Lectura interrumpida de Raíz dulce
Si Las hogueras azules (Candaya, 2020) fue un libro inesperado y singular, con una repercusión, tan amplia como merecida, que puso a Juan F. Rivero la etiqueta de “promesa a tener en cuenta” de la poesía española, Raíz dulce (Candaya, 2024) es algo parecido a un hito, a una aportación sustancial que hay que examinar detenidamente, para entender lo que supone en nuestro panorama. Y es un hito por varios motivos, que voy a intentar explicar.
-Raíz dulce es un libro de poemas, pero también es un proyecto conceptual que hibrida poesía en verso, literatura epistolar, reflexión ensayística en sus “Notas”, poema en prosa, narración y elementos textovisuales tomados del cómic. Ello implica un notable conocimiento de la tradición –luego volveremos a esto–, pero también una clara conciencia del entorno estético en el que viene a insertarse.
-El libro desarrolla la historia de la pérdida de una persona; una historia que anuda los dos sentidos castellanos de la palabra: la de la historia como recuento de hechos efectivamente acontecidos y la historia como “narración inventada”, según la séptima acepción del término en el Diccionario de la Lengua Española. En Raíz dulce hay ficción, pero también elementos autobiográficos, indistinguibles de los fabulados (a lo que se une la no desdeñable carga ficcional que arrastra cualquier memoria, como apunta la neurociencia). Los poemas están fechados en el futuro (que es el espacio de todos, indeterminado, frente al siempre subjetivizado y parcial pretérito), alejándose de cualquier referencialidad concreta. Se escamotean ubicaciones geográficas y apellidos. Con ello se evita lo que en otras manos sería pura pornografía sentimental, ese “emocionalismo” barato tan potenciado por las grandes editoriales de narrativa y por ciertas poéticas de corto alcance. El dolor se engrandece precisamente porque se preserva, se anonimiza o ambigua (ahora explicaremos esto), y se desarrolla a su alrededor toda una construcción literaria digna del sentimiento. Intento decir que el mejor homenaje que puede dedicársele a una persona muerta es –como en el también asombroso poemario Canal (Hiperión, 2016) de Javier Fernández– erigir un monumento poético a la altura de esa persona, y con el tamaño de la desolación que se siente. Es decir: procurarse un ahogo estético, en las antípodas del pobre desahogo emocional con que la mayoría de la literatura española despacha sus duelos.
-Otro elemento que elimina cualquier rastro egocentrista es la vertiente social del libro, apuntada por Chus Pato en su excelente epílogo.
-La ambigüedad de Raíz dulce respecto a quién sea la persona protagonista del libro, de la que no solo desconocemos su nombre, sino incluso su sexo, lejos de dificultar la empatía con el personaje, la refuerza, porque permite una multitud de identificaciones, en aras de un personaje abierto en el que cada lector puede ubicar sus propias pérdidas. A esta apertura ayuda la polifonía de citas, que vincula el dolor al inmenso tejido literario de la antigüedad y de la edad moderna, permitiendo a quien lee entrar en el texto como parte de un coro universal y sincrónico, en el que el deseo de recuperar a la persona añorada configura una compañía de melancólicos, a la que ya pertenecemos o en la que no tardaremos, por desgracia, en ser admitidos.
-Tengo otras intuiciones sobre el libro, pero prefiero comentarlas con el autor, así que interrumpo durante veintitrés minutos esta reseña, para seguir a continuación.
-Seguimos. Hay constantes ritornelos y vínculos entre los poemas, lo que configura el libro como una especie de hipertexto (conectado, a su vez, con el hipertexto mayor de la tradición literaria, mediante las citas). El resultado es un engranaje lírico que refleja en su estructura las dinámicas sincrónicas y diacrónicas de la agrupación social, además de abordarlas en su temática. Porque parte de la historia que cuenta Raíz dulce es cómo unos adolescentes entran en la sociedad adulta a través del repensado de sus propias relaciones y del choque frontal con la realidad socioeconómica, entrada en la que algunos ganan madurez; otros, estupefacción y unos pocos, como el personaje Emilio, se quedan por el camino, expulsados por el odio.
-La cuidada estructura del libro se construye mediante otras conexiones, las temporales: “los paisajes se mezclan, se curvan los tiempos” (p. 42), referencia einsteniana que anima a pensar en el uso de “agujeros de gusano” narrativos en los poemas, que conectan universos alternativos: los que aguardan en el futuro –que acabarán en pocos años por conectarse con el libro, creando reverberaciones imprevistas–, los tiempos del universo cerrado que han compartido los personajes y el universo real donde se produce la interacción entre libro y lectores. La contracción simbólica favorecida por la palabra poética nos hace visualizar y casi sentir táctilmente ese “gran segundo” (pp. 29, 89, 139) que ha pasado entre el Paleolítico hasta el personaje sin nombre con el que dialoga el narrador, insertándonos a todas y todos (personajes, narrador, lectores) en la trama histórica e intrahistórica de lo humano.
-El contenido del libro va generando poco a poco un inteligente y subterráneo crescendo, del que somos conscientes al llegar al último y extraordinario “Poema final”, a mi juicio uno de los mejores poemas de la poesía española en lo que va de siglo, cuya increíble energía emotiva solo se despliega si se ha leído todo el texto anterior y se llega a él tras cruzar la desolación tan cuidadosamente construida. Ese final logra un prodigio que se produce contadísimas veces en la literatura: la restitución tangible de una persona fallecida, el gozo emocionante de sentirse en la piel y la psique literariamente encarnadas de alguien a quien no conocimos, y que ya no existe, pero que revive gracias al poder visionario de la palabra. Y eso me parece un acontecimiento no sé si más humano que poético, o más poético que humano.
[Relación con el autor: cordial. Relación con la editorial: ninguna].
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