. 19). A ello habría que añadir su habilidad para incorporar otros elementos poco populares en la crítica literaria española al uso (la semiótica, el psicoanálisis, la teoría de la imagen), lo que le convierte en una sugestiva rara avis del análisis literario, cuyo trabajo hay que seguir de cerca, y con el que se podrá o no estar de acuerdo, pero sin obviarlo: hoy por hoy, hacer como si Fernández Porta no existiera es otra de las formas de evasión crítica, de estar fuera del mundo.
Por si ello fuera poco, hay que apuntar que Porta consigue hacer un libro agudo e ingenioso, con momentos de gran humor. Es desternillante el capítulo titulado “Premisa: pegatina hallada en un paquete de ferlosios”, y dedicado a quien Porta llama Doctor No, Doctor NastiDePlastix o Doctor Nadie-nunca-nada-no, el pensador Rafael Sánchez Ferlosio, cuyos excesos moralistas (e hipotácticos) pone en solfa Porta con una retórica –sorpresa– megapoppy en parte heredada del maestro. Sí, junto al Ferlosio cura hay un terrorista de dibujos animados que nuestro crítico utiliza en contra del primero, en varias páginas de humor de mortífera puntería. Del músico Jim Zorn se dice que su obra abarca varios géneros; “ninguno sale con vida”, sentencia Porta. También hay que apuntar la sagacidad sociológica del autor: el ensayo sobre la droga es excelente, y un anuncio televisivo posterior a la publicación del libro da la razón a Porta cuando sentencia que la publicidad de hoy se basa, sustancialmente, en los valores adictivos del producto y a la imagen del drogadicto como consumidor perfecto:
http://www.applesfera.com/2007/04/27-soy-un-adicto-la-nueva-publicidad-de-nike-para-el-binomio-nikeipod
Sin globalizar, poniendo sólo como ejemplo a Rodrigo Fresán (es curioso, como se verá en La luz nueva también para mí Fresán ejemplifica un entero estado de cosas), señala Porta que la actitud literaria Afterpop implica una superación de la actitud pop de los comienzos, y “se define por una ironía inestable y reconocida que se pone de manifiesto en una serie de continuos deslizamientos entre distintas maneras de abordar el permisivo caos de años de la cultura de consumo. En algunos casos se trata de una actitud retro (…) en otros, encontramos un gesto engagé” (p. 63). Ese deslizamiento caracteriza, según el autor, a todo un grupo de autores que han visto las ruinas de los primeros años del pop y las utilizan como un elemento más, sea para reivindicar la excelencia del consumo o para combatirla. Creo que no va Porta desencaminado: en efecto, idéntica postura afterpop tienen el Manuel Vilas que defiende la cultura consumista en sus poemas y el Jorge Riechmann que la critica furibundamente: ambos han entendido que, en cualquier caso, e incluso desde perspectivas contrapuestas, ése es el tema de nuestro tiempo. Aunque a mi juicio, y creo que Porta coincidirá conmigo, el ejemplo más representativo es el de Mercedes Cebrián, capaz de asumir en su literatura inclasificable ambas líneas de fuga: la cultura pop como clásico muerto al que uno puede respetar por igual llorándola o riéndose de ella[2]. Ameno, complejo, apabullante por la vastedad de sus conocimientos y referencias, Afterpop se coloca en un lugar inaugural de la crítica literaria española del XXI: es uno de los escasos críticos capaces de entender qué proponen los nuevos escritores, porque las referencias y lecturas que utiliza son las mismas que ellos utilizan en sus obras. La nueva narrativa en castellano tiene ya su crítico de cabecera.
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Notas
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[1] Matei Calinescu, Cinco caras de la modernidad, Tecnos, Madrid, 1991, p. 132.
[2] Chesterton decía que “la prueba universal para saber si una obra es verdaderamente popular, del pueblo, consiste en inquirir si pone en juego sin vacilaciones esos dos extremos de lo trágico y lo cómico”.
