Hace unos días me encontré con un
destello de suerte con el que no contaba. Se me había ocurrido una idea para trenzar
una línea de trabajo, a la vez creativa y de investigación, pero no terminaba
de encontrar el ajuste entre la teoría y la práctica. Frente a la escasez de
ejemplos recopilados, la red teórica era frondosa y clara, a la vez amplia y
huérfana de un corpus más extenso al que envolver y al que dar forma. Me tenía
preocupado el asunto, porque suele sucederme al revés: partir de cientos de casos,
de textos, de libros, sobre los que debo ir construyendo inductivamente una hipótesis.
Pero
la suerte llegó de un modo inesperado. Al introducir en un documento antiguo un
dato de actualización, tecleé el párrafo y luego me dejé ir por el archivo,
avanzando páginas y páginas, sólo por la curiosidad de saber qué había ido almacenando
lustros antes en sus 360 folios. Vi algún artículo ya publicado, un par de
capítulos insertos en libros colectivos, y luego una foresta inculta de citas y
reflexiones que se extendía durante páginas y páginas. Y allí, en un sector
acotado bajo un nombre genérico, estaba. Allí, a lo largo de unas veinte páginas, se extendía el corpus de decenas de novelas, relatos y poemas que tan
arduamente necesito ahora. En su momento dejé de añadir elementos a esa zona del archivo,
tras años de paciente labor recolectora, porque consideré que era un páramo textual
superfluo, y que no me iba a añadir nada. Hoy parece un hermoso campo de trigo listo
para la cosecha.
[Imagen]
El añorado físico y humanista Jorge
Wagensberg explica, en parte, el porqué de este trabajo inconsciente de ayer
para hoy desde una perspectiva científica, al examinar los distintos
procederes funcionales de la selección natural y de la selección cultural. En
la primera, decía el científico, “preservar lo superfluo es […] muy frecuente en
la selección natural aunque francamente muy raro en la selección cultural. La única
condición para que la naturaleza retenga lo superfluo es que no moleste, es
decir, que no complique ninguna función vital”, mientras que la selección cultural
tiende a eliminar lo que no funciona desde un primer momento. “Es un matiz
fundamentalísimo de la selección natural: la solución precede al problema”, aclara
Wagensberg, que pone el ejemplo de las plumas en los dinosaurios: “Está claro
que un animal (una especie) no puede esperar treinta mil años a que le salgan
las plumas si resulta que el clima se hace bruscamente frío y húmedo. Sólo se
adaptan los que en su día retuvieron una novedad entonces aparentemente inútil”[1].
Cuando escribimos o trabajamos intelectualmente, para no saturarnos tendemos a
borrar, a eliminar, con el deseo de no perdernos en la intrincada selva documental y evitar
que nos atosiguen las referencias. Pero, quizá por autodidactismo, siempre opté
por guardar en otra parte, por acumular sin tirar, por acopiar copias, por
sostener el síndrome Diógenes como si fuese una virtud. Gracias a esa mala
costumbre, más propia de la selección natural que de la cultural, de guardar lo innecesario, encontré lo superfluo antiguo convertido en riqueza presente, en
ventaja evolutiva aprovechable. Había compilado los ejemplos antes de construir
la luz teórica capaz de iluminarlos.
Los pingüinos
utilizaron sus alas vestigiales para una nueva función biológica: nadar. El
falso pulgar del panda rojo, los huesos de los vertebrados (de antiguos
reservorios de calcio a esqueleto flexible para permitir tamaños más grandes y
movimientos más veloces), lejanos colores de camuflaje convertidos en armas de
seducción, o viceversa, son otros casos naturales de exaptación, término
que dieron Stephen Jay Gould y Elizabeth Vrba en 1982 a esta estructura biológica
readaptada evolutivamente. La naturaleza conserva lo antiguo por si, en algún caso, vuelve a cobrar vigencia y sentido. Otras veces se pierde.
Quizá lo que hoy eliminas por sobrante sea lo deseado dentro de diez o veinte años.
No borrar: una poética exaptiva.
2 comentarios:
Es interesantísimo el neologismo exaptation propuesto por los paleontólogos Stephen J. Gould y Elisabeth S. Vrba en su magnífico ensayo titulado Exaptation-a missing term in the science form publicado en 1982. Qué bien definieron este neologismo cuando escribieron: "Adaptations have functions, exaptations have effects".
Yo también me he encontrado con textos que escribí en el pasado y que ahora me sirven para algo muy diferente de aquello para lo que fue escrito.
Gracias por recordarme a estos dos paleontólogos excepcionales, y que te sea fructífera la cosecha de trigo literario.
Gracias a ti por tu lectura, siempre.
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