El extraño título de este post se irá explicando durante estos días.
Estamos en San Juan, Puerto Rico, para celebrar el VII Congreso Internacional de la Lengua Española, un evento que tiene lugar cada tres años y en el que se analiza la situación de la lengua y la cultura en español de Hispanoamérica, España, Filipinas y cualquier lugar del mundo en el que se hable castellano. He sido invitado para contar para Diario de Lecturas la experiencia.
[Por cierto, diez años después de la aparición de este blog, me doy cuenta de lo desafortunado -por predecible- de su título. Pero nació con nula ambición, con un título casi administrativo, porque iba a ser un mero diario de lecturas, sin que yo entonces sospechara nada de lo que iba a ocurrir.]
Haré una sola entrada al día, que iré actualizando a lo largo de la jornada, y en ella iré subiendo notas, reflexiones, alguna entrevista, repentismos, algunas alusiones, algunos chismes jugosos sobre el mundo y la industria del libro en español y otras cosas de interés.
El CILE comienza en un rato, pero ya podemos hablar de una buena noticia relacionada con él: la edición que ha preparado Soledad González Ródenas de Isla destinada (ampliación y variación sobre Isla de la simpatía), un conjunto de textos de Juan Ramón Jiménez sobre sus experiencias en Puerto Rico, algunos de ellos inéditos.
Un servidor también es poeta -a infinita distancia de JRJ, of course- y también está ahora invitado; esperemos no escuchar cosas peregrinas en este Congreso -o bueno, sí, por qué no-, y aprender de los mayores. Les iré contando, aquí mismo, a lo largo del día.
El presentador de la gala cita a Azorín para hablar de la
borrachera del idioma: “El idioma
-el castellano, el español- llega a ser para nosotros como un licor (…) Ya
somos, con tanto beber de este licor,
beodos del idioma”. Prometedor comienzo.
Jorge Edwards recuerda en su discurso a Luis Palés Matos, a Pedro Salinas, a Darío y a Neruda, para tejer el tapiz del español a medio camino entre lo indígena, lo colonizador, lo histórico y lo sociológico, "lleno de tejidos que se entrecruzan". Explica que Puerto Rico es "uno de los sitios legendarios de la lengua". Apunta: "Estamos unidos por el oficio de la lengua y por el amor a ese oficio". Su conclusión es optimista, sobre el futuro del lenguaje, porque los "universos verbales son amplios universos mentales", y "tenemos un idioma rico (...) y un pensamiento (...) que sueña y que consigue calar en la realidad más real".
Luis Rafael Sánchez, escritor y académico puertorriqueño,
hace un bienhumorado y atinado discurso, preñado de alusiones al mestizaje
cultural y la porosidad humana y étnica de la isla, reclamando una entrada en
el DRAE para el término puertorriqueñidad,
y recordando la “audaz creatividad de nuestra lengua española apuertoriqueñada”.
El público agradece la erudita, culta, divertida y profunda intervención, con
la primera ovación en pie.
Comparto la inmensa charla en español del premio Nobel francés Jean-Marie G. Le Clézio, sobre Cervantes:
En la mesa redonda posterior, Aurora Egido enmarca la obra de Cervantes en el marco del ingenio europeo (ingenium, witz, wit, etc.), recuperando la ya difundida idea de que el Quijote puede ser la primera novela moderna, pero también la primera posmoderna. La mejor enseñanza puede ser, a su juicio, que la novela de Cervantes se ha acabado identificando con el propio idioma español. La argentina Lía Schwartz, de CUNY, hace una elaboración de la obra cervantina a partir de la imitatio. A su juicio, la imitación de los clásicos no generaba un conflicto con la originalidad, ya que la modulación de la tradición debía bastar para crear una obra que hoy llamaríamos "original". Desde la Galatea hasta el Viaje del Parnaso, Cervantes fue confirmando lo escrito en Persiles II, 6: "El leer mucho aviva los ingenios de los hombres". Cervantes leyó mucho, según Schwartz, y ese poso de lecturas es lo que hizo también grande su obra, además de su talento, porque conocía los talentos con los que debía compararse. Los comentarios negativos a las novelas de caballería coinciden con un modelo teórico gracias al que Cervantes quería llevar la ficción hacia otra parte, más proclive a sus intereses. El discreto lector que fue Cervantes, dice Schwartz, llevó sus intereses hacia dos partes diferentes, una la del Quijote y otra la del Persiles, de forma que retórica y moral iban a ir entrelazadas (mientas que López del Pinciano decía que lo normal es que los autores eligiesen una moral o una retórica, más que las dos a la vez). "Yo soy aquel que en la invención excede a muchos", decía en el Viaje del Parnaso.