[1] Matei Calinescu, Cinco caras de la modernidad, Tecnos, Madrid, 1991, p. 132.
[2] Chesterton decía que “la prueba universal para saber si una obra es verdaderamente popular, del pueblo, consiste en inquirir si pone en juego sin vacilaciones esos dos extremos de lo trágico y lo cómico”.
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José
Vicente Luis Mora
Carlos
Jordi C.
Carlos
Agustín Fernández Mallo
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Vicente Luis Mora
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Jordi C.
Rafayiyo
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20 comentarios:
Me vas a arruinar, Vicente, con tantas recomendaciones.
La culpa no es mía, sino de los autores, que escriben bien, los cabrones.
Me entusiasmó encontrarme el libro de Porta en los anaqueles hace un mes, porque previamente disfruté muchísimo con sus relatos de "Caras B" y con aquel inenarrable, maravilloso artículo que empezaba "¡Papa Pituforrrrl!" en alocución a Ferlosio... Porque estoy sumido en otros no he podido empezar con él, pero ya adelanto que leyendo a Porta uno siente ese "¡al fin alguien lo entiende!". ¿Por qué no servirse, por ejemplo, del periodo de Steve Rogers como Nómada para construir una analogía? Ahí está Porta.
Creo que el pop lo podemos encauzar de dos formas: como nostalgia por un mundo en ruinas, como tú mismo dices, pero también como puerta de acceso a medios no considerados hasta el momento por la "Alta Cultura"; medios que quedan validados en cuanto un autor de fuste exprime sus posibilidades, valga como ejemplo la novela negra o la de ciencia-ficción, y así últimamente el cómic, parece, una vez más, y espero que esta vez de forma definitiva: ese cine para pobres, creo que decía Carlos Giménez, empieza a vivir otro momento dulce en nuestro país -pero con autores de fuste ya empezó a ser validado hace mucho tiempo, y pienso en "Krazy kat", pues lo leo ahora, en cómo su autor se ciñe a unos presupuestos argumentales y formales muy definidos, como sucede en poesía, para hacer una y otra vez, sí, poesía, tanto visual como narrativa (también poéticos algunos de sus puntuales recursos: esas maravillosas aliteraciones, por ejemplo, salvadas o recreadas con fortuna en la traducción...)
Es indudable que también funciona el efecto "eso-yo-lo-he-vivido" o "comparto-ese-gusto", que alguien como Porta se acuerde también del Nómada pues me emociona, y los detractores de esta confusión benigna -¿por qué seguir llamándolo confusión y no, sencillamente, referentes culturales?- se centran a veces en estos flecos para atacar, pero en el hecho de que un músico albaceteño que uno escuchó en su adolescencia al margen de los cuarenta tostonales forme parte del elenco de protagonistas de una novela hay algo más que esa perpetuación de las "carpetas del instituto en las que uno pegaba las fotos de sus ídolos para exhibirlos ante los demás y reafirmar su identidad" que un amigo, con ironía -autoídem, él también lo hace-, escribía hace poco en su blog, aunque también hay algo de eso, por qué no -hay maneras "más" nefastas de reafirmar la identidad-; es algo que habla de nuestras vidas, de alguna forma es parte de la médula de tal, de eso, de en fin, yo qué sé.
Aparte de que un autor de fuste se ha caracterizado siempre por saber transmutar alquímicamente cualquier material, mejor supongo si antes lo ha amado, y se me ocurre de repente en cómo opera el Quijote con la novela de caballerías y con casi todos los géneros literarios de su época. Ya que acabo pensando en el humor cervantino, ¿no se asemeja en algo ese humor pop a toda la estirpe de nuestro Cervantes, por ejemplo el "Tristram Shandy", con un manejo de referencias hasta cierto punto análogo?
Un placer leerte/os. ¡Un abrazo!
