Juan José Rastrollo, Berlín-Barcelona Kabarett; Salto
de Página, Madrid, 2018.
Este libro, que cita, homenajea o alude a multitud
de obras literarias, tiende puentes hacia dos en concreto; una, de forma
explícita, es El cuaderno gris (1966) de Josep Pla, de quien utiliza la idea
del diario de un joven catalán que aspira a ser escritor (p. 15), mostrando el conflicto
entre sus aspiraciones y sus circunstancias (en el caso de Delfín, el protagonista
de Berlín-Barcelona Kabarett, ese
conflicto se torna también cernudiano, entre la realidad y el deseo). La
segunda obra con la que se puede comparar —ignoro si Rastrollo la ha leído, no
es fácil conseguirla en España—, es la novela del argentino Luis Chitarroni, Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa (2007), un título
de culto que propone los fragmentos de preparación de una novela como narración
en sí, como obra finita a través de su (in)finitud. La inconclusión como
metáfora del acto de escritura, como símbolo de la imposibilidad de alcanzar la
obra perfecta y, también y por supuesto, como consideración de la vida como material
demasiado pequeño para lo que el arte se propone mediante su ambición
totalizadora de vivencias personales junto a experiencias sociales, culturales
y teóricas. Un arte de estratos —idea también presente en la novela de Rastrollo—
en que lo biográfico conforma sólo una de las capas de la ecuación.
Berlín-Barcelona
Kabarett comienza algo ingenuamente, con un proemio que nos recuerda a
tantas novelas amparadas en la manida técnica del manuscrito encontrado, pero
remonta poco a poco el vuelo gracias a la finura con la que la hibridez
genérica articula la trama, al aunar las posibilidades del diario, el fragmento,
la narración epistolar, el aforismo (pp. 84-85), las memorias, el ensayo
novelado, y un etcétera de formas que acaban siendo voces: surge una polifonía
discursiva donde los esquejes autoriales, los quiebros de sintaxis narrativa, las
fugas y ritornelos son tan protagonistas como Delfín, Úrsula, Gavril, Norberto
y demás personajes de la obra.
En el tejado del “debe” se asolean la excesiva
autoconciencia de la novela (véanse páginas 109 o 145-148), algunos
anacronismos (como emplear términos como autoficción o campos de concentración
en 1935), o las acotaciones del narrador, que, si a veces añaden dinamismo,
otras (p. 79) pesan sobre la lectura. También pueden resultar molestas las
analogías políticas de Delfín, a veces libertino y a veces carcamal. Pero los
expuestos son reparos achacables a casi cualquier primera novela, y no
olvidemos que ésta es la obra de debut de Rastrollo, prometedora y de solvente
complejidad, que nos hace esperar más y más cuajados frutos en poco tiempo. Aprovecho
para felicitar a Pablo Mazo, que se ha despedido con este libro, creo, de su
feraz y exitosa andadura al frente de Salto de Página. Ojalá la editorial siga
con el mismo arrojo que Mazo le impulsó, y persevere con más obras de ficción
ambiciosa.
Jeffrey Jang, Un acuario; La Garúa, Santa Coloma de Gramenet, 2018, traducción
de Jordi Doce.
A partir de la descripción de más de 50 especies marinas, que le
sirven de pretexto, el poeta estadounidense de origen chino Jeffrey Yang habla
del dolor, de la poesía, de la violencia, de nosotros, de bombas nucleares, de
las citas en otras lenguas, de las lenguas en otras citas. Es natural que el
libro aparezca con un epígrafe de Eliot Weinberger, porque algunos de estos
poemas recuerdan a los ensayos de éste: eruditos, inteligentes, bien trazados, capaces
de asociaciones sorprendentes. Aunque algunas piezas, como “Quincuncial”, son exhibicionistas,
otros poemas son joyas de concisión y contención, donde la anécdota marina se
anuda virtuosamente a la lección o motivo del poema, como en “Hipocampo” o “Medusa”.
Yang es hábil en las referencias culturales, fino en las políticas y
prodigioso en las sutilezas de observación. Poemas como “Langosta”, “Estrella
de mar” o “Pulpo” son para estudiar despacio, tanto en lo temático como en lo
compositivo. El último poema, “Zooxantelas”, es abrumador, brutal, sin
concesiones, y parece brindar una perspectiva tan polémica como interesante:
algunos temas son tan poderosos en sí que pueden arrastrar con su forma propia al marco discursivo con el
que intentamos atraparlos.
Manuel
Alberca, La máscara o la vida. De la
autoficción a la antificción. Málaga: Pálido Fuego, 2017, 354 páginas.
Es casi imposible leer cualquiera de los numerosos
artículos y dossiers que aparecen anualmente sobre autoficción española o
hispanoamericana sin encontrar dos nombres: Philippe Lejeune y Manuel Alberca.
El primero es un claro referente mundial sobre los estudios autobiográficos —Alberca
lo menciona ya en la cuarta página de La
máscara y la vida—, y el propio Alberca se ha convertido en una referencia,
gracias sobre todo a su seminal monografía El
pacto ambiguo (2007), insoslayable para quienes hemos estudiado la
escritura del yo sobre esa delgada línea entre la realidad y la ficción. Una
línea, la autoficcional, que sigue llenando todavía estantes de novedades de
librerías, con desigual éxito y no siempre buena literatura.