James Iffland cree que lo importante no es centrarse en si el Quijote es una novela, si es moderna y si es una "novela moderna". Explica que Cervantes escribió su novela con la intención de divertir y entretener a los lectores de su tiempo. Los caballeros andantes de los libros de caballerías eran los superhéroes de la época, y Cervantes se propuso cambiar la maquinaria mal fundada de esos libros, mediante la parodia. Para él, el Quijote es un antiromance, un artefacto dirigido a socavar un género existente, pero no mediante la parodia exageradora, sino mediante un proceso más complejo. ¿Por qué matar a un género que ya estaba muriendo de causas naturales? Iffland dice que hay varias respuestas, pero la pista se esconde en los paralelismos entre las escenas de la venta y las escenas de Sierra Morena. La providencia parecería ser la principal responsable de los encuentros fortuitos de Cardenio y compañía en la venta, pero para Cervantes esas coincidencias mágicas no tienen nada que ver con las coincidencias fantasiosas de las novelas de caballerías. Cervantes sabe que la gente no consume la ficción para encontrarse las mismas historias que vive en su entorno cotidiano, pero los casos ficticios y maravillosos -piensa Iffland que piensa Cervantes- deben darse en un entorno similar al del lector, un entorno reconocible para que el lector entre en el juego ficcional y maravilloso sin perder suelo. Sin decirlo, Iffland sugiere que en el Quijote hay azar, pero no magia; hay fantasía, pero no elementos fantásticos per se. Se busca la ilusión de realidad, no escapar de ella. Cervantes no era "nadie" cuando empezó al escribir el Quijote, no tenía nada que perder, y por eso tenía una libertad creadora ilimitada. Se puso a jugar, dice Iffland, sin pensar en la opinión del establishment literario de su tiempo. Cervantes entendió que la novela del futuro debería de ser un metagénero, un género híbrido, una mezcla que produjese algo nuevo. ¿Podía Cervantes imaginar el impacto posterior? Para muchos sí, pero Iffland se inclina por la respuesta negativa: el Cervantes "profeta" sería más bien una encarnación del mito romántico del autor, y es poco probable que él tuviera tal conciencia unos siglos antes. La grandeza de Cervantes es que lo hizo a pesar de no esperarlo y, quizá, de no imaginarlo siquiera.
La fraternidad en la desigualdad, el valor de la poesía en los seres, la alegría de jugar, la valoración del ingenio y de la literatura como instrumentos para convertir personajes en vidas reales, son para Antonio Skármeta los principales valores del Quijote. El autor descubre que la conversación entre su cartero y Pablo Neruda en su novela más conocida, tras recibir Neruda el premio Nobel, es una especie de recreación de la última conversación que tienen Sancho y Quijote en la novela de Cervantes.
En la mesa redonda alguna voz cuestiona las versiones del Quijote adaptadas al castellano actual.
Después de la mesa redonda sobre Cervantes, una profesora puertorriqueña entre el público pregunta a los especialistas españoles su opinión sobre la aparición de Cervantes en El ministerio del tiempo. Aurora Egido, impertérrita y nada ducha en televisión, le pregunta si ese ministerio del tiempo es el ministerio de ciencia de su país. El salón de actos se cae de las carcajadas.
Mañana más.
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