Gracias, Jose, por tu comentario. Respecto al último párrafo, no tengo claro hasta qué punto el ejemplo de Cervantes es pertinente. Las referencias en el Quijote a las novelas de caballerías quizá fueran consecuencia de considerarlas un "pop bajo" de la época, con todas las anacronías forzadas e imposibles extrapolaciones que suponga el ejemplo, pero ¿realmente se produce el mismo juego cuando Cervantes intercala novelillas bizantinas o pastoriles cortas dentro de la trama? ¿No será más bien al revés, sobre todo después de ver el salto posterior al Persiles, que apareció póstumamente? El otro día, en un programa de televisión, Rafael Reig apuntaba algo parecido, precisamente en esa dirección: al parecer, Cervantes pensaba que el estilo alto era el del Persiles, no el anterior.
En realidad no creo que podamos utilizar siempre de forma tan alegre el exempla cervantino, por varias razones. Es obvio que en torno a 1616 había un cierto modelo de mercado, e incluso -como explicase Claudio Guillén- sea cierto impresor vallisoletano el que funda o dé carta de naturaleza a la novela picaresca, pero ese minúsculo mercado editorial no tiene nada que ver con la industria actual; y tampoco la colocación de un narrador contemporáneo ante ella es parangonable a la de un escritor barroco ante la pequeña y doble (Valladolid y Madrid) posibilidad de difusión por imprenta. Y no digamos la equivalencia del pop: el pop surge de una actitud muy concreta ante el consumo de masas y la iconología creada por los media, fenómenos que no existían en la época, de modo que el salto cronológico no sólo es arriesgado sino que, además, ¿es realmente necesario? Sería más divertido, creo, explorar como modelo especular la diatriba Unamuno / Blasco Ibáñez, donde el primero le reprocha al segundo, precisamente, sus modelos de escritura masificada, deliberadamente construida para el éxito de público y la obtención de dinero. Por ahí vamos mejor, ya sea en una postura paleo-pop (la de Blasco), o paleo-afterpop (la del Unamuno de Niebla, buscando un efecto de distanciamiento irónico en la utilización crítica -y quizá ya "nostálgica", de aquí la asimilación con la idea de afterpop de Porta- de las recientes delicias metanarrativas y juegos con lo autobiográfico, que ya venían haciendo Papini en Italia y Pérez de Ayala en España. También aquí nos equivocamos, seguro, porque los saltos históricos a veces son epistemológicos y tampoco había implosiones mediáticas en los tiempos del bueno y santo y mártir de don Miguel, pero allá nosotros, José, ¿y lo bien que nos lo pasamos? Mira qué comentario poppy nos ha salido. Saludos y gracias.
¡Impresionante, la celeridad de tu respuesta! Es casi como charlar a tiempo real contigo, ¡maravillas pangeicas!
Con Cervantes he caído, supongo, en el error de justificar algo que me gusta con algo que también y además refrendado por la Alta Cultura, como si me excusase. Es cierto que esos saltos temporales son peligrosos. Pero encuentro algo similar en ese frenesí referencial a géneros, autores, literarios, culturales, en suma, quizás aún más acusado en Sterne porque su humor tiene más de sorna y pensaba en el pop con el dial Porta seleccionado-tras mandarte el comentario me ha dado tiempo a leerle un ratito, y disfrutar, su "Afterpop".
"Habrá que leerlo", pensó, disimulando con resignación una leve curiosidad, que es el peor tipo de curiosidad. Pero antes, se dispuso a dejar un par de comentarios sobre el post.