La máscara o
la vida puede leerse, en cierta forma, como la descripción de un cambio de
aires en las investigaciones de Alberca, fruto del mismo cansancio (”me cansa
ya la autoficción”, p. 306) que nos sacude a los lectores de narrativa española
contemporánea, saturados de ejercicios literariamente escolares de narcisismo
disfrazado de autoexamen, olvidando que el propósito del subgénero nominado —que
no inventado— por Doubrovsky en 1977 era huir
del yo del escritor para llegar a otra parte, en vez de hacer, como es
costumbre en nuestros días, el camino inverso. Aunque en algún trabajo anterior
(“Finjo ergo Bremen”, 2010), Alberca ya había mostrado cierto desapego ante la
moda autoficcional, en este volumen magníficamente editado por Pálido Fuego no
hace declaraciones, sino gestos claros, al aparcar la autoficción y centrarse
en la autobiografía y la antificción,
concepto este último tomado de Lejeune, desde el que han leído parte de nuestra
literatura última tanto Alberca como la profesora Anna Caballé. Caballé, en un
artículo (“Malestar y autobiografía”, Cuadernos
Hispanoamericanos, n.º 745-746, julio-agosto 2012, pp. 143-153) explicaba
una nueva tendencia del realismo en la literatura a través de esta vertiente no
ficticia, examinando tres libros: No
ficción (2008), de Vicente Verdú; Turismo
interior (2010), de Marcos Ordóñez, y Paseos
con mi madre (2011), de Javier Pérez Andújar. Mientras que Caballé parte de
algunas teorías neurocientíficas actuales y estudia la relación del yo con el
cuerpo de un modo diferente al tradicional, Alberca se centra en La máscara o la vida los procedimientos
de la representación, en las elocuciones y disposiciones textuales que mueven a
muchos escritores actuales (él cita a Luis G. Martín, Vicente Verdú o Marta
Sanz, entre otros) a emplear estos mecanismos de enmascaramiento que “han hecho
una bandera de la no invención, han renunciado a ella para hacer un relato
veraz de la vida. A diferencia de las autoficciones, no buscan mezclar lo
vivido con lo inventado ni parecen relatos reales, lo son” (p. 337). En
resumen, para Alberca la autoficción es la forma adolescente que eligió la
autobiografía para reinventarse en los años 90, y las antificciones son la primera forma madura y original de la
autobiografía en este siglo XXI.
Alberca no sólo es un fino teórico, también es
historiador de la literatura española, como muestra su muy difundida biografía
de Valle La espada y la palabra. Vida de
Valle-Inclán (2015), que se alzó con el premio Comillas de biografía. Esa
vertiente de historiógrafo deja también su huella en La máscara o la vida, a través del estudio de autobiografías y
memorias en dos épocas clave de nuestra historia: la crisis finisecular y la
posguerra. Su conocimiento del corpus de
libros y la arquitectura conceptual bien fijada con que lo aborda no podían más
que conducir al acierto, evitando caer en la peligrosa falacia biográfica —intento
de explicar la vida de los autores por el argumento de sus obras— gracias a una
cuidadosa comparación textual, como cuando demuestra que el relato de Azorín “Fragmentos
de un diario” puede ser autobiográfico porque las entradas de ese diario
ficticio “corresponden justamente a fechas que faltan en el otro” (p. 88), es
decir, en el diario real publicado
por Azorín bajo el título de Charivari.
O cuando encuentra trasvases textuales entre los poemas de Caballero Bonald y
sus memorias (p. 245). De lo que es fácil deducir que Alberca seguirá siendo
habitual frecuentador de las citas y referencias bibliográficas futuras en
estos temas, sin que ello signifique que estamos ante un libro erudito; en
realidad, La máscara y la vida es un
ameno recorrido por un tema que al lector le interesa como pocos: la condición
humana, es decir, él mismo.
[Relación con las editoriales: ninguna. Relación con los autores: ninguna con Yang, muy cordial con Alberca, y he sostenido correspondencia sobre temas académicos con Rastrollo]
3 comentarios:
No hay ninguna diferencia entre la autoficción y el autochisme, lo mismo que no hay o no debería haber ninguna diferencia entre literatura y prensa del corazón...jeje
Bueno, el caso es que los autores tienen el reto máximo de llevar el autochisme o autoficción hasta donde no sea imposible distinguir la realidad de la ficción.
¿Qué opináis de esto de Javier Cercas? A mi me parece que está jugando con el chisme y la apariencia, de tal manera que sea imposible distinguir nada. Se está riendo, se está divirtiendo. Todo el mundo está al tanto de los chismes y Cercas usa la poderosa sensación de realidad del chisme para hacer una autoficción perfectamente creíble. No puedes dudar de su verdad.
http://decine21.com/blogs/zona-friki/113037-javier-cercas-raja-sobre-la-separacion-de-david-trueba-y-ariadna-gil-en-el-monarca-de-las-sombras
Hola, Manuel.
Siempre suelo responderte, como sabes, pero esta vez, por motivos que se entenderán dentro de un tiempo, prefiero no hacerlo. Gracias por tu opinión y la próxima vez que opines por aquí contestaré como es debido.
Un abrazo,
Miedo me da lo que puedas estar tramando. ¿Vas a meterte a la crítica rosa?...jeje
El chisme es siempre la realidad más verosímil y poderosa. Cualquier otro tipo de realidad, es siempre más difícil de construir y justificar.
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