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-"La interface [mejor "interfaz", ¿no?] es el “rostro entre”, la cara humanoide que la tecnología nos presenta a la hora de relacionarnos con el hardware. Lo que demandamos, por tanto, precipita la fabricación de lo que se nos ofrecerá"
O concretando más, es lo que comunica funcionalmente dos sistemas diferentes. En este caso, las instrucciones de un programa y al usuario. Que ese mediador tenga "rostro humano" no es más que una consecuencia coyuntural del mercado (que cada uno elija si la demanda termina la oferta o si esa demanda ha sido ya producida de antemano por los que dominan la producción). Personalmente, nuestro protagonista lo entendía como "laminilla" (lamelle, lamella), en sentido lacaniano (en realidad, había tomado la idea de Zizek), como mediador entre el sujeto y el objeto de deseo inexperimentable. Neo no la necesita: es el único capaz de ver e intervenir directamente sobre los 0 y 1 verdes esos de la película (que no es que lo entusiasmara). De ahí que él, con flagrante inocencia, prefiriera la desnudez, la inhumanidad máxima del interfaz. Echaba de menos el viejo MS-Dos y joder el ordenador de su padre tocándole al autoexec.bat y al config.sys. No llegó mucho más lejos y quizá por eso mitificaba el sistema operativo, por haber convivido con él sólo durante su preadolescencia.
-"incluso, es que se piense por nosotros y se adelante el producto a nuestros deseos"
Nuestro héroe (?) se volvió loco de rabia y empezó a echar espuma por la boca. En plena convulsión epiléptica y justo antes de que su cabeza diera un giro de 360º, recordó que el consumidor, digamos, "pop", podía circunscribirse a unos entornos nacionales (desgraciadamente) y sociales muy determinados. Quizá no con tanta inocencia, soslayaba el hecho de que fácilmente podía reparársele que la llamada "alta cultura", se circunscribía idénticas fronteras.
-"El público mueve. No nos cabe duda. Pero no seamos ingenuos, no hay nada democrático detrás, su poder no es político, sino económico, por más que todo lo económico acabe siendo, en algún momento, político."
Menos molesto se mostró on tal afirmación, pues aunque el planteamiento admitiera tal lectura, estaba seguro de que el crítico no ignoraba que lo democrático no es una esfera ajena a lo económico. Sobradas muestras había dado antes el crítico de no caer en ese liberalismo ingenuo a estas alturas.
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Exhausto tras un esfuerzo mental a que no estaba acostumbrado y lamentándose por sus disquisiciones no solicitadas, nuestro protagonista abandonó su ordenador, prometiéndose retomar más tarde su afán, centrándose entonces más en lo que, a partir de la reseña, podía él inferir del texto de Porta.
(Continuará)
La Celestina: pop.
El Quijote: afterpop.
Baudelaire: pop.
Rimbaud: afterpop.
Cela: pop.
Goytisolo: afterpop.
Fresán: pop.
Fernández Porta: afterpop.
Todo sea dicho entre signos de interrogación.
Jordi C.
Chumy: flop.
Chúmez: Frop!
Uno de los más lúcidos, atinados y medulares libros de crítica (a ratos deliciosamente bizarro) de los últimos tiempos. Un producto (no sé si esto le gustará al autor) puramente posmodernista, en el sentido en que funciona a la perfección la "cita fuera de contexto" que caracteriza al posmodernismo en cualquiera de sus ámbitos. Y sin embargo esas digresiones y citas, no son elementos retóricos, sino que adquieren una dimensión de verdaderos agentes, y hasta de alephs de la maquinaria. Por eso tiene un punto inquietante, casi terrorífico: el del inofensivo muñeco que pendulea en el espejo retrovisor, y tras del cual se abre toda una dimensión de la cultura conocida y desconocida. (y me parece que este post me ha quedado como un comentario para vender. ¡Pues que venda! ¡Ojalá se forre!).
Agustín Fernández Mallo
Queridos Vicente y demás comentaristas: estoy trabajando sobre Luis Felipe Vivanco, y me gustaría conocer vuestra opinión sobre este poeta tan poco leído hoy en día. Espero que perdonéis la intromisión al margen del tema de debate...
Un saludo de rafayiyo
Rafa, no me andaré por las ramas: no lo he leído lo suficiente para tener una opinión formada. En otras circunstancias, me pegaría la "pechá" de leerlo entero, sólo para contestarte, pero ahora ando hasta arriba de trabajo, lo siento. Saludos y perdón.
Gracias, Vicente. ¿Alguien más se anima? Sé, por ejemplo, que es uno de los poetas favoritos de Alberto Santamaría, y que le dedicará unas páginas en su revista Nadadora. Saludos a todos. Espero vuestras respuestas.
No es nada personal: pero odio las intromisiones poéticas cada vez que se perfila un debate sobre narrativa en este blog. La narrativa también existe! Y gracias a Vicente Luis Mora y Eloy Fernández Porta, también el ensayo sobre narrativa actual!
Así, que la poesía debería quedar fuera de este debate.
Alguien que haya leído Afterpop quiere opinar?
No deja de ser afterpoppy esta interrupción de Rafayiyo del debate. Me parece divertida esa reacción del último interviniente -anónimo- reivindicando un lugar en el debate para la novela. Como si ésta necesitase de defensa frente a la poesía ¿?
Para Rafayiyo: yo leí a Vivanco hace tiempo. Nada del otro mundo. Poesía entre las circunstancias históricas y el vacío dejado por la guerra. Intenta un término medio entre los autores exiliados y los claramente partidarios del régimen. Fallido término medio con algunos coqueteos con la vanguardia vía 27 (vanguardia domesticada: o se es radicalmente vanguardista o mejor no serlo).
Como veo que en la red hay poca información sobre el poeta, te puedo pasar una introducción-pequeño estudio sobre su obra que debo de tener por ahí, en una antología de Alianza. Te dejo el correo para que me la pidas:
alcaidesoler@yahoo.es
Volviendo al tema. Interesantísima la propuesta de EFP sobre lo pop y lo que viene después, su recepción y su abuso o rechazo (demasiado polarizadas ambas propuestas). Lo leeremos porque además me interesa personalmente, para aclarar posturas en las que me debato ahora. De acuerdo con los que pensáis que los grandes creadores, más que sacar de la chistera o ex nihilo, lo que hacer es ordenar de forma diferente materiales preexistentes, como -si me permitís el símil- el pensador o científico que interpreta de manera diferente lo aceptado como verdad hasta ese momento (Copérnico, Newton, Servet, Einstein, Heisenberg, Popper, Wittgenstein...).
Creo que no es lícito -por anacronismo y anticipación de coordendas históricas a períodos anteriores- hablar de pop en escritores de otras épocas que, desde nuestro punto de vista -ad hoc- lo parecen. Es como considerar surrealista al pintor Arcimboldo o a Ducasse (antecedentes sí, porque fueron "leídos" de esa manera por los surrealistas del XX, los que sí pueden llevar esa denominación). Lo otro es practicar una especie de idealismo crítico a lo Eugenio D'Ors que oponía clasicismo o barroquismo como dos pulsiones casi eternas, presentes a lo largo de la historia.
Leeremos a Porta para enteder por ejemplo por qué Ferré me comentaba que éste lo había catalogado certeramente como "afterpoppy". También para ver qué criterios se proponen para distinguir ese Pop con mayúscula, del otro, el bajo pop. No vale todo en arte o literatura, pero ojo, el criterio no es la "textura" del material o su procedencia (su linaje), sino su pertinencia para lo que nos proponemos y su calidad (y hay calidad hasta en la basura).
Hay que abrir las mentes críticas cerradas. Voy a ser un poco contradictorio y a pesar de lo afirmado más arriba: cómo considerar un soneto satírico de Quevedo a un cornudo o una prostituta o, en una línea parecida, las intertextualidades y metalingüítica de Catulo. Ahora son autores indiscutibles, pero si con una máquina del tiempo mandáramos a muchos de nuestros cerriles críticos a aquellas épocas -no es mala idea- los habrían fusilado por utilizar materiales "pop".
Pido disculpas por la extensión y un saludo.
Lo que planteas es interesante.
Habría que preguntarse qué gran creador no ha utilizado lo popular, lo escrictamente contemporáneo, como material creativo. Desde Fernando de Rojas hasta Celan (cuyos poemas son como anotaciones de diario de cuanto papel se le cruza por la calle -como dirían Cervantes o Benjamin), desde Shakespeare a Borges o Cortázar (cuyos texto están llenos de chistes y alusiones a productos culturales de la supuesta baja cultura desde el tango al nescafé). Quizá sea más cuestión de perspectiva crítica que de lo pop intrínseco a la obra de arte.
O de un problema más de la poesía que de la ficción, porque desde Valéry (por limitarnos a la poesía contemporánea) sí que hay una mayoría de autores que se empeñan en escribir versos sobre versos y filosofía anterior, librescamente. Por eso el hip hop ha renovado el discurso poético.
Jordi C.
Gracias, Antonio. Y disculpas de nuevo por la interrupción... es que si no, ¿dónde iba a haceros la pregunta?
Un saludo a todos de rafayiyo
Me atrevo a participar en el debate porque para mi, como para Vicente, Fresán encarna todo un estado de cosas. De hecho, creo que es el escritor que tiene la postura más ingeligente ante este mundo tan raro que nos ha tocado: La estupefacción irónica.
La poética del clic. La poética de la interferencia, como si el autor fuera una interferencia en las señales que circulan constantemente por el aire. Alguien que utiliza parte de toda esa información que viaja de un lugar a otro sin descanso fecundando el mundo para escribir. Un receptor sintonizado para captar el ruido.
Alguien que sería capaz de hacer luchar con espadas láser a Borges y Cortázar en uno de sus cuentos. Por ejemplo.
Y, en línea con lo comentado por Jordi C. (el último comentario publicado), creo que, en realidad, lo que hace Fresán siempre se ha hecho. En muchos casos ha sido la crítica académica, la creadora del canon, la que ha eliminado todos los elementos que vulgarizaban la alta cultura. La diferencia es que Fresán lo hace con vocación integradora, casi reinvindicativa. Y eso nos divierte.
Aunque, Jordi C., tanto como para decir que el hip hop ha renovado el discurso poético... No sé.
En cualquier caso, gracias por la referencia Vicente. Me la apuntaré.
Javier L.
Me dispongo a leer el libro de eloy. Ahora mismo.
También he aprovechado para comprarme la velocidad de las cosas y la reedición de la poesía de Azúa.
Bueno, cuando finiquite el primero ya os diré el qué.
Vieron la portada de El Pais Semanal este domingo? "¡POR FIN LIBRES!" exclamaba el titular en clara referencia a la venida de las vacaciones.
Por mi parte pensé que un "¡POR FIN LIBROS!" hubiera sido igualmente eficaz.
Leyeron el último premio Herralde? Es bueno.
Saludos a los que insisten en permanecer.
Tipo, podrías haberte ahorrado la compra del último libro, aunque sobre gustos...
Me compré afterpop antes de que apareciera esta reseña, lo ví, estaba de cara en la librería de la facultad, fue algo eléctrico y necesité adquirirlo a cualquier precio. Lo empecé a leer, y me aburrí, y lo voy a volver a empezar, o retomar, que no me fío de mí mismo espués de leer este blog. Lo que me hace pensar que tal vez tu última compra no sea tan poco afortunada.
Pero a mí, Azúa, como poeta... me deja indiferente.
Un saludo afectuoso.
No sé ,me da la sensación de que en España andan un poco desfasados siempre. Creí que toda esta polémica del pop y el afterpop ya la habían solventado ciertos escritores y filósofos allá por finales de los ochenta y principios de los noventa. Tengo la sensación de que este libro no es más que un refrito. A mí, francamente, estos temas me parecen ya intrascendentes.
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